“Mi padre dice que la gente como tú ya no cuenta, ni siquiera tienes un TikTok”: una maestra de preescolar emociona a las redes sociales con una reflexión sobre la profesión docente

Una frase pronunciada por un niño de 6 años provoca un discurso en las redes sociales sobre el valor de la profesión de los docentes

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La docente reflexiona sobre su
La docente reflexiona sobre su viaje en el mundo de la educación y cómo han ido evolucionando sus relaciones con los alumnos. (Composición fotográfica/Canva)

Después de enseñar el abecedario a niños durante cuarenta años, la carrera de la maestra Clara Holt, que usa un pseudónimo, no terminó con una celebración ni un aplauso, sino con una frase cortante y mordaz pronunciada por un niño de seis años: “Mi padre dice que la gente como tú ya no importa”.

El arrebato que la profesora publicó en redes sociales de forma anónima se viralizó a principios de octubre de 2025, y es un oscuro reflejo de la devaluación de la profesión docente en Estados Unidos (y más allá). Una advertencia que pone de relieve lo que se está perdiendo en el mundo de la educación. Clara no pide culpar a nadie, sino respeto por el papel irremplazable que desempeña cada profesor: cuidar de los niños, su confianza, y, sobre todo, su deseo de descubrir.

La reflexión surgió a raíz de un comentario mordaz pronunciado por un niño de seis años mientras la profesora se disponía a guardar en cajas los recuerdos de su vida como docente: “Mi papá dice que la gente como tú ya no importa. Ni siquiera tienes un TikTok”.

La carrera de Clara

Cuando comenzó su carrera a principios de los 80, Holt recuerda cómo la docencia se vivía como una promesa compartida: “Lo que hacemos importa”. Pasaban las tardes recortando papel de colores, aplicando brillantina y montando rincones de lectura. Los niños repartían tarjetas hechas a mano con corazones desiguales. Los padres llevaban galletas a las tardes escolares. El reconocimiento se encontraba en los pequeños gestos, no en la cantidad. Sin embargo, en los últimos años, ese mundo ha cambiado.

Según Clara, el sistema actual ha absorbido por trámites burocráticos, llenando formularios para defenderse de cartas de enojo y padres que les gritan a sus hijos mientras uno graba con su teléfono. Los niños llegan ya exhaustos, ansiosos, acostumbrados al brillo de las pantallas: saben cómo navegar por las aplicaciones en la pantalla antes de poder coger un crayón.

Y el maestro tiene la tarea de ser guardián emocional, psicólogo, trabajador social, sanador de traumas y estudiante del currículo. “Todo en seis horas, con recursos limitados”.

La profesora cuenta que una vez una directora joven le dijo: “Clara, quizá eres demasiado cariñosa. El distrito quiere resultados tangibles”. Como si la amabilidad fuera un defecto.

Y aun así, la maestra se quedó. Y en su último día, además de las cajas físicas, Clara se llevó una caja de recuerdos: un estudiante susurrando: “Me recuerdas a mi abuela”; una nota diciendo: “Me siento segura aquí”; un niño que levanta la vista por primera vez y dice: “Leí la página entera”.

Un cambio paulatino

Pero Clara también ha visto crecer la agresividad, cómo el silencio sustituía la risa en la sala de profesores. Sus compañeros fueron desapareciendo uno tras otro, abrumados por un creciente agotamiento. Y ella misma se ha sentido desaparecer “como una tiza borrada tras demasiados lavados”.

Según los últimos datos de la Asociación Americana de Maestros, el 8% de los docentes en Estados Unidos abandonan la profesión cada año, y los docentes más jóvenes son los que corren el mayor riesgo. En España, sin embargo, la tendencia es a la inversa, según datos recientes de Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes: los docentes menores de 30 años muestran una intención de abandono mínima con un 4% en Secundaria y un 1% en Primaria, porcentajes muy inferiores a los promedios internacionales (20% en la OCDE con 27 países participantes en el estudio, y 15% en la UE con 22 países).

La carta de despedida de la profesora

Mientras recogía sus últimas cosas antes de jubilarse, metió en una caja docenas de notas que había recibido a lo largo de treinta años. En el fondo de un cajón, encontró una carta de un estudiante de 1998: “Gracias por quererme cuando era difícil quererme”. Clara se sentó en el suelo y se echó a llorar. La despedida fue brusca, sin aplausos.

“Si conocen a un maestro, a cualquier maestro, agradézcanle”, concluye ella. “No con una taza ni un vale. Sino con palabras, respeto y sabiendo que detrás de cada calificación hay un corazón que sintió. Porque en un mundo que a menudo los olvida, los maestros son quienes no olvidan a nuestros niños”.