El príncipe Andrés ha devuelto a la casa real británica al punto de mira. El hijo de Isabel II continúa su caída en desgracia debido a su relación con el pederasta Jeffrey Epstein. Las memorias póstumas de Virginia Giuffre, la joven con la que el royal habría tenido encuentros sexuales cuando ella era menor de edad, lo han agitado todo.
En Nobody’s Girl: A Memoir of Surviving Abuse and Fighting for Justice, Giuffre narra detalles explícitos de su primer encuentro con el por entonces duque de York, y cuenta que recibió dinero tras pasar la noche con él. El libro, que ha salido a la venta este 21 de octubre, ha generado tal conmoción que el rey Carlos III renunció a los títulos reales de su hermano por las numerosas acusaciones públicas. Pero la situación se agrava: la prensa británica ha revelado que Andrés está siendo investigado por la policía tras la filtración de correos electrónicos que sugieren que intentó obtener información confidencial sobre Giuffre, quien se suicidó el pasado mes de abril.
Todo esto no hace más que sumar presión sobre una monarquía que arrastra desde hace décadas una larga lista de “caídos”, miembros que se alejaron —o fueron alejados— del núcleo real por escándalos, decisiones personales o tensiones internas. Desde Diana de Gales hasta su hijo Harry, pasando por la propia Meghan Markle, la Casa Windsor ha demostrado que, en ocasiones, ni la sangre azul basta para mantenerse a flote en la realeza británica.
Diana, la primera caída simbólica
Mucho antes del “Megxit” y del caso Epstein, la princesa Diana de Gales fue la primera gran figura en ser apartada, al menos simbólicamente, de la institución. Tras su divorcio del entonces príncipe Carlos en 1996, perdió el tratamiento de “Su Alteza Real”, aunque conservó el título de princesa de Gales.

Fue una decisión que dolió tanto al público como a ella. Diana seguía siendo madre de dos herederos al trono, y su salida fue vista por muchos como una represalia por haber desafiado a la institución. Aun así, ganó algo que el resto de los Windsor no tenía: el cariño incondicional del pueblo, que la convirtió en la “princesa del pueblo”.
Harry y Meghan: el divorcio moderno con la corona
Décadas después, el hijo menor de Diana seguiría sus pasos. El príncipe Harry y Meghan Markle protagonizaron en 2020 una ruptura sin precedentes con la monarquía. Abandonaron sus roles como miembros activos, se mudaron a Estados Unidos y, como consecuencia, perdieron el derecho a usar sus títulos oficiales y a representar a la familia real. El episodio fue bautizado por la prensa como el “Megxit”, y desató una crisis institucional que todavía colea.
Cinco años más tarde, su presencia en los medios sigue siendo constante, pero por razones incómodas. Esta semana, la ONG World Vision, con la que Meghan colabora desde 2016, ha sido acusada de racismo, sexismo y xenofobia en su filial británica. Según las denuncias, se maltrataba a empleados no blancos, se imitaban acentos y se confundía a trabajadoras negras entre sí.
En paralelo, Harry también se ha visto salpicado por un nuevo escándalo: el gobierno de Chad rompió relaciones con la ONG African Parks, de la que él es miembro de la junta directiva, por presunto fraude y mala gestión. Aunque no está implicado directamente, el hecho vuelve a poner su nombre en una polémica internacional.
Andrés, el <i>royal </i>polémica que no se va
Y mientras los Sussex siguen su vida fuera del palacio, el príncipe Andrés, a pesar de todo, no ha sido completamente apartado. Vive aún en el Royal Lodge, una mansión en Windsor con contrato blindado hasta 2078, y hasta hace unos días mantenía su título de duque de York.
Aunque fue excluido de sus funciones, obras de caridad y condecoraciones, su presencia en la esfera familiar sigue generando rechazo entre los británicos. Pero ahora todo parece que cambiará y es que su renuncia oficial es un punto de inflexión.
El comunicado de renuncia del príncipe Andrés:
“Tras conversaciones con el Rey y mi familia inmediata y más amplia, hemos llegado a la conclusión de que las continuas acusaciones contra mí distraen del trabajo de Su Majestad y de la Familia Real. He decidido, como siempre, anteponer mi deber hacia mi familia y mi país. Mantengo mi decisión de hace cinco años de retirarme de la vida pública.
Con el consentimiento de Su Majestad, considero que debo dar un paso más. Por lo tanto, ya no usaré mi título ni los honores que me han sido conferidos. Como ya he dicho, niego rotundamente las acusaciones contra mí“.
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