
Robert Redford ha sido, durante décadas, uno de los rostros más reconocibles de Hollywood. El actor ha fallecido este 16 de septiembre en su residencia de Utah, pero antes de consolidarse como mito del cine, atravesó una etapa de dudas, pérdidas familiares y búsqueda personal. España, y en particular la costa mediterránea, se convirtieron en un escenario decisivo de esa travesía.
El matrimonio de Redford con Lola Van Wagenen, en 1958, parecía prometedor. Jóvenes, idealistas y con ganas de construir una vida diferente, en pocos años formaron una familia con tres hijos: Scott, Shawna y James. Sin embargo, su historia se quebró de forma brutal. Scott, el primogénito, murió con apenas cinco meses víctima de muerte súbita.
El golpe fue devastador. Ni los pocos asistentes al funeral —apenas los padres del actor y dos amigos cercanos— ni las explicaciones médicas lograron aliviar la culpa que Redford cargó sobre sus hombros. Él mismo confesó que durante mucho tiempo pensó que su modo de vida, errante y desordenado, había tenido algo que ver en la tragedia. La relación con su padre, ya tensa, se deterioró aún más: lo culpó directamente de la muerte del niño. También sus suegros señalaron al actor, convencidos de que arrastraba a Lola a una vida sin estabilidad.
Ese sentimiento de fracaso se sumaba a otra pérdida arrastrada desde la adolescencia: la muerte de su madre, Martha, por un cáncer cuando Robert tenía 17 años. La sucesión de ausencias lo dejó vulnerable, desconfiado y sin certezas religiosas en las que apoyarse. Su esposa encontraba consuelo en la fe mormona en la que había crecido, pero él se confesaba agnóstico, siempre en búsqueda de algo que diera sentido a tanto vacío.

España como medicina
En 1964, Redford atravesaba uno de sus momentos más sombríos. Venía de rodar en Alemania la película Situación desesperada, pero menos, una experiencia que describió en sus diarios como frustrante en todos los aspectos. Sin entusiasmo profesional y con su vida personal marcada por la tragedia, decidió que necesitaba parar.
La respuesta fue España. En enero de 1965, Redford, Lola y sus hijos se instalaron en una casa frente al puerto de Alcúdia, en Mallorca. Era un refugio rodeado de pinos y buganvillas, donde intentaron rehacerse. Él leía cuentos de William Saroyan para reconectar con una cierta inocencia; ella prefería los ensayos filosóficos de Aldous Huxley. Por primera vez en meses, según contaba Lola, vio a su marido en paz.
Aunque no era la primera vez que el intérprete visitaba nuestro país. “Cuando tenía 19 años vine por primera vez. Estaba estudiando una carrera, quería ser artista, y vine a España”, reveló en 2012 cuando llegó a Madrid para presentar su festival de cine de Sundance, inaugurado por él en 1978.
La estancia fue un bálsamo breve pero intenso para la familia. Redford pintaba paisajes, jugaba con sus hijos y compartía largos paseos con Lola. El mar Mediterráneo se convirtió en un espacio de consuelo donde podía olvidar, aunque fuera momentáneamente, la herida abierta por la pérdida de su bebé.
La búsqueda de un nuevo rumbo profesional
Sin embargo, esa calma tenía fecha de caducidad. Los niños debían regresar a la escuela en Nueva York y Lola consideraba innegociable su educación. Robert, en cambio, hubiera preferido prolongar la experiencia europea, incluso acercarse a París para reunirse con François Truffaut, que había mostrado interés en conocerlo. La familia volvió a Estados Unidos y, con ellos, regresaron también las tensiones.
El recuerdo de Mallorca, no obstante, lo marcó. Tanto, que poco después repitió escapada: esta vez a Mijas, en la Costa del Sol. Allí vivieron de manera sencilla, en una casa sin agua corriente, con excursiones por la sierra y baños improvisados en la piscina familiar. Fue en esos meses cuando su hijo James, que años después también moriría por una enfermedad hepática, guardó sus primeros recuerdos felices junto a su padre.
La aventura española no solucionó sus problemas, pero le dio un respiro a una familia que llevaba muchos traumas a sus espaldas. Al volver a Estados Unidos, Redford parecía distinto. Recuperó fuerzas, volvió a interesarse por el cine y aceptó rodar Descalzos por el parque junto a Jane Fonda. Poco después, el éxito de Dos hombres y un destino lo consagraría como estrella internacional.
Mirando atrás, la familia Redford siempre consideró aquella etapa como un paréntesis necesario. Shawna, su hija, lo resumió con claridad: “Algo relacionado con su lugar en el mundo de la interpretación y, quizás más importante, con su lugar en el matrimonio. Cuando volvió, tenía ideas nuevas y una nueva energía”.
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