
Procedente del sudeste asiático, el kratom se ha transformado en una sustancia motivo de intensos debates sanitarios y regulatorios. Más allá de su utilización ancestral como remedio natural y estimulante por parte de campesinos y trabajadores rurales en Asia, el kratom ha llegado a las tiendas estadounidenses y a la clandestinidad europea, donde enfrenta prohibiciones estrictas a raíz de varios casos fatales, como la muerte de un joven de 22 años en Francia, y la incertidumbre científica en torno a su seguridad y eficacia.
El kratom es el nombre común de la planta Mitragyna speciosa, un árbol perenne de la familia del café originario del sudeste asiático, fundamentalmente de países como Tailandia, Malasia e Indonesia. Tradicionalmente, los pobladores de estas regiones han masticado sus hojas o han preparado infusiones para combatir la fatiga, aumentar la energía y soportar largas jornadas de trabajo agrícola bajo el clima tropical.
El kratom destaca por su compleja composición química; contiene al menos 40 alcaloides bioactivos diferentes, entre ellos la mitraginina y la 7-hidroximitraginina. Estos compuestos actúan sobre distintos receptores cerebrales y, según estudios recientes y reportes de campo, pueden modular tanto el dolor como el ánimo, entre otros efectos. Su empleo tradicional pocas veces condujo a incidentes documentados de gravedad en su lugar de origen, aunque el aumento de su popularidad y la transformación de los modos de consumo en Occidente introdujeron nuevas variables sanitarias y epidemiológicas.
La expansión internacional del kratom ha coincidido con una creciente curiosidad académica y regulatoria. Como relata David Kroll, profesor de farmacología y toxicología en la University of Colorado Anschutz Medical Campus, en un artículo publicado en The Conversation, “es un arma de doble filo: remedio para unos, puede volverse peligroso para otros en el contexto de un uso recreativo”.
Efectos en el organismo
Hoy el kratom no solo se vende como hojas secas importadas de Asia, sino también en presentaciones en polvo, cápsulas, líquidos concentrados, gominolas y extractos adaptados al consumo masivo occidental. En su formato clásico, los usuarios preparan infusiones o simplemente mastican las hojas, mientras que en tiendas estadounidenses el kratom figura en frascos envasados, sobres y cápsulas de venta libre a partir de los 13 años en ciertos estados.
El perfil farmacológico del kratom es dual. En dosis bajas, la mitraginina y otros compuestos estimulan el sistema nervioso, elevan la energía, potencian la sociabilidad y provocan sensaciones estimulantes comparables al efecto de un café muy cargado. A dosis elevadas, el perfil se transforma: el usuario experimenta una sensación de bienestar y sedación, con efectos comparables —aunque no idénticos— a los opioides como morfina u oxicodona. No obstante, estos efectos no son homogéneos ni previsibles para todos los usuarios ni entre todos los productos. En el contexto occidental, la variación en la concentración de los alcaloides, la adulteración y la falta de etiquetado dificultan estimar de antemano la dosis y el riesgo.
El kratom puede hacer efecto en cuestión de minutos y mantener su influencia unas pocas horas. La intensidad y la duración dependen tanto de la cantidad ingerida como del contenido real de principios activos, que en ocasiones es alterado intencionadamente por vendedores poco regulados, para aumentar los efectos o reducir costes de producción. Esta inconsistencia es uno de los rasgos que más preocupan a las autoridades sanitarias.
En Florida, una revisión de 551 muertes relacionadas con el consumo de kratom reveló que en el 93,5% de los casos también se identificaron otras drogas en el organismo del fallecido. Este fenómeno, conocido como “uso de polisustancias”, dificulta atribuir causalidad directa y plantea desafíos científicos a la hora de regular su comercio o alertar al público sobre su peligrosidad real.

Controversias internacionales
El marco legal del kratom es uno de los aspectos más controvertidos de su expansión global. En Francia y buena parte de Europa, la sustancia fue restringida categóricamente después de incidentes de intoxicación y muertes atribuidas, total o parcialmente, a su consumo.
El contexto norteamericano es diferente: en Estados Unidos, el kratom circula en una “zona gris” regulatoria. Los productos se venden legalmente en la mayoría de los estados, aunque existen jurisdicciones donde la venta está plenamente prohibida, como Alabama, Arkansas y algunos territorios locales. En España, el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones lo define como “nueva sustancia psicoactiva”.
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