“Mi madre de 76 años se mudó para vivir conmigo, pero se fue dos años después porque yo era demasiado aburrida”: dos formas de entender la vida hicieron imposible la convivencia

La mujer, acostumbrada a una vida social activa y marcada por la independencia, descubrió que el ritmo tranquilo y reservado de su hija en el norte del país no se parecía en nada al que había imaginado para sus últimos años

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Una madre con su hija
Una madre con su hija paseando por la playa (Freepik)

A los 76 años, mantener sola una casa en Florida resultaba cada vez más caro y agotador para una mujer acostumbrada a vivir con independencia y libertad. La solución parecía sencilla: mudarse a la vivienda de su hija, en el estado de Nueva York, donde la tranquilidad y la cercanía con la familia ofrecían un horizonte apacible. Lo que empezó como un proyecto ilusionante, sin embargo, terminó dos años más tarde con las maletas de nuevo en dirección al sur. La razón, reconocida con humor pero también con cierta crudeza: “mi hija era demasiado aburrida”.

Una mudanza cargada de expectativas

El traslado se produjo en 2020. La madre, que entonces tenía 76 años, viajó desde Florida con sus dos perros y una selección de pertenencias muy personales. La invitación de su hija sonaba prometedora: “Será relajante y pacífico, mamá”. No era un gesto aislado de generosidad: la familia llevaba tiempo valorando la mejor manera de que la mujer pudiera afrontar la vejez con apoyo y seguridad.

Durante las primeras semanas, la convivencia fue un regalo. Madre e hija, separadas por décadas de residencia en estados distintos, disfrutaban de una cercanía que no habían tenido en años. Además, la recién llegada aportaba vitalidad a un hogar ocupado por la hija y sus dos hijas menores.

Pero bajo aquella armonía inicial latían diferencias profundas. La madre, extrovertida, sociable y amante de la vida activa, contrastaba con la personalidad más reservada e introspectiva de su hija, quien trabajaba desde casa largas jornadas y mantenía un círculo social muy reducido. Lo que en la distancia podía pasar inadvertido, en la cotidianidad se convirtió en un choque silencioso.

Una madre con su hija
Una madre con su hija paseando por la playa (Freepik)

Dos estilos de vida opuestos

La madre había sido siempre inquieta: en su juventud se mudó sola de Nueva York a Florida y, ya en la madurez, vivió temporadas en la República Dominicana y en Costa Rica, movida por el puro afán de aventura. Por el contrario, su hija confesaba sentir estrés incluso al visitar un supermercado nuevo.

Aunque compartían aficiones como la lectura, la cocina o la jardinería, el ritmo vital no coincidía. La hija permanecía la mayor parte del tiempo en casa, entregada a su empleo y al cuidado de sus hijas. La madre, en cambio, buscaba planes fuera: mercadillos, cafés, tiendas de segunda mano o actividades solidarias, como vender sus artesanías para recaudar fondos en favor de gatos callejeros.

Durante los meses de convivencia, la mujer encontró momentos entrañables: escuchar a sus nietas cantar mientras se preparaban para ir a la escuela, contemplar las bandadas de gansos que sobrevolaban el jardín o reírse con los capítulos de Las chicas de oro. Sin embargo, la balanza se inclinaba hacia el tedio. Sus días terminaban reducidos a contar aves en el comedero o a tejer sin descanso en su habitación.

“Me di cuenta de que estaba viviendo como una anciana antes de tiempo”, llegó a reconocer. La vitalidad que siempre había defendido parecía disolverse en un entorno demasiado silencioso y rutinario para ella.

El regreso a Florida

Con el paso de los meses, la incomodidad se transformó en certeza. La madre no podía aceptar una vida marcada por la quietud. Dos años después de haber iniciado aquella aventura, decidió regresar a Florida. Hoy, con 81 años, reside en una pequeña casa prefabricada instalada en el terreno de otra de sus hijas.

Las hipotecas sobre vivienda marcan récord en 15 años para un mes de julio.

Allí ha recuperado un modo de vida más afín a su carácter: cuida de sus perros y de unas gallinas, hace manualidades, acoge mascotas de amigos y mantiene un círculo social activo. No desea ya la responsabilidad de una gran vivienda, pero tampoco soporta la idea de renunciar a la autonomía y a una agenda llena de planes.