
En un aula de un colegio del departamento francés de Essonne, una profesora de tercero de secundaria propuso a sus alumnos un ejercicio poco común: un dictado auténtico de 1965, con un pequeño truco escondido. En medio del texto, cuidadosamente redactado siguiendo los estándares exigentes de mediados del siglo XX, la docente introdujo de forma deliberada una única incorrección gramatical vinculada al uso del subjuntivo. El resultado sorprendió incluso a la propia maestra: de las veintiocho copias corregidas, tan solo una detectó el error.
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El ejercicio, que a primera vista podría parecer anecdótico, ha puesto sobre la mesa un debate mucho más amplio sobre el nivel de dominio del francés escrito entre generaciones. Y, por extensión, sobre cómo la evolución de la enseñanza de la ortografía y la gramática ha cambiado la forma en que los jóvenes se enfrentan a la lengua.
Un error que dice mucho más de lo que parece
El dictado elegido no fue casual. Según explicó Claudine M., correctora del examen nacional del brevet durante varias décadas, el uso preciso del subjuntivo era considerado antaño un pilar fundamental del aprendizaje. Hoy, en cambio, se trata de una construcción “ampliamente desconocida” para muchos adolescentes. El contraste es nítido: mientras que la generación nacida antes de 1970 identifica de inmediato la anomalía, los estudiantes actuales carecen de los reflejos necesarios para percibirla.
El fenómeno no se limita a impresiones subjetivas. Las estadísticas confirman un cambio profundo: en los años ochenta, solo un 33% de los alumnos de último curso de primaria cometía más de quince errores en un dictado estándar. En 2021, la cifra se disparó hasta el 90%. Este salto numérico evidencia una degradación progresiva en la precisión escrita.
Varios expertos apuntan a causas estructurales: desde 1968 se han recortado más de 500 horas de francés en los programas escolares. Menos tiempo de clase ha significado, en muchos casos, menos ejercicios sistemáticos de gramática y ortografía, y un aprendizaje menos riguroso.

Metodologías modernas y pérdida de reflejos
La transformación de las metodologías de enseñanza también ha desempeñado un papel clave. Los manuales actuales priorizan la comprensión global de un texto sobre la corrección formal minuciosa. El objetivo es que los estudiantes comprendan el sentido de lo que leen y escriben, pero este enfoque, aun siendo útil, deja en segundo plano la detección de fallos sutiles.
Incluso entre los futuros profesores, algunos informes detectan carencias llamativas. El dictado, relegado durante años por considerarse un método anticuado, está recuperando cierto prestigio como herramienta para medir el nivel real de dominio lingüístico.
En contraste, los estudiantes de la generación anterior a 1970 crecieron con dictados semanales, ejercicios de gramática diarios y una corrección constante de cada error. Esta repetición formaba una memoria casi automática de las estructuras y normas ortográficas. La exigencia no venía solo de los centros educativos: en casa, repasar una carta o releer un texto antes de entregarlo era habitual.
Brecha que no se cierra… por ahora
La irrupción de las nuevas tecnologías ha cambiado radicalmente la relación con la escritura. La autocorrección digital y la inmediatez de la comunicación han reducido el hábito de releer y depurar los textos. Sin embargo, quienes se formaron antes de 1970 siguen manteniendo un “ojo entrenado” capaz de detectar errores con rapidez, incluso décadas después de dejar la escuela.
Ante este panorama, voces del ámbito educativo reclaman recuperar el dictado tradicional, no como castigo, sino como ejercicio breve que afiance memoria, atención y rigor. Alternar textos literarios y escritos cotidianos podría ayudar a reforzar los conocimientos sin caer en la monotonía.
Paralelamente, se subraya la importancia de la lectura frecuente y profunda. Leer novelas, artículos o ensayos de forma habitual permite interiorizar estructuras y vocabulario sin un esfuerzo consciente. Este contacto constante con la lengua se convierte en un aliado contra la proliferación de errores y puede contribuir a reducir la brecha generacional.
En última instancia, el test del Essonne ha servido de recordatorio: un texto antiguo, bien escogido, no solo pone a prueba los conocimientos lingüísticos de los alumnos, sino que también despierta preguntas incómodas sobre lo que realmente enseñamos —y dejamos de enseñar— en las aulas actuales.
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