El viaje de Julio Llamazares tras los pasos de su padre en la Guerra Civil: “La gente que la vivió llegó tan herida que no les gustaba hablar”

El escritor presenta su nueva obra como un homenaje a su progenitor y a todos los jóvenes que, como él, “fueron arrastrados a una guerra en la que no hubieran querido participar”

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El escritor Julio Llamazares. (Cedida)
El escritor Julio Llamazares. (Cedida)

“Cuando los años pasan y faltan tus padres, empiezas a arrepentirte de no haber hablado más con ellos. No de la guerra, de todo: de cómo conoció tu padre a tu madre, de sus historias, de sus silencios”. Quizás por eso, Julio Llamazares, a quien corresponde la cita, ha decidido buscar a su padre que falleció hace 30 años a través del espacio y del tiempo, de la tierra y los recuerdos. El escritor acaba de publicar El viaje de mi padre (Alfaguara, 2025), la obra con la que rinde homenaje, no solo a su progenitor, sino a toda una generación arrasada por la Guerra Civil española.

“No se me habría ocurrido nunca mientras vivía mi padre”, confiesa. “Fue a raíz de morir él que empecé muchas veces a pensar en ir a conocer los lugares donde estuvo durante la guerra. Los libros así nacen, como ese tumor emocional que, si no lo extirpas, te queda una deuda contigo mismo”. Llamazares reconoce que este viaje no es solo literario o familiar, sino una forma de reconciliarse con aquello que siempre estuvo oculto en la memoria familiar y colectiva: “Este libro, este viaje, es un homenaje a mi padre y a todos los jóvenes que, como él, fueron arrastrados a una guerra en la que no hubieran querido participar”.

“Mi padre hablaba poco de la guerra y tampoco contaba mucho… lo pasaron tan mal que no querían casi hablar. Decía: ‘Eso mejor no recordarlo’”, relata Llamazares, entre pausas y recuerdos de largas conversaciones con el amigo de su padre, Saturnino, quien compartió con él aquellos días oscuros. En su casa de Madrid, y tras décadas de silencios heredados , Llamazares emprendió finalmente un viaje siguiendo los pasos de su padre —más de medio siglo después—, para revivir y narrar no solo el trayecto, sino el pasado quebrado de miles de familias españolas.

Una casualidad para saldar una deuda

El germen de El viaje de mi padre fue, como tantas veces ocurre, un duelo sin resolver. Para Llamazares, la muerte de su padre marcó el inicio de una búsqueda tan personal como universal: la necesidad de comprender y rescatar las vidas y recuerdos que el silencio familiar y social habían terminado por sepultar. La mayor parte de la gente que vivió y luchó en la guerra llegó tan herida moralmente, otros físicamente, otros perdieron la vida, que no les gustaba hablar”, cuenta.

En ese silencio radica parte del misterio que llevó a Llamazares a tomar la decisión: “Cuando somos jóvenes, no escuchamos a los padres, generalmente, lo que deberíamos hacer. Pensamos que la única vida interesante es la nuestra y la de nuestros amigos. Luego, con el tiempo, te vas dando cuenta de que todas las vidas son igual de interesantes”. La ausencia y el paso del tiempo, reconoce, trajeron consigo no solo el arrepentimiento por lo no dicho, sino una forma urgente de reconciliación.

El detonante de la obra llegó sin esperarlo: “Hace como quince años o así, por casualidad, me encontré con el amigo con el que fue mi padre a la guerra, que fueron muy amigos siempre… entonces empecé a hablar con él y a grabarle… Que tampoco me contó mucho porque, además, la guerra, la gente no va con un plano y un diario apuntando los detalles. Le van llevando campo a través, en medio de tiroteos, con lo cual no te fijas mucho ni cómo se llama el pueblo que tienes que tomar o asaltar”.

El proceso de escritura, lejos de ser inmediato, se fue gestando lentamente. “Los libros se van formando en la cabeza como tumores emocionales y un día te lo tienes que quitar porque te acaban matando. Y un día, decidí hacerlo”. Con la pandemia retrasando sus planes iniciales y la irrupción de otros proyectos literarios, el viaje y el libro tuvieron que esperar. Pero llegó y el resultado es la extirpación de una deuda consigo mismo y un homenaje literario: “ Mi padre jamás se imaginaría que yo iba a hacer el viaje como lo hice, y no sé qué habría pensado si de repente viera que yo hice el viaje y escribí un libro sobre su él”. Esa reconciliación tardía entre generaciones atraviesa cada página y cada paso del recorrido.

Para el escritor, los silencios heredados —la falta de palabras sobre la guerra, sobre el hambre o el miedo, sobre la vida antes y después del conflicto— pasan de generación en generación, creando huecos que solo ahora, al hacerse preguntas y escribir, parecen atisbar algún tipo de respuesta.

La Guerra Civil española y su huella en la sociedad

La sombra de la Guerra Civil española se extiende más allá de las familias, marcando a toda la sociedad y determinando la relación de España con su pasado. Así lo expresa Julio Llamazares al reflexionar sobre la memoria histórica y el prolongado impacto del conflicto: “Decía alguien que la guerra española, que es el acontecimiento más importante de los últimos siglos de España… no hay que olvidar que murió un millón de personas en un país de dieciséis millones y otro medio millón se fue al exilio… los ecos duran hasta prácticamente hoy. Todavía sigue como las ondas en el agua, cada vez más diluida, pero sigue”.

Para el escritor, España arrastra aún viejas heridas: “No hay más que mirar un, un debate del Congreso o un debate en la televisión para ver que incluso hay un lenguaje guerracivilista, que hay partidos que todavía no condenan la guerra civil, el golpe de estado y la dictadura”. Critica la falta de voluntad política: “La parte política, la parte de acción, de destinar suficiente dinero para la exhumación, de no poner cortapisas, de no utilizar el, ese lenguaje al que haces referencia, no se ha acabado realmente”.

Aparcamientos, pisos y una herencia millonaria: el incalculable patrimonio de la familia Franco.

El problema, asegura, comienza en la educación: “No se de enseña la historia con naturalidad, como se enseña la Guerra Mundial en Alemania, que eran los malos de la película. España sigue teniendo un conflicto con su historia y con su memoria que no acabamos de resolver. Y mientras no se resuelva ese conflicto, será una sociedad con un poso de enfrentamiento y de frustración, como continuamente estamos viendo”.

Pero la resistencia de ciertos sectores sociales a permitir la verdad histórica perpetúa el trauma nacional: “Hay una resistencia por parte de un sector de la sociedad española a que se sepa, que se conozca la historia y a que se sanen las cicatrices de la historia. Y mientras haya esa resistencia, seguirá habiendo un problema de convivencia entre los españoles, porque en las guerras, hay unos que ganan y otros que pierden, pero en una guerra civil todos pierden, salvo los que la dirigen y los que se benefician de ellas”.

La cuestión de las fosas comunes y el debate sobre la exhumación de los desaparecidos revela lo hondo de la herida nacional: “Hasta que no salga el último enterrado en las cunetas de España, no habrá terminado la guerra civil. Un país no puede vivir con normalidad mientras tenga más de cien mil personas fuera de los cementerios”. Para el escritor, “en lugar de ser motivo de discusión, debería ser motivo de vergüenza y de reflexión saber que España es el segundo país, después de Camboya, con más muertos fuera de los cementerios”.

La trinchera de la familia

Para Julio Llamazares, la Guerra Civil española nunca terminó del todo en casa. Su propia familia fue un microcosmos de los bandos enfrentados y del anhelo común por la conciliación: “En mi familia y el primer capítulo se titula ‘La trinchera de la familia’. Como muchas familias españolas, o bien por ideología o por las circunstancias, unos lucharon en un bando y otros en otro”. La historia familiar carga heridas irreparables —como la del hermano de su padre, maestro republicano, “que nunca apareció”— y el peso del pasado de los derrotados: “Era republicano y estará en alguna fosa común por ahí. Otro, que también era socialista, vivía en Madrid, pero acabó en la cárcel y luego se fue a Argentina”.

Su tío asesinado durante guerra fue una especie de “fantasma” que mantuvo unidos a los cuatro hermanos. “Ahí estaban todos unidos, incluso uno de los hermanos, que era el que luchó en el bando franquista por ideología y que era muy afín a la dictadura”, recuerda.

El viaje de mi padre resignifica el testimonio individual y el dolor íntimo en un mensaje colectivo: una advertencia contra la banalización del conflicto y el olvido del sufrimiento humano. “Este libro, este viaje, es un homenaje... y es un alegato contra la guerra civil y contra todas las guerras.”