
La creadora digital Inés Hernand subió un vídeo a sus redes sociales el pasado 23 de julio, en el que reflexiona sobre una pregunta aparentemente cotidiana: ¿hay que dejar propina después de pagar la cuenta en un restaurante? La respuesta, sin embargo, se vuelve mucho más compleja de lo que parece.
“Acabas de cenar, llega la cuenta, ¿efectivo o tarjeta? Pagas, ¿y ahora qué? ¿Dejas propina? ¿De cuánto?”, comienza preguntando en su vídeo. A partir de ahí, lanza una serie de argumentos históricos, culturales y sociales para plantear que, quizás, lo de dejar propina no es tan inofensivo como parece.
Un gesto con historia, pero también con ideología
Según explica Hernand, la costumbre de dejar propina tiene su origen en la Europa del siglo XVI, cuando la aristocracia entregaba dinero extra a los sirvientes para asegurarse un servicio más rápido y de mayor calidad. “Vamos, un chantaje en toda regla”, afirma.
Desde entonces, esta práctica ha evolucionado y en España se percibe generalmente como un gesto voluntario de cortesía, una forma de agradecer el trato recibido. Pero hay países, como Estados Unidos, donde la propina es prácticamente obligatoria. Allí, suele representar entre el 15% y el 20% de la cuenta total.
El problema, según Hernand, es que esto responde a un modelo donde los camareros cobran salarios muy bajos, a menudo por debajo del salario mínimo, y viven literalmente de las propinas. “Está completamente normalizado que los clientes se hagan cargo del ‘raterío’ de los jefes y del mal funcionamiento del sistema sin convenios”, critica. En su opinión, esto convierte la propina en “una especie de impuesto que beneficia al rico”.
Por el contrario, señala que en países como Japón, dejar propina puede considerarse incluso ofensivo, porque el servicio ya se incluye en el precio final y se presupone de calidad.
El caso español: cortesía o parche a la precariedad
¿Y en España? “La hostelería representa el 10% del PIB”, subraya Hernand, mostrando un rótulo donde se indica que el sector agrupa a más de 1,7 millones de trabajadores. “Siendo tan importante para nuestra economía, deberían tener muy buenas condiciones, ¿no?”, pregunta de forma retórica.
Pero la realidad dista mucho de esa idea. El salario medio de un camarero en España ronda los 1.300 euros brutos al mes. Más del 30% de los contratos son temporales, y las jornadas partidas o de hasta 16 horas siguen siendo frecuentes. En este contexto, la comunicadora plantea si dejar propina no es más bien un remedio puntual a un problema estructural: “¿Estamos valorando el trabajo mal pagado o estamos taponando el problema real que es la precariedad laboral?”, se pregunta.
Las voces de los trabajadores y del público
El vídeo ha generado un intenso debate entre sus seguidores. En los comentarios, varias personas que trabajan o han trabajado en hostelería aportan su punto de vista. Una usuaria afirma: “Cómo trabajadora de hostelería considero que el cliente puede hacer lo que quiera, pero personalmente prefiero que mi salario sea mayor y no tener propinas”.
Otra plantea una cuestión no menor: “Y luego está el tema de quién se queda la propina…”. La transparencia en el reparto de estos ingresos extras también es un tema sensible en muchos establecimientos.
También hay opiniones más tajantes: “No, no dejo propinas y no estoy de acuerdo con ellas. El que tiene que pagar el sueldo es el jefe y no el cliente”. Aunque no todos opinan igual: “Habiendo trabajado 10 años en hostelería, dejo propina cuando el servicio ha sido bueno. Es un trabajo poco agradecido en el que se trabajan muchísimas horas y se traga mucho trabajando cara al público”.
Lo que comenzó como una pregunta sencilla sobre un acto cotidiano ha derivado en un debate profundo sobre las condiciones laborales, el papel del consumidor y la responsabilidad empresarial. ¿Es la propina una muestra de agradecimiento o un síntoma de un sistema injusto? La respuesta no es única, pero sí necesaria.
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