
“Nunca olvidaré mi primer encuentro con gorilas”, escribió la zoóloga estadounidense Dian Fossey en su obra Gorilas en la niebla (1983). “El sonido precedió a la vista. El olor precedió al sonido en forma de un abrumador, almizclado, de corral, parecido al humano. El aire se llenó de repente de una serie de gritos agudos, seguidos del rondó rítmico de los agudos golpes de pecho de un gran macho de lomo plateado”.
Dian Fossey consagró su vida a la protección de esta especie en peligro de extinción, amenazada por la caza furtiva, la tala de árboles y ciertas actividades humanas que han mermado el número de ejemplares.
Fue compañera de la etóloga Jane Goodall, fallecida el pasado miércoles 1 de octubre. Las dos, junto con la también primatóloga Biruté Galdikas, formaban el grupo de los “Ángeles de Leakey” (nombre derivado del paleontólogo Louis Leakey, con quien trabajaron las tres investigadoras) o “Las Trimates”, ya que cada una de ellas se encargó del estudio y la defensa de un género de primates: Goodall, de los chimpancés en Tanzania; Fossey, de los gorilas en el Congo y principalmente Ruanda; y Galdikas, de los orangutanes en Indonesia.
Su pasión por estos animales y su dedicación a su estudio las erigen como iconos en la lucha por la conservación de estas especies. Además, sus investigaciones, realizadas con el apoyo de la National Geographic Society, contribuyeron enormemente a ampliar el conocimiento disponible sobre estos simios y difundir la necesidad de cuidar sus hábitats naturales. Así, estas tres mujeres cambiaron por completo la primatología.
“Cualquier observador es un intruso en el dominio de un animal salvaje y debe recordar que los derechos de ese animal prevalecen sobre los intereses humanos”, escribía también Fossey en Gorilas en la niebla. Conocedora de esto, la investigadora se situó al nivel de estos primates, introduciéndose en su entorno sin forzarles, aceptando sus tiempos y con un respeto del que solo es poseedor aquel que ama profundamente la naturaleza.
40 años después de su asesinato, que todavía sigue sin resolverse, su legado sigue vivo, luchando por la preservación de la fauna de la misma manera que ella lo hizo en vida.
Su primer encuentro con gorilas
Dian Fossey nació en 1932 en San Francisco, California, y pronto dio cuenta de su pasión por los animales. Pese a graduarse en Terapia Ocupacional en San José State College y trabajar en varios hospitales del estado, Fossey sintió que le llamaba otro camino: en 1963, con los ahorros que tenía y un préstamo bancario que había solicitado, emprendió un viaje a África que le cambiaría la vida.
Visitó Kenia, el Congo, Zimbabue y Tanzania, y fue en este destino donde se encontró por primera vez con el doctor Louis Leakey, que le habló del trabajo de Jane Goodall con los chimpancés en Tanzania.
Inspirada por el trabajo de George Schaller, que había realizado un estudio pionero sobre el gorila de montaña (una subespecie del gorila oriental que se ubica principalmente en la República Democrática del Congo, Ruanda y Uganda), Fossey acampó con dos fotógrafos de vida silvestre en las montañas de Virunga (en el Congo) y fue allí donde se produjo su primer encuentro con el más grande de los simios; esa fue la mecha que prendió su deseo de investigar más sobre los gorilas.
Del Congo a Ruanda: una imagen de cercanía que daría la vuelta al mundo
Dian Fossey regresó a Estados Unidos y en 1966 volvió a encontrarse con Leakey durante una gira de conferencias del paleontólogo. Tras enseñarle la joven algunos artículos que había publicado, este le ofreció unirse a un proyecto de campo, lo que Fossey no dudó en aceptar.
Ese mismo año regresó a África y conoció a Jane Goodall en el Centro de Investigación del Arroyo de Gombe, en Tanzania. Después, se asentó en Kabara (República Democrática del Congo), que sería su hogar durante varios meses.

Allí, Fossey comenzó a acercarse poco a poco a los gorilas imitando sus actividades habituales y aprendió a identificar a cada uno de los ejemplares de los grupos que estudiaba a través de sus huellas nasales, los patrones de arrugas en sus narices.
En julio de 1967, la situación política del Congo le obligó a abandonar el país, pero ella y Leakey decidieron que, en lugar de regresar a Estados Unidos, Fossey continuaría sus investigaciones en la parte ruandesa de las montañas de Virunga, donde fundó el Centro de Investigación Karisoke.
Allí, Dian Fossey consiguió poner el foco internacional en los gorilas a través de una serie de instantáneas del fotógrafo de la National Geographic Society, Robert Campbell. En ellas, la investigadora, rodeada en sintonía de animales que hasta el momento habían sido considerados como bestias peligrosas, cambió la percepción general sobre ellos.
“Hasta aquel momento, la imagen que se tenía de estos simios era la de unos seres violentos y aterradores, en parte gracias a la serie de películas de King Kong. Fossey demostró que son unos animales pacíficos y muy parecidos al hombre”, afirma la escritora española Lucía Etxebarria en Mujeres Extraordinarias. Una historia de mentiras (2019).
La muerte de Digit a manos de la caza furtiva
Uno de los principales esfuerzos de Fossey fue su lucha contra la caza furtiva. Según señala la Diana Fossey Gorilla Fund, la doctora en comportamiento animal (completó sus estudios en este campo en 1974) utilizó “métodos poco ortodoxos” para disuadir a los cazadores, a los que ella se refería como tácticas de “conservación activa”: el uso de máscaras para ahuyentarlos, simulaciones de brujería, la quema de trampas (pues muchas veces los gorilas quedan atrapados en estos cepos para antílopes o búfalos) o incluso el enfrentamiento directo con ellos. Además, se enfrentó también al Gobierno de Ruanda, al que acusó de permitir estas actividades.
Uno de los momentos más duros fue cuando Digit, un gorila de 5 años con el que Fossey había llegado a generar una relación cercana, fue asesinado por un grupo de cazadores furtivos el 31 de diciembre de 1977. “Murió ayudando a defender a su grupo, lo que les permitió escapar sanos y salvos”, escribe el Dian Fossey Gorilla Found. “Recibió múltiples puñaladas y le cercenaron la cabeza y las manos”, prácticas habituales porque estas partes eran consideradas trofeos.

No fue el único asesinato que la zoóloga estadounidense vivió entre los ejemplares que observaba en las montañas de Virunga. También sufrió el del gorila dominante de espalda plateada Uncle Bert, que supuso la disolución del grupo de primates.
Después de esto, creó el Fondo Digit (tras su muerte rebautizado como Diana Dossey Gorilla Fund) con el objetivo de concienciar al mundo entero sobre la necesidad de luchar contra la caza furtiva y por la conservación de esta especie en peligro de extinción.
Un asesinato con respuestas todavía sin resolver
El 27 de diciembre de 1985, el cuerpo sin vida de Dian Fossey fue encontrado en su cabaña con evidentes signos de violencia. “Había recibido dos golpes de machete en la cabeza y la cara. Había indicios de entrada forzada, pero no de robo como motivo”.
A día de hoy, su asesinato continúa siendo un misterio. Varias teorías apuntaron que fue su lucha contra la caza furtiva lo que habría provocado este suceso. Fueron acusadas varias personas, entre ellas el cuñado del entonces presidente de Ruanda y jefe de la mafia de los cazadores furtivos. Sin embargo, la investigación no prosperó.
El cuerpo de Dian Fossey fue enterrado en el cementerio que ella creó para los gorilas en Karisoke, junto al de Digit. En su lápida puede leerse el nombre Nyiramachabelli, con el que la habían bautizado los ruandeses y que significa “La mujer que supo adaptarse al bosque”.

Los gorilas: en peligro de extinción
El Dian Fossey Gorilla Fund es hoy en día un importante centro dedicado a la conservación de los gorilas de montaña, que se enfrentan a las trampas de los cazadores furtivos, el cambio climático y la invasión de su hábitat. La organización, que cuenta con más de 400 trabajadores, ha ampliado sus esfuerzos para luchar también por la protección de otros animales y plantas que conviven en el hábitat de estos animales.
Además, se encargan de la investigación y evaluación de los gorilas de Grauer, que se encuentran únicamente en la República Democrática del Congo y han visto mermada su población en más de un 60% en las últimas décadas.
En julio de 2025, la Sociedad Primatológica Internacional (IPS), que se reúne cada dos años para revisar el estado de investigación y la conservación de los primates, explicó que tres de las cuatro especies de gorilas se encuentran todavía en peligro crítico. El gorila de montaña, en el que Fossey puso sus máximos esfuerzos, ha experimentado un aumento en su población gracias a la actuación del fondo de la zoóloga, por lo que fue reclasificado de ‘críticamente en peligro’ a ‘en peligro’.
Los esfuerzos por la conservación de esta subespecie, sin embargo, todavía continúan. Junto al legado de Fossey, el de Goodall, los trabajos de Galdikas y las acciones de miles de investigadores en todo el mundo son ejemplos de la importancia del cuidado de la biodiversidad, así como de la concienciación de que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa de los primates.
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