Un chico de 19 años es el único matriculado en esta carrera universitaria: “Echo de menos el ruido de clase, pero me sobra el ruido de Madrid”

Etnomusicología Digital propone una nueva forma de entender el sonido urbano desde la intersección entre arte, tecnología y antropología aplicada

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Un chico de 19 años
Un chico de 19 años es el único matriculado en esta carrera universitaria - (Imagen Ilustrativa Infobae)

¿Te imaginas ir a la universidad y saber que vas a estar completamente solo? Eso es lo que le pasa a Álvaro Peña, de 19 años, quien se ha matriculado en una asignatura poco común, por no decir nada común, entre los estudiantes universitarios. Se trata de Etnomusicología Digital, un grado piloto que combina música y tecnología en el que descubre la grabación de campo, el análisis algorítmico y la antropología urbana. Resumidamente, en esta carrera se estudia la música como fenómeno social y cultural.

Durante su etapa universitaria, Álvaro no comparte mesa con sus compañeros, no tiene encuentros entre clases ni tiene con quién intercambiar apuntes. Solo está él, una silla vacía al lado, y de fondo, la charla del profesor que le toque en ese momento.

A pesar de que se trata de un grado aún en proceso, que poca gente conoce y que prácticamente nadie elige, es una carrera de lo más productiva para el conocimiento humano. Las sesiones combinan teoría y práctica, siempre indagando en la parte más creativa del alumno. Sus mesas cuentan con grabadoras profesionales, micrófonos binaurales y ordenadores con espectogramas en tiempo real.

Universidad. (VisualesIA)
Universidad. (VisualesIA)

Álvaro se pasa el día entero entrenando su oído y su creatividad. No solo atiende a clase para aprender, sino que continúa explorando mientras camina por las calles de Madrid, siempre en busca de posibles escenarios para grabar. “Madrid es un campus interminable”, le comenta a Madridinforma, mientras repasa sus rutas favoritas para grabar: parques al amanecer, estaciones a media tarde, plazas cuando la ciudad se calma. Para él, cada rincón tiene un lenguaje propio que puede ser documentado, interpretado y resignificado.

“No somos una rareza”

Aunque no tenga compañeros directos en el aula, no trabaja en aislamiento. Ha formado una pequeña comunidad con estudiantes de Bellas Artes y Periodismo, con quienes organiza “rondas sonoras”: salidas para captar el ambiente acústico de la ciudad y después intercambiar impresiones en la biblioteca. La dinámica del grado permite mucha flexibilidad, y el profesorado adapta los contenidos a su ritmo. Una semana graba mercados, otra restaura grabaciones antiguas de un archivo vecinal. “Echo de menos el ruido de clase, pero me sobra el ruido de Madrid”, dice con humor.

Y si alguien piensa que se trata de una formación sin futuro, Álvaro lo desmiente de inmediato. Cuando le preguntan por las salidas profesionales, responde con seguridad: diseño de sonido para cine y podcast, consultoría acústica en proyectos urbanos, curaduría de colecciones sonoras, desarrollo de experiencias inmersivas en museos e incluso programación de herramientas con inteligencia artificial para organizar archivos de audio. “No somos una rareza”, afirma. “Compartimos base con Musicología, Comunicación y parte de Ingeniería de Sonido; lo nuestro es cruzarlas con calle y código”.

Chico escuchando música (Imagen Ilustrativa
Chico escuchando música (Imagen Ilustrativa Infobae)

Su proyecto más reciente va más allá de lo académico: está diseñando un atlas sonoro de Madrid, una especie de cartografía auditiva que recoja pequeñas historias de cada barrio —desde el pregón de un mercado en Carabanchel hasta las campanas de Lavapiés—, acompañada por un modelo que sugiera recorridos a pie para “escuchar la ciudad”. Ya ha conseguido una beca y el uso de un pequeño estudio en la facultad para desarrollarlo.

Aunque desee que el próximo curso el grado tenga más estudiantes, Álvaro no se arrepiente de haber apostado por esta vía poco transitada. Y lanza un mensaje a quienes lo piensan dos veces por temor a sentirse solos: “Si alguien duda por miedo a quedarse solo, que sepa que aquí nunca falta compañía: la pone la ciudad”.