
“Nadie sobrevive tantos días a esa altura. Está muerto”, declaró la madre de Marco Siffredi tras la desaparición de su hijo el 8 de septiembre de 2002 en el Everest.
Con 24 años recién cumplidos, Siffredi había alcanzado la cima más alta del plante por segunda vez, decidido a cumplir un sueño que él mismo definía como “una fijación”: descender el temido corredor Hornbein en snowboard. Nunca más se supo más de él.
Nacido en Chamonix (área fronteriza entre Francia, Italia y Suiza) en 1979 e hijo de un guía de montaña, Siffredi creció entre cuerdas, nieve y pendientes. Aprendió a escalar y esquiar desde niño, pero fue en 1997 cuando el snowboard cambió su vida.
En poco tiempo se convirtió en uno de los referentes mundiales del descenso extremo, protagonizando bajadas por corredores como Mallory y Chevalier, la cara su del Mont Maudit o la noroeste de Les Courtes, todas de inclinaciones de más de 50 grados.
Para él, escalar no era un fin, era el medio necesario para deslizarse en lugares donde nadie lo había hecho antes.

Primero el Norton, luego el Hornbein
El 24 de mayo de 2001, Siffredi firmó su primera gran gesta: el primer descenso integral en snowboard desde la cima del Everest por la cara norte, a través del corredor Norton. Coronó con oxígeno y descendió 2.400 metros hasta el campo base avanzando en poco más de dos horas. “Un buen alpinista hubiera escalado sin oxígeno artificial”, se lamentaba entonces.
Sin embargo, su hazaña no estuvo libre de polémica. Dos días antes, el austriaco Stefan Gatt también había descendido en snowboard desde la cima, sin oxígeno ni sherpas, aunque debió desviarse de la ruta por condiciones adversas.
Siffredi, en cambio, completó la bajada por el Norton, no sin dificultades: a 8.600 metros se le rompió una fijación y tuvo que improvisar una reparación con ayuda de un sherpa. También descendió el Cho Oyu (8.201 metros) en el 2.000 y el Shisha Pangma (8.046 metros) en 2001.

El descenso final
Tras el logro de 2001, el objetivo se trasladó al corredor Hornbein, una vía extremadamente empinada y poco transitada por su peligrosidad. Pasó meses estudiando imágenes y planeando el que sería, para él, el descenso definitivo.
El 8 de septiembre de 2002, después de coronar el Everest por la ruta tibetana, Siffredi se despidió de su sherpa, colocó una nueva botella de oxígeno y se lanzó en solitario. “Surfear el Hornbein era un sueño, casi una fijación para el de Chamonix”, señaló su compañero Olivier Besson, quien lo vio iniciar los primeros giros desde el campo base.
Luego, su figura desapareció tras la arista. A 8.500 metros, sus huellas se desvanecían abruptamente. No volvió a dar señales. Tampoco respondió su teléfono satelital ni llegó a la tienda situada a 6.000 metros, donde un sherpa lo esperaba para reponer fuerzas.
La hipótesis más plausible es que sufriera un accidente mortal durante el descenso. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Una vida sin patrocinadores ni ruido
Siffredi no contaba con grandes apoyos económicos. Financiaba sus expediciones trabajando en la hostelería durante el verano. Rehuía del espectáculo mediático. En 2001, muchos de los presentes que se encontraban en el campo base no sabían quién era hasta que lo vieron deslizándose sobre la tabla.
Delgado, con piercings, y un estilo excéntrico, ocultaba una fortaleza física descomunal. Subía por delante de sus sherpas, cómodo en uno de los entornos más hostiles del planeta. Antes de su primer descenso del Everest, se desprendió de la máscara de oxígeno, fumó marihuana en la cima y se calzó su tabla.
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