
La vida de Jay Skibbens, un hombre de 37 años natural de Illinois (Estados Unidos), dio un giro radical cuando recibió el resultado de unas pruebas de ADN que confirmaban sus sospechas: no era el padre biológico de los dos niños a los que estaba criando desde que nacieron. El hallazgo, que él mismo ha relatado en una entrevista con Newsweek y posteriormente en redes sociales, puso en cuestión no solo su relación con la madre de los pequeños, sino su propia identidad como padre.
“Fue algo que me destrozó por completo”, explicó Skibbens. “Rompió en mil pedazos la definición que yo tenía de ser padre. Llegué a cuestionarme si realmente lo era”.
En aquel momento, sus hijos tenían poco más de 1 y 2 años de edad, respectivamente. La incertidumbre le había llevado a enviar las muestras de ADN a un laboratorio, temiendo el desenlace que finalmente se confirmó.
De la rabia a la reconstrucción personal
El impacto emocional fue inmediato. “La primera gran emoción que salió fue la rabia”, reconoció. Durante un año, esa ira estuvo dirigida principalmente hacia la madre de los niños. Sin embargo, pronto comprendió que ese sentimiento le estaba consumiendo a él más que a ella.
“Me di cuenta de que estaba enfadado porque yo mismo me había colocado en una situación en la que esto podía ocurrir. Mis decisiones habían estado marcadas por mis propias heridas, intentando que ella me eligiera, como si eso fuera a hacerme sentir mejor conmigo mismo”, explicó.

Ese proceso de reflexión fue el inicio de un cambio profundo. Aprendió a reconstruir su autoestima sin depender de la validación de su expareja o de terceras personas. Con el tiempo, Skibbens fue capaz de pasar página y redefinir qué significaba para él ser padre.
Una relación honesta con sus hijos
Uno de los momentos más delicados llegó cuando tuvo que decidir cómo y cuándo contar la verdad a los niños. Eligió esperar a que fueran lo suficientemente mayores como para comprenderlo y se aseguró de que su madre también estuviera preparada para responder a sus preguntas.
Su propia historia personal influyó en ese proceso: él tampoco conoció a su padre biológico. “Eso ha creado un vínculo único entre nosotros tres. Yo no tengo un modelo de paternidad con el que haya crecido. Eso hace que no haya nada prohibido sobre la mesa y que podamos hablar de todo”, señaló.
Con el tiempo, la relación con su expareja se estabilizó y ambos lograron establecer una dinámica de cooperación en la crianza. Hoy, con los niños ya de 9 y 11 años, Skibbens ejerce como padre principal en el día a día.
Más allá de la biología: una nueva paternidad
Para Skibbens, dejar de lado la biología como medida de la paternidad le otorgó, paradójicamente, una libertad inesperada. “He podido crear desde un lienzo en blanco. Eso es la libertad máxima, aunque también supone decidir en cada paso si lo que hago es lo correcto o suficiente”, relató.
Esa experiencia vital le llevó a convertirse en coach de padres separados, compartiendo sus aprendizajes con otras personas en situaciones similares. Una de sus principales recomendaciones es no actuar de manera impulsiva: “La inmediatez es el enemigo. No hay que responder de inmediato a casi nada. Aunque sintamos la presión de contestar o defendernos, nada requiere una respuesta antes de procesar nuestras emociones”.
En un vídeo publicado en Instagram, donde expuso cuatro lecciones extraídas de su experiencia, alcanzó casi 900.000 visualizaciones y cientos de comentarios. Entre ellos, predominaban tres tipos de reacciones: la admiración por su capacidad de asumir responsabilidades, la reafirmación de que la paternidad va más allá de los lazos de sangre y las críticas de algunos hombres que consideraban su actitud como una muestra de debilidad.
Pese a las voces discordantes, Skibbens mantiene una convicción firme: “Antes pensaba que las decisiones de mi expareja habían arruinado mi vida. Ahora creo de verdad que esas decisiones me pusieron en el camino que siempre estaba destinado a recorrer”.
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