
Tres años bastaron para hacer saltar por los aires las estructuras de familias, pueblos y ciudades a lo largo de todo un país. La Guerra Civil dejó a su paso miseria y muerte. La última llegó como consecuencia indirecta de las enfermedades y de la hambruna en la menguante España republicana; también como efecto directo de los ajustes de cuentas, las balas en los campos de batalla y los bombardeos a civiles —como los de Gernika o La Desbandá—. La primera, la de la miseria, llegó de la mano de todo lo demás, y los que más la sufrieron fueron aquellos españoles que no terminaban de entender qué sucedía.
En la posguerra se criaron niños huérfanos o en familias sumidas en la pobreza, sin capacidad para cubrir sus necesidades más básicas de alimentación y vestido. Niños que huyeron de las bombas y que, aun así, quedaron mutilados. Niñas forzadas al trabajo doméstico pagado con sobras de la comida de las casas en las que servían. Niños pastores y campesinos con menos de diez años. Niños sumidos en el hambre y la miseria. Niños y niñas sin infancia. De ellos habla la historiadora Alba Nueda Lozano en Hogares Rotos. La Guerra Civil y su impacto en las familias españolas (Ediciones Trea, 2025), la obra que coordina y en la que escriben otros historiadores sobre las consecuencias sociales del conflicto bélico tras el fallido golpe de Estado de bando franquista. Nueda dedica su capítulo a los “niños en la miseria”. En conversación con Infobae España, reflexiona sobre la vida de aquellos españoles que ahora superan los 80 años, los abuelos y bisabuelos de las nuevas generaciones.
-Pregunta: ¿Cuál es el escenario al que se enfrentaron los niños sin familias cuando acaba la Guerra Civil?
-Respuesta: Tenemos un corolario extensísimo de situaciones ante las que los niños tienen que hacer frente una vez terminada la guerra y un montón de situaciones que nosotros definimos como rupturas familiares o niños sin familia. Pero que no necesariamente es que se queden sin madre y padre, sino que quedan encuadrados en un montón de tipos de ‘familias no familias’. Principalmente, se enfrentan, igual que el resto de la población, a un país roto, destrozado, en el que la miseria y el hambre trepan por las paredes cada día. Pero los niños son especialmente débiles por tener menos recursos o menos capacidad de acción y se quedan completamente desprotegidos porque no tienen una familia que les proteja y porque incluso las instituciones que el régimen franquista creó para su protección no siempre actuaron de una manera asistencial, sino más bien punitiva.
-P: En el capítulo recoges sentencias de tribunales y hablas de cómo muchos de ellos quedan abocados a la delincuencia.
-R: La mirada de los tribunales no es comprensiva y no da soluciones al problema que tienen porque roban comida y no lo harían si no pasasen hambre. Los tribunales tenían dos vías: la de castigo y la de protección. Sin embargo, vemos que la de protección actúa prácticamente de forma única con los bebés. En cuanto los niños son mínimamente conscientes, la protección solo viene cuando el castigo es a los padres y fundamentalmente a las madres. Es decir, solo vemos que entran en estas competencias de protección niños cuya tutela quiere ser arrebatada a los padres, de manera que no busca proteger a niños que viven en cuadros familiares desastrosos y que se ven abocados a la delincuencia, sino a aquellos niños cuyas madres han tenido un pasado político o una realidad moral contraria, por ejemplo, porque habían tenido un amante. Y es en estos casos en los que los niños son tratados, no como sujeto de la actuación del tribunal, sino como objeto para castigar a los progenitores. En el resto de casos, en los que los niños se ven abocados a la delincuencia como forma de supervivencia, el tribunal, lejos de ser un asistente social, es una herramienta de castigo y corrección.
-P: La otra vía que encuentran estos niños es la del trabajo infantil.
-R: Sí, la mayoría sufrían lo que consideramos trabajo infantil. Hablamos de niños que con cinco o seis años están cumpliendo trabajos remunerados o relativamente remunerados, ya fuese un dinero o en especie, con comida y alojamiento. En la mayoría de los casos, se vinculan al trabajo de las familias: la ganadería y la agricultura, en las recogidas, en el pastoreo, en el campo en general. Y luego también tenemos, casos de niños que se dedican al contrabando. En el estraperlo, el niño era uno de los actores principales porque las penas eran menores que para los adultos y el coste de oportunidad era menor. Además, tenemos muchísimos casos de niñas que se dedican al servicio doméstico y al cuidado desde muy pequeñas, o sea, desde los seis o siete años tenemos a niñas que son internas. Pero, en los casos más extremos, tenemos aquellas niñas que eran obligadas a ejercer la prostitución de manera relativamente profesional y que contribuían, no solo a su supervivencia, sino que daban los ingresos al grupo familiar.
-P: No es fácil imaginar cómo desarrollan sus vidas después de atravesar este tipo de situaciones.
-R: El caso de la prostitución es el más desgarrador. Con las entrevistas que después hemos hecho, los niños que se han encargado del pastoreo, de la agricultura, incluso del servicio doméstico, lo han asumido dentro de la normalidad. Se lamentan muchas veces de no haber tenido infancia, de no haber tenido un desarrollo cultural, intelectual o formativo, pero no lo viven con trauma. En el caso las niñas que fueron abocadas a la prostitución, nos encontramos un problema, y es que no hemos encontrado a nadie que nos hable directamente de su experiencia personal. En el archivo, hemos visto que son ellas mismas las que van al tribunal a pedir auxilio. Se dirigían hacia las autoridades describiendo su situación, lo que nos quiere decir que vivían, como es lógico, un estado de shock, de trauma y de absoluta descomposición de sus propias personas, pero no podemos llegar a valorar hasta qué punto ese trauma ha afectado a sus vidas posteriores porque no hay testimonios.
-P: En el libro te refieres a las “cicatrices del conflicto”. ¿Cómo quedó la mirada de nuestros abuelos?
-R: Esto es una percepción personal, pero lo que podemos ver es que han desarrollado una coraza espectacular. Las mujeres son más expresivas que los hombres, pero ellos no son capaces ni de relatar su propia historia. Se han enajenado de su propio ser y lo expresan como si se tratase de una tercera persona. Además, lo viven desde una inocencia extraña. Por ejemplo, los que delinquían no son conscientes realmente de que eso era un delito, sino que era algo que hacían y no le dan profundidad a una experiencia que es traumática, y al final ellos la han bloqueado emocionalmente. Lo viven desde su normalidad. Eso sí, no estoy hablando de las que sufrieron abuso sexual, por supuesto. Con el tiempo, ellos han visto su infancia perdida.
-P: ¿Cuál es la adultez que se construye después de esta infancia?
-R: Creo que es un trabajo de psicólogos, pero lo que vemos es que no hay un paso de la infancia a la adultez. No hay un proceso. Que no son capaces de identificarse, no tienen una percepción del yo tan nítida como podemos tener nosotros. Asocian la vida al trabajo y las necesidades a lo material. Es decir, quienes han vivido momentos o experiencias de miseria moral, como no tener educación o no tener una familia afectuosa, no construyen una adultez o una identidad que se preocupe por las necesidades emocionales, que directamente han quedado bloqueadas.
-P: De vuelta a su pasado, ¿qué hace el franquismo con estos “niños en la miseria” a través del Auxilio Social, su mecanismo de caridad?
-R: En realidad, tuvo una función fundamentalmente propagandística. Es decir, el régimen se autodenominaba católico, y la asistencia y la caridad son elementos puramente católicos. Era lo que tocaba, pero luego encontramos que Auxilio Social se convirtió en una herramienta total para la propaganda, ya durante la Guerra Civil. Y en los primeros años de la posguerra era una herramienta fundamental para la imagen del régimen. Aun así, era una de las que menos recursos recibía. Y cuando nosotros nos hemos acercado a los archivos, nos encontramos con que carecían completamente de recursos. No tenían comida fresca, pero tampoco cucharas, ollas, mesas o manteles. Incluso tenemos un testimonio en uno de los archivos que es terrible y que describe que daban de comer a los niños como a una piara de cerdos. Les tiraban la comida al suelo y ellos se peleaban por ella. Además, Auxilio Social no solo era propagandística a favor del régimen, sino que era una forma de estigmatización social. Era una forma de marcar al pobre. De hecho, muchas familias se resistían a ir porque era una forma de materializar aún más la victoria y la derrota.
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