
Madagascar, Trolls, ¡Sing!, Pepa Pig, La patrulla canina, son algunas de las animaciones que más cautivan a los niños y niñas durante la infancia. Sus colores vivos, narrativas intrépidas y personajes carismáticos, estimulan su aprendizaje a través del juego y la diversión. Poco a poco van cultivando un vínculo con esos productos culturales, hasta el punto de querer visualizarlos una y otra vez. En consecuencia, muchos padres, tutores, abuelos, familiares, se encuentran ante la misma escena reiteradamente. Si bien para ellos esto no tiene ningún sentido, para los más pequeños de la casa, estos comportamientos retroactivos están directamente relacionados con su aprendizaje y desarrollo mental.
Desarrollo infantil: Comportamiento retroactivo
El psicólogo Javier de Haro lo explica con detalle, incidiendo en los motivos científicos: “A nosotros nos cuesta entenderlo, porque a los adultos lo repetitivo nos cansa, pero a ellos no. Cuando algo les gusta, lo repiten hasta la saciedad por varios motivos“. Estos motivos son, en primer lugar, la decodificación del mensaje. Cuantas más veces los niños y niñas ven la escena, mejor interpretan las situaciones, estimulando el entendimiento y la comprensión. Además, una vez han decodificado el mensaje, y vuelven a visualizar la escena, su capacidad preventiva de lo que sucede, les aporta una sensación de confianza comunicativa. Esto puede ser muy beneficioso para la posterior interacción social con otras personas.

En segundo lugar, la mejor manera de aprender es mediante el comportamiento retroactivo, es decir, la repetición de actos. De hecho, gran parte de nuestros constructos de sociabilidad adulta se asientan sobre estos mecanismos de repetición y agencia. “Los niños pequeños aprenden observando, haciendo, pero también con la repetición”, insiste el experto. Además, todos sus sentidos se ven estimulados. Aprenden expresiones, vocabulario, infieren determinados comportamientos sociales que después adaptan al día a día.
“Cuando les repetimos un cuento una y otra vez, aprenden vocabulario, aprenden expresiones, aprenden cómo resolver situaciones del día a día”, declara el psicólogo.
El tercer beneficio está relacionado con las nuevas características que son capaces de encontrar cada vez que vuelven a visualizar la serie o película. Esta capacidad de sorpresa les proporciona un mayor entendimiento sobre lo que están viendo, desgranando las capas de significado. “Cada vez van viendo detalles nuevos, matices que antes no se habían dado cuenta o no comprendían”, explica de Haro. De esta manera, expanden su capacidad de observación.
Aunque para los padres acompañar a sus hijos en esta experiencia puede resultar muy repetitivo, es importante, en la medida de sus posibilidades, hacer un ejercicio de generosidad y entender que esto es muy importante para su formación. Observación minuciosa, decodificación de los mensajes, nuevas formas de expresarse. Por ello, resulta fundamental cultivar la paciencia, sobre todo cuando son muy pequeños y están comenzando a explorar y aprender mediante el ocio y el entendimiento.
Juego y aprendizaje: La filosofía de la mente
Muchas disciplinas, colindantes con la pedagogía, exploran la relación entre juego y aprendizaje. Este es el caso de la filosofía de la mente. La infancia no solo es una etapa de crecimiento físico, sino un laboratorio de aprendizaje e imaginación. Desde aquí, el juego se entiende como una forma de pensamiento. Las niñas y los niños formulan sus propias ideas, estimulando sus capacidades. Cada construcción improvisada refleja mucho más que entretenimiento. Es un ejercicio que pone a prueba cómo la conciencia se articula mediante la interacción con el entorno, potenciando tanto la creatividad como la autonomía cognitiva.
En el ámbito educativo, estimular el juego no dirigido y las experiencias abiertas resulta clave para expandir la flexibilidad mental. No se trata solo de transmitir contenidos, sino de cultivar las capacidades de exploración. En filosofía, la forma de sentir y la forma de conocer están estrechamente relacionadas. Fenomenología (cómo sentimos) y epistemología (cómo conocemos las nociones sobre el mundo) participan de una relación simbiótica. El juego permite explorar esta relación. Además, en un contexto atravesado por las pantallas y la inmediatez, recuperar el valor del juego creativo se vuelve fundamental. Allí se fragua la posibilidad de formar individuos con pensamiento libre y humano.
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