La segunda visita de Estado de Donald Trump al Reino Unido no ha pasado inadvertida. El expresidente estadounidense y su esposa, Melania, fueron recibidos con todos los honores este miércoles, 17 de septiembre, en el Castillo de Windsor, donde Carlos III y la reina Camila organizaron por la noche un banquete de Estado que ha sido calificado por algunos como un despliegue excesivo. Una mesa interminable, un menú diseñado al detalle y hasta homenajes personales marcaron una velada que mezcla tradición, política y espectáculo.
La jornada arrancó con actos que simbolizaron la importancia que la casa real británica quiso otorgar al invitado. Tras una ofrenda floral en la tumba de Isabel II y un almuerzo ligero, Trump fue recibido por la Guardia de Honor en los jardines de Windsor. Allí participaron tres regimientos de la Guardia de Infantería, y el propio monarca cedió el paso al expresidente, invitándole a encabezar la revista militar.
No faltaron exhibiciones aéreas: cazas F-35 estadounidenses sobrevolaron el cielo británico en una demostración que recordó al Trooping the Colour. Tampoco faltó la caballería real, con un centenar de caballos y hasta reses procedentes de las granjas de Windsor, en un desfile que se prolongó durante horas. Los Trump llegaron al castillo en helicóptero y, después, fueron trasladados en carrozas históricas junto a Carlos y Camila, acompañados por el príncipe Guillermo y Kate Middleton en otro carruaje.
El punto álgido de la velada fue el banquete de Estado. Se celebró en el Salón de San Jorge, la estancia más majestuosa del castillo, de 55 metros de longitud y techos góticos abovedados que datan del reinado de Eduardo III. Una mesa de casi 43 metros recorrió la sala de extremo a extremo, con capacidad para 160 comensales cuidadosamente seleccionados entre empresarios, diplomáticos y representantes culturales.
La lista de invitados incluyó figuras como el director ejecutivo de Apple, Tim Cook, o el magnate Rupert Murdoch. En el centro, el rey Carlos se sentó junto a Trump, mientras que frente a ellos estaban la reina Camila y Melania. Kate Middleton, que acaparó todas las miradas con la tiara favorita de Diana de Gales, se situó a unos puestos de distancia.
Un banquete con precisión milimétrica
Según informa el Daily Mail, los preparativos para una cena de este calibre comenzaron seis meses antes. Una semana completa se destinó solo a montar la mesa, elaborada en caoba y engalanada con vajillas de valor histórico, copas de cristal y candelabros de plata. El protocolo exige que cada cubierto esté colocado a 45 centímetros de distancia exacta; para ello, los lacayos emplean varas de medir y zapatos especiales que les permiten caminar sobre la mesa sin dañarla.
El servicio se organizó en 19 estaciones distribuidas a lo largo del salón, cada una atendida por cuatro personas: pajes, lacayos, submayordomos y mayordomos de vino. Para coordinar la llegada de cada plato, utilizaron un sistema de semáforo que garantizaba una sincronización perfecta. Además, las servilletas se doblaron en forma de bonete holandés, y los centros de mesa florales —con rosas, lirios y claveles en tonos rosas, morados y amarillos— fueron revisados personalmente por Carlos y Camila horas antes de la llegada de los invitados.
El menú: un viaje por los sabores británicos
El menú, escrito en francés siguiendo la tradición de la realeza europea, fue un homenaje a los productos locales. Este describía el cóctel como “coronado con una espuma de nuez pecana y adornado con un malvavisco tostado sobre una galleta en forma de estrella”, y añadía que debe evocar la “calidez de un S’more junto a la chimenea”. Los invitados degustaron una panna cotta de berros de Hampshire con huevo de codorniz y galleta de parmesano, seguida de una balotina de pollo orgánico de Norfolk envuelta en calabacín y acompañada de jugo de hierbas aromáticas. El broche dulce fue una bomba helada de vainilla con interior de sorbete de frambuesa de Kent y ciruelas Victoria.
Para acompañar, se ofrecieron vinos de cosechas excepcionales: un Corton-Charlemagne Grand Cru de 2018, un Ridge Monte Bello de 2000 y champán Pol Roger de 1998. También se descorchó un Oporto Vintage de 1945, en alusión al número de mandato presidencial de Trump, y un coñac Hennessy de 1912, año en que nació su madre. Como guiño personal, se sirvió también un whisky Bowmore de 1980, vinculado a la reina Isabel II.
Y, aunque Trump es abstemio, se le dedicó un cóctel sin alcohol diseñado en exclusiva para la ocasión: un Whiskey Sour transatlántico reinterpretado con mermelada cítrica y espuma de nuez pecana, pensado para simbolizar “la relación especial entre el Reino Unido y Estados Unidos”, afirma el Daily Mail.
Críticas y simbolismo
La prensa británica no ha tardado en señalar el derroche. “¿Valdrá la pena?”, se preguntan algunos tabloides ante una puesta en escena que incluyó hasta un coñac de más de un siglo de antigüedad para un presidente que no bebe alcohol. Otros medios subrayaron la contradicción entre el tono austero que Carlos III promueve para la monarquía y la magnitud de un banquete que necesitó meses de preparación y decenas de trabajadores. Trump, en cambio, no escatimó en elogios. Durante su discurso, definió la velada como “uno de los mayores honores” de su vida y alabó la “relación especial” entre su país y el Reino Unido.
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