Fábricas de artículos, revistas depredadoras, congresos falsos y trabajos inexistentes: el laberinto de las trampas de los científicos

Por menos de 1.000 euros, es posible ‘comprar’ un estudio para poner tu nombre como coautor en una investigación académica

Guardar
(Montaje Infobae España)
(Montaje Infobae España)

Tiene un apodo de villano de cómic de superhéroes: ‘The Shadow Scholar’ (‘el académico en la sombra’). Dave Tomar tituló así el artículo en el que por fin reveló su identidad secreta, después de una década engañando al mundo universitario. “No es algo de lo que me sienta orgulloso, pero lo hice para sobrevivir”, cuenta.

Su historia empieza como una novela del siglo XIX: un joven estudiante llega a la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey, cargado de unas ilusiones que no tardará en perder. Su sueño era convertirse en escritor. “Me encantaba la música, hacía todo lo posible por escribir reseñas de rock and roll y ese tipo de cosas, pero ganaba centavos a la hora”, recuerda. Entonces llegó una oportunidad faustiana: “Mis compañeros de clase, al enterarse de que era escritor y de que me gustaba hacerlo, en claro contraste con lo que ellos lo veían como una pesadilla, comenzaron a ofrecerme dinero para que escribiera sus trabajos universitarios en su lugar. Y así inicié mi negocio”.

Dave Tomar se convirtió en un ‘negro’ de tesis universitarias, en un ‘escritor fantasma’ que cada vez tenía más carga de trabajo gracias a la gran demanda de sus servicios. La labor se transformó en un empleo a tiempo completo. “Había más trabajo de escritura del que jamás había visto en mi vida, y de repente podía ganarme la vida haciéndolo. Era algo increíble”. Además, era fácil. “Cuando estás escribiendo trabajos para estudiantes, no necesariamente estás tratando de escribir un trabajo perfecto que revele una enorme profundidad de investigación”. Con la práctica, cogió carrerilla: entre 2011 y 2022, llegó a hacer entre 60 y 90 trabajos al mes, de cualquier temática, “excepto matemáticas”. “Escribí una disertación de casi 200 páginas sobre la información financiera internacional. Preferiría tener malaria antes que hacer eso otra vez, pero me sentí orgulloso cuando la terminé”.

El libro 'The Shadow Scholar'.
El libro 'The Shadow Scholar'.

El ‘suministro’ de clientes era inagotable. “Hay innumerables estudiantes en la educación superior que no tienen las habilidades de aprendizaje necesarias para escribir o para investigar. Y esto no es para justificarlo, pero sí para explicarlo. ¿Por qué hacen trampa? Porque han invertido miles de dólares en una educación superior, y cuando te piden que escribas un trabajo de investigación de 20 páginas, descubres que eres incapaz de hacerlo”.

Tomar no es el único que se ha dedicado a esto. A pesar del nombre de ‘escritor fantasma’, lo cierto es que esta actividad tiene poco de fantasmal. “Hay sitios web de cara al público que te ofrecen este servicio. Si necesitas un trabajo de cinco páginas sobre control de armas, entras, introduces las especificaciones y la plataforma te da un precio y te pone en contacto con un escritor”, cuenta. “Aunque sé que ahora ChatGPT ha afectado a esta industria”.

Pero el ‘Shadow Scholar’ es un ‘villano’ reformado. Tras una década en este trabajo, se cansó y decidió salir de la sombra: escribió un artículo en el que confesaba su actividad. “Me di cuenta de que la mejor manera de salir era delatarme a mí mismo”, dice. Hoy, en un giro similar al de la película ‘Atrápame si puedes’, Tomar trabaja ‘del otro lado’: es consultor académico y experto en plagio. Y afirma que las cosas están aún peor: “Hay una epidemia de trampas en el mundo académico. Pero se están preocupando por el síntoma y están ignorando la raíz del problema, que es: ¿por qué los estudiantes hacen trampa?” A lo que se puede añadir otra pregunta: cuando los estudiantes tramposos dejan de ser estudiantes (porque comienzan a trabajar), ¿dejan también de ser tramposos?

La respuesta parece ser ‘no’. Fuera de las aulas, pero no de las universidades, las ‘trampas’ asedian hoy a un ecosistema conocido por su rigor. El mundo de los científicos. Desde ‘fábricas’ de estudios hasta congresos falsos, pasando por revistas ‘depredadoras’ y contratos ‘trampeados’, las polémicas se han incrementado en los últimos años en este sector y han elevado las voces que reclaman un cambio profundo en el sistema.

Publicar, publicar y publicar

Todos hacemos alguna vez copia y pega. Todos plagiamos y cometemos pequeñas (o grandes) trampas de ética dudosa. Como dice la investigadora Cristina Candal, “necesitamos más formación ética. Yo abogaría, por ejemplo, por instalar software anti plagio en el instituto, porque nosotros en España sabemos que tenemos un problema de plagio. No reconocemos el plagio como un problema para nosotros. Copiamos y pegamos indiscriminadamente”.

Por eso, y porque ‘que tire la primera piedra, etc.’, vamos a empezar copiando [y no será la única vez a lo largo de este reportaje, pero le dejaremos al lector la labor de detectarlo]. De Wikipedia, nada menos: “‘Publicar o perecer’ (calco del inglés ‘publish or perish’) es un aforismo que describe la presión ejercida sobre los profesionales del sector académico, especialmente los investigadores científicos, que se enfrentan a la obligación de publicar con la máxima regularidad posible trabajos académicos en revistas especializadas si desean progresar en su carrera”.

Pablo Iglesias no seguirá siendo profesor en la Universidad Complutense: anuncia que no ha consolidado su plaza en Políticas

Todo empieza por aquí. El primer paso del éxito para un científico es publicar, publicar y publicar, idealmente en las llamadas “revistas de alto impacto”. “Muchos de mis colegas ven como una losa que tengamos que publicar. Es como si un bombero ve como una losa tener que apagar incendios”, dice Lluís Codina, profesor honorario e investigador de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y director del Observatorio de Cibermedios. “Es una parte de nuestra responsabilidad como científicos dar a conocer lo que hacemos. Y a cambio de publicar, aunque cueste dinero, tenemos beneficios, porque una publicación puede significar consolidar el puesto en la universidad, contratos mejores o aumentos de salario”.

El segundo paso es que otros compañeros te citen en sus propias publicaciones. Hay rankings de “los investigadores más citados” en los que todos desean estar. Así se consiguen promociones, becas para proyectos de investigación e incluso premios que a su vez atraen nueva financiación y mejores condiciones laborales. Es un sistema que en teoría premia la productividad, la cantidad y la calidad. En teoría.

“Hay chanchullos en todas las fases del proceso”, comenta Mario Estévez, catedrático del Área de Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Extremadura, en una entrevista realizada con este periodista en 2023. Veamos la primera fase de estas trampas.

Las fábricas de estudios científicos

Se conocen como ‘paper mills’, y son lo que indica su nombre: ‘fábricas de papeles’, factorías de estudios científicos falsos o poco rigurosos. Producen cientos de miles de artículos cada año. Algunos son legítimos, pero están hechos por escritores fantasma y se venden al mejor postor que quiera implantar su firma en ellos. Muchos otros tienen datos inventados o plagiados.

Según una investigación publicada en la revista Nature, en uno de los análisis más amplios sobre el tema, en las dos últimas décadas, más de 400.000 artículos de investigación publicados en revistas científicas “muestran fuertes similitudes textuales con estudios conocidos producidos por las ‘paper mills’”. En 2022 se publicaron alrededor de 70.000 de estos artículos, entre el 1,5% y el 2% de todos los artículos científicos de ese año.

“Hace unos diez años, la mayoría de los casos de artículos creados en estas fábricas procedían de China, pero ahora se ha convertido en un problema global”, dice Anna Abalkina, investigadora en la Universidad Libre de Berlín y especialista en la corrupción y el fraude científicos. Su interés tiene un origen personal: “Hace unos diez años, encontré mi propio artículo totalmente plagiado y publicado en una revista académica. Traté de que se retirara, y no fue posible. A partir de ahí, me uní a una red que estudia el plagio académico en tesis doctorales y en publicaciones científicas y revistas académicas”, cuenta.

Una web para comprar artículos
Una web para comprar artículos científicos.

Especializarse en las ‘paper mills’ fue un salto natural. Según explica, “son empresas comerciales que ofrecen artículos en venta y los envían a revistas legítimas y auténticas”. Cada fábrica de artículos tiene sus propios patrones, añade. “Una puede, por ejemplo, estar especializada en saltarse el proceso de revisión por pares [el requisito de las publicaciones académicas, por el que todo artículo debe ser analizado y corregido por otros investigadores especialistas en la materia de la que trata el trabajo]; es decir, un investigador puede escribir su propio artículo y la fábrica facilitará su publicación sin pasar por ese trámite. Otras pueden ofrecer puestos de coautoría en venta en un artículo, ya sea el primer puesto o el segundo puesto, y luego lo envían a una revista”.

Un caso concreto analizado por esta especialista es el de ‘International Publisher’ LLC., una ‘paper mill’ rusa. Su investigación detectó “un total de 1.063 ofertas para comprar coautoría en artículos fraudulentos desde 2019 hasta mediados de 2022 en el sitio web 123mi.ru”. De todas ellas, al menos 451 de estas ofertas derivaron en artículos que fueron publicados. “Estos artículos problemáticos son coautorados por académicos de al menos 39 países. El valor de las plazas de coautoría ofrecidas por ‘International Publisher’ LLC entre 2019 y 2021 se estima en 6,5 millones de dólares. Dado que este estudio solo analizó una única fábrica de artículos, es probable que la cantidad de artículos con autoría falsa sea mucho mayor”, finaliza la investigación de Abalkina.

Y estas empresas no se ocultan demasiado. Es posible encontrarlas con una rápida búsqueda en Google. Una de las plataformas que ‘ofrecen’ autoría en artículos científicos se llama, de forma poco imaginativa, buy-sell-article.com, y contiene múltiples ejemplos. Uno de ellos vende la participación en un estudio llamado Identifying Tomato Fungal Diseases Using Machine Learning Algorithms (Identificación de enfermedades fúngicas del tomate mediante algoritmos de aprendizaje automático). La oferta estuvo disponible hasta el 3 de julio, con cuatro plazas disponibles para poner tu firma en el artículo y precios a partir de los 1.000 dólares. Otro más se llama Impact multipliers and indicators of the connection between monetary policy and the labor market (Multiplicadores de impacto e indicadores de la conexión entre la política monetaria y el mercado laboral), estuvo disponible hasta el 19 de julio y con un precio de 2.650 dólares para la primera posición de la autoría. Para ‘comprar’ una plaza de autor, basta hacer click en el carrito y comenzar el proceso.

La web para comprar artículos
La web para comprar artículos científicos.

Y estos artículos que se venden al mejor postor, ¿son reales o están inventados? “Depende de cómo funcione la fábrica”, explica Abalkina. “Algunas pueden trabajar con artículos escritos por un ‘escritor fantasma’, y el ‘escritor fantasma’ normalmente minimiza los costes: copia el artículo de otro idioma y lo traduce al inglés. Puede ser simplemente un artículo plagiado. Pero también puede darse el caso, por ejemplo, en medicina, en el que un artículo está lleno de invención y falsificación de imágenes porque los experimentos no se hicieron en realidad. Ese artículo es fraudulento. Pero también puede haber casos donde un académico legítimo escribe su propio artículo real y, a través de una empresa intermediaria, vende plazas de coautoría en ese artículo, y el artículo puede ser bueno”.

Según un reportaje de la revista Science, que cita a Matt Hodgkinson, de la organización benéfica independiente UK Research Integrity Office, “al menos decenas de millones de dólares fluyen hacia la industria de las fábricas de artículos cada año”. Frente a ellas, “editoriales y revistas, reconociendo la amenaza, han reforzado sus equipos de integridad en la investigación y han retractado artículos, a veces por cientos. Están invirtiendo en formas de detectar mejor la participación de terceros, como herramientas de filtrado diseñadas para detectar artículos fraudulentos”.

Anna Abalkina participa en este ‘combate’, pero admite que es una lucha complicada porque hay demasiadas líneas grises. “Por ejemplo, cada académico que quiera comprar una plaza de coautoría en ‘International Publisher’ LLC firma un contrato oficial. Y este contrato establece que la empresa ayuda a traducir o editar un artículo. Esta no es una mala conducta académica, porque hay muchas empresas de revisión de textos que ofrecen servicios honestos, e ‘International Publisher’ ayuda a escoger una revista para enviar el artículo y asiste en ese envío. Con este tipo de contrato, es difícil probar que un artículo es deshonesto”.

Según esta investigadora, hay muchas ‘paper mills’ en Rusia, China, India e Irán, pero también en otras zonas donde el problema no se ha analizado tanto, como América Latina. En China, el personal sanitario necesita publicar para avanzar profesionalmente, pero muchas veces no tiene ni tiempo ni la formación suficiente para hacerlo. La solución: hacer trampa. En 2010, la revista Nature pasó un cuestionario anónimo a 6.000 investigadores de las seis instituciones científicas chinas más importantes. Un tercio admitió haber plagiado, falsificado o fabricado datos en artículos científicos.

Según concluye Abalkina, “no solo es un problema de fábricas de artículos, sino de fraude académico en general”.

Las revistas ‘depredadoras’

Pero escribir un artículo (o comprarlo) es solo el primer paso del proceso. El siguiente es publicarlo en una revista científica.

Hay miles, decenas de miles de ellas. Muchas son conocidas y prestigiosas —Nature, Science, The Lancet, The New England Journal of Medicine—, pero muchas más son pequeñas publicaciones especializadas en su nicho. En cualquier caso, es un negocio apetitoso. Y es que los científicos, en general, pagan para que se publiquen sus artículos.

“En una revista periodística, de viajes, de economía o de política, el director y su equipo encargan artículos a sus redactores o a colaboradores externos. En cambio, en una revista científica, el director no encarga nada. Entonces, ¿cómo llegan los trabajos que se publican? Por decisión individual de los investigadores”, explica Lluís Codina, de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, en una entrevista hecha por este periodista hace un par de años. “Un investigador, o un equipo de investigadores, cuando han completado una investigación, hacen un reporte de esa investigación, que se llama artículo o paper, y lo envían por decisión propia a la revista científica, que pone en marcha el proceso de la revisión por pares. El tema no hace que una revista sea científica, sino este proceso de evaluación”. (Normalmente, además, no paga el científico de su bolsillo, sino la universidad o la institución para la que trabaja).

La revista 'Nature'.
La revista 'Nature'.

Esta revisión, que suele involucrar a un grupo de especialistas que reciben una remuneración, es la razón de que los científicos que quieren publicar un artículo tengan que pagar. No pagan por publicar, aclara Codina, sino por la revisión de su artículo.

En todo este sistema, sin embargo —como en casi todo lo que implica dinero y esfuerzo—, hay también espacio para la trampa. Y aquí es donde entran en juego las llamadas revistas depredadoras.

En ellas, “el sistema de evaluación es relativamente laxo, por decirlo de alguna manera”, señala Mario Estévez. “Y algunas son extraordinariamente agresivas con el marketing -agrega-, enviándote emails cada dos por tres, invitándote a hacer un número especial para ti, haciéndote ofertas, diciéndote ‘si eres capaz de conseguir diez autores para este número especial, vas a aparecer como editor y tú no pagas nada’. Parece que me están haciendo un favor a mí, cuando en realidad yo les he buscado personas dispuestas a pagar”.

Estas publicaciones, por tanto, “falsean los procesos de evaluación. Fingen que son científicas, pero no evalúan nada”, comenta Codina. Así, “cometen un fraude doble: publican trabajos que es imposible saber si son correctos o no porque no han sido evaluados, y cometen un fraude con el autor incauto, que no se ha dado cuenta de que esa revista es depredadora y ha pagado por publicar en ella”. Pero además de los “incautos”, están los “autores maliciosos”, los que “ya sabían que esa revista era depredadora pero, con tal de inflar su currículum, publican en ella. Es un juego perverso que pervierte el sistema”.

¿Y cuántas revistas depredadoras existen? “Decenas de miles. Las cifras son mareantes”, afirma Codina. Pero matiza: “Que haya cifras tan mareantes no significa que el impacto sea lo que parecen indicar estas cifras. Hay estudios que indican que el impacto es pequeño o moderado, incluso porque en el mundo académico tenemos algo parecido a lo que se llaman listas blancas y listas negras. No quiero quitarle importancia, pero tampoco hay que alarmarse y pensar que hay un grave peligro con la ciencia”.

La situación ha enfrentado en muchas ocasiones a los científicos que están a cargo de las revistas con los empresarios que se ocupan de las compañías que las publican. En enero de este año, el comité editorial de la revista Journal of Human Evolution (JHE), una de las principales publicaciones en paleoantropología en el mundo, renunció en bloque tras un conflicto con su editorial, Elsevier, criticando el uso de inteligencia artificial en sus procesos de producción, lo que habría provocado errores científicamente relevantes (lo que Elsevier ha negado) y unas tarifas demasiado altas para los autores. Según Retraction Watch, un organismo que analiza las retractaciones en publicaciones científicas y combate el fraude, desde 2023 se han producido al menos 20 de estas dimisiones en masa en revistas de prestigio.

Una investigación de la revista Science publicada el año pasado recoge la historia de Nicholas Wise, investigador de dinámica de fluidos en la Universidad de Cambridge y “cazador de fraudes científicos”, que “estaba hurgando en grupos turbios de Facebook cuando se topó con algo que nunca antes había visto”. Wise creía que lo conocía todo, las fábricas de artículos, las revistas depredadoras, los métodos de fraude y falsificación, pero esto era nuevo: un tal Jack Ben, de una empresa china cuyo nombre se traduce como Olive Academic, estaba escribiendo a los editores de las revistas para ofrecerles grandes sumas de dinero, hasta 20.000 dólares, a cambio de aceptar artículos para su publicación. Según Science, a medida que las organizaciones científicas se han vuelto más efectivas para detectar fraudes y fábricas de artículos, la estrategia ha ido virando. La nueva táctica: sobornar a editores y colocar a sus propios agentes en los consejos editoriales para asegurar la publicación de sus manuscritos. Una investigación de Science y Retraction Watch identificó varias fábricas de artículos y a más de 30 editores de revistas prestigiosas que parecen estar involucrados en este tipo de actividad. “Y esto probablemente sea solo la punta del iceberg”, dice Science, que cita a un responsable de una revista diciendo que “tuvo que despedir a 300 editores por comportamiento manipulador”. Añade: “Son redes de crimen organizado que están cometiendo fraude a gran escala”.

Por todo ello, las retractaciones —retiradas de artículos— vinculadas a prácticas editoriales cuestionables han crecido desproporcionadamente, según la base de datos de Retraction Watch.

Un ejemplo famoso fue el de Andrew Wakefield, al que National Geographic llamó “el científico más fraudulento de la historia”. En 1998, publicó en The Lancet un artículo que vinculaba la vacuna de la triple vírica (sarampión, rubeola y parotiditis) con el desarrollo del autismo en niños, causando un gran interés mediático cuyos efectos aún se sienten hoy en las políticas del actual secretario de salud de Donald Trump, Robert Kennedy Jr. Pero en 2010, The Lancet retiró el artículo tras probar que era un fraude: Wakefield se había inventado los datos y además había recibido financiación de abogados que buscaban realizar demandas legales contra los fabricantes de vacunas. Pese a la retractación, el movimiento antivacunas se apoya todavía en su ‘investigación’. “Tardó como diez años en retractarse desde que se publicó, que es una barbaridad, y el daño, obviamente, ya estaba hecho”, señala Cristina Candal, investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela y experta en las revistas depredadoras, en una entrevista realizada en 2023. “A pesar de que desde la comunidad científica se alzó la voz de que esos resultados no podían ser ciertos, la población general escuchó a los medios de comunicación que sacaron la noticia un poco de madre y las coberturas de las vacunas comenzaron a bajar, sobre todo en Reino Unido, en Estados Unidos y en Canadá”.

Candal es especialista en investigar el fraude científico. En 2023, publicó su tesis ‘Mala conducta en publicación científica: análisis de la situación y tipos específicos’. Allí realizó una encuesta sobre la ética de la conducta científica en España, con resultados que le sorprendieron a ella misma: de los 403 científicos encuestados, el 78,8% conocía al menos un caso de conducta poco ética (falsa autoría, falsificación de datos o empleo de una paper mill) y el 40,3% reconocía haber incurrido en alguno de estos comportamientos alguna vez. También ha investigado las retractaciones de artículos. En ‘La retractación científica en España: análisis de las características y las razones’, destaca que, en lo que va de siglo, se han retirado de revistas de todo el mundo un mínimo de 476 artículos científicos en los que figuraba al menos un autor español. La cifra representa, más o menos, un artículo retirado cada mes.

Los congresos falsos

Fábricas de artículos científicos. Revistas depredadoras. Falsificaciones. Plagios. Sobornos. Manipulación. Conflictos de intereses… En este mundo científico con ecos yakuzas, la mentira y la duda se han instalado por todas partes. Y ni siquiera se ha salvado otra de las señas de identidad del mundillo: los congresos.

“Es nuestro gran placer aceptar su conferencia (...) en la 9ª Convención Mundial Anual de Genes de BIT2018, que tendrá lugar en Singapur durante el 13 al 15 de noviembre de 2018. (...) Los expertos empresariales y académicos, tanto nacionales como internacionales, ofrecerán excelentes discursos. (...) Estamos seguros de que disfrutará su estancia en Singapur, además de obtener ideas y experiencia de la conferencia”.

Esta es la carta que Enrique Claro, investigador del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universitad Autònoma de Barcelona, recibió en abril de 2018. Como cuenta en su artículo ‘El fraude de las predatory conferences o conferencias fantasma’, “si un profesor universitario o un científico no tiene bien configurado su filtro de correo electrónico”, no es extraño que reciba invitaciones a congresos científicos que, a priori, suenan muy apetecibles. “Este tipo de congresos suele tener títulos altisonantes y de contenido muy general, contando con decenas de simposios que, de acuerdo con la disparidad de sus títulos, se diría que cubren todo o casi todo el saber de la humanidad. Frecuentemente, el correo electrónico de invitación a la conferencia incluye una lista de científicos de prestigio mundial que, supuestamente, han confirmado su asistencia”.

Un congreso científico. (Europa Press)
Un congreso científico. (Europa Press)

Pero, por supuesto, hay trampa. Son ‘congresos depredadores’ que solo pretenden captar el dinero de los científicos a los que invitan (que pagan por ir). No son exactamente ‘falsos’, porque sí se celebran, pero no de la manera en la que se anunciaron: normalmente se hacen en pequeños salones de hotel, cuentan con pocos asistentes aparte de los propios conferenciantes y los científicos de prestigio nunca aparecen.

Para llamar la atención sobre esta práctica fraudulenta, Enrique Claro respondió al correo, con la idea de “conseguir una carta de aceptación en la que fuera patente el escandalosamente nulo nivel científico del antedicho evento”. Para ello, consiguió que aceptasen una conferencia con este tema: “Una nueva era prospectiva en el manejo fotogold del síndrome kling-on en áreas de la Tierra Media: perspectivas lipidtológicas sobre la transducción de nanoelectrochip en el paro cardíaco y el puente sináptico. Explosiones metabolómicas para una nueva vía anaplerótica autorregulada que transmite lecciones glicolíticas cat-a-lan”. Como él dice, “un título larguísimo y además surrealista, delirante, disparatado (elija usted el calificativo), que alude a la Tierra Media de JRR Tolkien, a la raza Klingon de la serie Star Trek, a la lengua catalana y a unas cuantas palabras seudotécnicas de sonido rimbombante”. Y la conferencia fue aceptada.

“Son empresas montadas por personas sin escrúpulos donde la máxima es sacar dinero. Surgen porque hay una necesidad: cada vez hay más competencia a la hora de publicar ‘papers’ y estos congresos te permiten acortar plazos. Ya es muy difícil que te financien la asistencia a congresos y así consiguen engordar el currículo. Es una tentación para jóvenes médicos e investigadores”, explicó Jaume Boltà, vicepresidente de OPC en España, a El Confidencial en 2021.

Trabajos falsos en universidades dudosas

Mario Estévez, catedrático del Área de Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Extremadura, es uno de los científicos españoles más destacados en su especialidad. En 2019 y 2020, apareció en el ranking de los científicos más citados del mundo que elabora la empresa Clarivate (y que analiza quiénes han recibido durante un año un mayor número de citas en revistas académicas). “Es como el que gana Roland Garros”, afirma Estévez en una entrevista realizada con este periodista en 2023. “Es un hito para un investigador, porque es una lista muy, muy exclusiva y muy prestigiosa”.

Sin embargo, en 2020, antes incluso de que se publicara el listado de Clarivate, recibió un correo electrónico de la Universidad Rey Abdulaziz, en Yeda (Arabia Saudí). En ese mail, le hicieron la siguiente propuesta: “Me ofrecieron dinero si les decía a quienes elaboran esa clasificación de investigadores que yo investigaba para este centro saudí en lugar de en la Universidad de Extremadura”. La cantidad: 48.000 euros.

En el mundo científico, hay rankings para todo. Los investigadores deben publicar y ser citados para lograr reconocimiento y, lo más importante, financiación. Y las universidades con investigadores muy citados también salen ganando: el prestigio atrae a otros talentos… y al dinero. En este sentido, la referencia es el ranking de Shanghái de las mejores universidades del mundo. Entre otros factores, valora el número Premios Nobel del centro, el número de artículos publicados en revistas de prestigio y el número de investigadores altamente citados en sus filas. Por tanto, para subir escalones en este listado, hay dos caminos, el largo y el corto: desarrollar un ecosistema atractivo para los investigadores, impulsar sus trabajos, crecer paso a paso… o, al estilo del fútbol saudí, contratar talento a golpe de talonario.

La universidad Rey Abdulaziz.
La universidad Rey Abdulaziz.

Pero al contrario que los futbolistas, no hay tantos científicos dispuestos a irse a vivir al país árabe, por lo que existe una tercera opción: hacer trampa. Convencer a los científicos de que cambien su “afiliación” y le digan a Clarivate que trabajan en una de sus universidades. “Podrían haber ido a las listas y decir, Mario Estévez, nos interesa hacerle una oferta de trabajo de tal manera que abandone su universidad y se venga a trabajar aquí”, comenta el científico español. “Eso no lo hice, entre otras cosas, porque no me hicieron esa oferta”. Lo que le propusieron fue que, cuando la empresa que elabora el ranking de científicos más citados le llamara para confirmar sus datos personales, dijera que trabajaba para la universidad saudí. “Por lo tanto, mentir, porque yo no soy de esa universidad, ni he estado nunca allí, ni he pisado nunca allí. Entonces, me decían que harían una especie de nombramiento de profesor honorífico para que de alguna manera hubiera un tipo de vinculación, a vista de todo el mundo, de que yo era profesor allí”. Y de esa forma, la universidad ‘sumaría’ a sus filas a un científico muy citado y ascendería puestos en el ranking de Shanghái.

Estévez respondió ‘no, gracias’, pero poco después le volvieron a escribir, esta vez desde España. Era Juan Luis García Guirao, un matemático de la Universidad Politécnica de Cartagena que afirmaba haber sido el catedrático más joven de España. Según una investigación de El País publicada en 2023, era intermediario de la Universidad Rey Abdulaziz y se llevaba comisiones por convencer a científicos españoles de que dijeran que trabajaban en la institución saudí. “Me dijo que quería hablar por teléfono y que era una cuestión en relación a una posible colaboración con la universidad saudí. Entonces me comentó que es consciente de la dificultad que tenemos, los profesores y funcionarios, de poder firmar un contrato laboral nuevo, mientras que mantienes el tuyo, algo que es absolutamente incompatible, y me dijo que él conocía una empresa que facilitaba esa transacción económica. Y la empresa me dijo que me pagarían 12.000 euros por el cambio de afiliación. Entonces me dio por meterme en Google y buscar información sobre esta empresa. Y como todos los registros mercantiles son públicos, para mi sorpresa o quizás no tanta, resulta que el gerente era el propio Guirao. No volví a hablar con él”.

Preguntado por El País, Guirao solo reconoció haber captado a la psiquiatra japonesa Ai Koyanagi, de la Fundación para la Investigación y la Docencia San Juan de Dios (FSJD), en Barcelona. Koyanagi era una de las científicas más citadas y prolíficas del mundo: llegó a publicar un estudio cada tres días, 115 trabajos en un solo año. Después de que El País destapara este caso, renunció a su contrato con la universidad árabe.

¿Un artículo cada cinco días?

El químico Rafael Luque es otra de las estrellas científicas en España. Ha publicado cerca de un millar de estudios, ha aparecido en múltiples ocasiones en la ansiada lista de los investigadores más citados del mundo y ha ganado premios como un galardón de la Real Sociedad de Química del Reino Unido y una mención como Talento Verde del Ministerio de Investigación alemán.

En 2023, sin embargo, fue suspendido de empleo y sueldo para los siguientes 13 años por la Universidad de Cordoba “por firmar sus estudios como investigador de otros centros exóticos, como la Universidad Rey Saúd, en Riad (Arabia Saudí), y la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos, en Moscú, pese a tener un contrato de funcionario a tiempo completo con la institución española”, según publicó El País en ese entonces. “Sin mí, la Universidad de Córdoba va a bajar 300 puestos [en el ranking de Shanghái]. Se han pegado un tiro en el pie”, replicó.

Rafael Luque. (Universidad de Córdoba)
Rafael Luque. (Universidad de Córdoba)

La polémica no frenó la carrera de Luque, ni su ritmo de publicaciones. Siguió trabajando y publicando artículos con centros de Rusia, China, Ecuador, Rumanía y Arabia Saudí. A inicios de este año fue homenajeado en el Palacio Estatal del Kremlin, en Moscú, en un espectáculo con bailarines y un coro militar. Pero este pasado mes de junio, otro reportaje de El País destapó que acumula 11 estudios retirados por prácticas fraudulentas, según datos de Argos, una nueva herramienta para vigilar la integridad científica.

Y es que los investigadores ‘hiperprolíficos’, que publican más de 60 trabajos al año —es decir, uno cada cinco días—, están ahora bajo sospecha. En España hay 23, según un análisis del estadístico estadounidense John Ioannidis.

“Yo tengo publicados 170 artículos en mis 20 años de carrera”, comenta Mario Estévez. “Y el año que más artículos publiqué, creo que está en 15 o 16”. ¿Cómo es posible, entonces, firmar un artículo cada semana? “Sí es posible. Se pueden publicar 100, 200 artículos al año o más por parte de algunos investigadores sin hacer trampas. Eso significa que todos y cada uno de esos artículos correspondan con estudios que realmente se han llevado a cabo y que los datos que aparecen publicados en ese artículo corresponden con datos generados a partir de una investigación científica de cosas que se han medido en el campo, en un laboratorio, en un hospital, donde sea. Sí es posible, pero para eso necesitas una cantidad ingente de personas dedicadas de forma exclusiva a escribir artículos científicos y a generar esos datos”. Por eso hay tantos artículos científicos firmados por 10 o 15 personas que han trabajado desde los países más diversos y que a menudo ni se conocen personalmente. “Además, pueden ponerse en contacto entre cuatro de ellos y decir: ‘Oye, en un año vamos a intentar publicar cada uno de nosotros 25 artículos, nos ponemos todos como autores en todos los artículos y así aparecemos en 100”, afirma Estévez.

Un test de ADN en
Un test de ADN en un laboratorio (Freepik)

Luque, según El País, ha firmado artículos con otros autores como Ashok Pandey, un químico indio que ya lleva 43 trabajos eliminados y con quien ha colaborado en ocho investigaciones. También ha sido coautor con el ingeniero indio Pravin P. Patil (23 retractaciones), el iraquí Mohammad Sajadi (20), el paquistaní Shafaqat Ali (11), el iraní Pouya Ghamari Kargar (9), el ruso Dmitry Olegovich Bokov (9), el finlandés Mika Sillanpää (6), el chino Wanxi Peng (5) y el vietnamita Anh Tuan Hoang (5).

No es el único caso de este tipo en España. En octubre de 2024, la editorial de la revista Nature retiró 75 artículos del rector de la Universidad de Salamanca (USAL), Juan Manuel Corchado, después de que El País revelara que tiene “un entramado editorial” y “una fábrica de publicaciones”. En varios de esos artículos, Corchado no solo aparecía como investigador de la USAL, sino también con afiliación del Instituto Tecnológico de Osaka (Japón), la Universidad Malaysia Kelantan, en Malasia, y la Universidad Federal de Santa Carina, en Brasil. “Nuestras investigaciones identificaron varias dudas, que incluyen, entre otras, un manejo editorial comprometido, comportamiento de citación inapropiado o inusual e intereses competitivos no revelados”, dijo en ese entonces Chris Graf, director de Integridad de la Investigación en Springer Nature, a elDiario.es.

“La Junta Rectora de la Conferencia de Rectores y Rectoras de Universidades Españolas (CRUE) es conocedora de las diversas noticias, informes y comunicados que van apareciendo acerca de mala praxis en la gestión de la difusión de los resultados científicos, así como informaciones sobre cambios en la afiliación principal de investigadores españoles a universidades de Arabia Saudí. También sobre la retracción de artículos por parte de una de las editoriales científicas más prestigiosas”, comentó esta organización en un comunicado. “Ante esta situación, la Junta Rectora de la CRUE quiere mostrar su preocupación, ya que dichas actuaciones dañan la reputación internacional de la ciencia en nuestro país”. Pero más allá de esta “preocupación”, no pasó nada: Cordacho aún es rector de la Universidad de Salamanca.

Rafael Luque, por su parte, continúa protagonizando eventos científicos internacionales celebrados en lugares idílicos, como las islas de Grecia. En El País, se defendió de las acusaciones en su contra diciendo: “En este mundo, si destacas siempre vas a tener haters, gente envidiosa, que son unos mediocres”.

¿Hay solución?

Los científicos entrevistados —y muchos más en declaraciones recogidas en los últimos años por múltiples medios de comunicación— coinciden en que hay dos cosas ciertas: que las trampas en la ciencia están muy extendidas, pero que los casos son muy minoritarios al compararlos con el enorme volumen de investigaciones y publicaciones que existen en todo el mundo.

El problema, en cualquier caso, es sistémico. “Hay estudios y evidencias de que la estrategia de ‘publica o perece’ y la alta competencia entre los científicos están asociadas a la mala conducta académica”, destaca Anna Abalkina.

Un estudio apunta a que una dieta baja en carbohidratos sería beneficiosa para adultos con diabetes tipo 1.

Para Cristina Candal, hay que “reducir la presión por publicar”, evolucionando hacia un sistema que sea más cualitativo que cuantitativo. El llamado Índice H o Índice de Hirsch es un paso en esta dirección, pues mide la “calidad” de los artículos en función de la cantidad de citas que han recibido. Pero su éxito ha creado otro tipo de problemas. “Todavía queda muchísimo trabajo por hacer”, comenta Candal. “Actualmente, no hay ningún organismo a nivel estatal que maneje la mala conducta científica o la ética en publicación o la ética en ciencia en general. Sí que es cierto que el CSIC tiene un comité de Ética, pero ese Comité de Ética solo opera dentro del CSIC. No contamos, por lo tanto, con una oficina de ética que opere a nivel nacional”.

Y es que hay un último problema: con este tipo de trampas, todos salen ganando. El científico que publica cada vez más y es más citado, gana reputación y atrae financiación, lo que beneficia también a las universidades en las que trabaja, que ascienden en los rankings globales y, por ello mismo, captan también más dinero en forma de ayudas y subvenciones. Es un círculo vicioso positivo. “Si una persona está acostumbrada a llegar a puestos importantes o a lograr aumentos de sueldo o incluso financiación de proyectos utilizando estas malas técnicas, si al final no tiene repercusiones, ¿por qué va a parar de hacerlo?”, finaliza Candal. “Probablemente, si yo he hecho algo malo, malísimo, pues a la institución no le compensa profundizar mucho en el tema, porque también va a quedar mal”.

Como sentencia Estévez: “La única que no gana aquí es la comunidad científica, que queda en entredicho”.