
John Anísimov se convirtió en padre una tarde cálida de agosto en Moscú. Acompañó a su esposa durante el parto, participó en el nacimiento de su hijo y recibió de los médicos una noticia que cambiaría el rumbo de su vida.
“Nos dieron una mala noticia: sospecha de síndrome de Down en el niño. Y eso fue, metafóricamente hablando, como si echaran una cucharada de alquitrán en un barril de miel”, relata el padre, quien cuenta su historia a través de fotografías en su cuenta de redes sociales.
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La reacción del obstetra a su serenidad quedó marcada en su memoria: “Digo: ‘No pasa nada, lo criaremos’. Y entonces el obstetra dice: ‘Oh, sí, con un papá así, seguro que se cría’”. Pero fue salir del hospital cuando la realidad le sobrepasó.
“Salgo y me quedo solo. Y simplemente me puse a llorar. Sentí una desesperación total. Dolor, una sensación de haber sido traicionado, no por una persona en concreto, sino por una situación”, recuerda.
Poco después, su esposa le planteó una decisión: entregar al niño a una institución médica o divorciarse. “Se me ofreció una alternativa: el niño va a una institución médica cerrada... y seguimos con nuestras vidas. O divorcio”, sentencia Anísimov.
Pero el padre no quería abandonar a su hijo. “Entendí que no podía cruzar esa línea. No puedo traicionar a un ser humano de siete días. No hay alternativa”, subraya.

Comenzar desde cero
Anísimov optó por quedarse con su hijo y asumir la paternidad en solitario: “Fui a buscarlo a la clínica. La madre de Misha no estuvo en la entrega”. No obstante, su madre viajó desde Volgogrado (sur de Rusia) y junto a ella y su abuela, crearon un entorno de cuidados desde cero.
“No sabía nada de cuidados básicos. Aprendí a cambiar pañales y a bañar al bebé en una escuela para madres en Moscú”, admite. Compatibilizó su trabajo como jefe de energía en una empresa con las exigencias de la crianza.
Y aunque pueda parecer mentira, la estructura familiar siempre fue clave: “La abuela es estricta y yo soy más flexible”, dice. “Mi madre y mi abuela han sido pilares”.

Una paternidad que desafía roles
Antes de que naciera Misha, Anísimov (ingeniero de formación con experiencia militar) pensaba que el rol del padre era principalmente financiero. “Cuando supe que íbamos a tener un hijo, lo primero que pensé fue en el dinero, en cómo aumentar los ingresos”, explica.
Sin embargo, con el paso del tiempo, Anísimov comprendió que la paternidad exige más que provisión económica. “Yo tenía que demostrar que no me iba a echar atrás”. Tener un hijo implicaba adaptarse, construir una relación cotidiana, constancia y compromiso.
Aceptar lo inesperado
Aceptar el diagnóstico fue un proceso largo. “Durante un año decía que estaba seguro de haber aceptado totalmente. Luego, cuando Misha tenía tres años, lo acepté de verdad. Y ahora que tiene seis y medio, hay momentos que te hacen ver que el proceso de aceptación es como un proceso sin fin”, señala.
Asíminov acude a terapia psicológica y participa en grupos de apoyo para padres de niños con necesidades especiales. “Es fundamental el acompañamiento profesional y el intercambio con otros padres. Te ayuda a sobrellevar la carga emocional y a encontrar estrategias para seguir adelante”, indica.

El desarrollo de Misha
Gracias a la constancia y al acompañamiento especializado, Misha ha logrado avances importantes en motricidad, lenguaje y autonomía. “A los seis años y medio, superó el nivel de desarrollo de un niño de tres años y medio en motricidad”, declara su padre.
“En comprensión y habla, está en torno a los dos o tres años”, explica. “Habla, pide cosas, reconoce imágenes y realiza tareas sencillas. El progreso es evidente, pero lento”, expresa.
La rutina diaria incluye actividades de estimulación, visitas a especialistas y momentos compartidos. “Misha es cálido, sensible, muy cariñoso. Disfrutamos mucho de estar juntos, aunque a veces el cansancio pesa. Hubo momentos de agotamiento, pero nunca me he arrepentido de mi decisión. Misha llena mi vida”, subraya Anísimov.

Pensar en el futuro
“El futuro es incierto”, admite. “Me gustaría que Misha fuera lo más autónomo posible. Pienso en mudarnos a otra ciudad o país, pero hay muchas limitaciones. La socialización depende también de la sociedad y de los recursos disponibles”, puntualiza.
Aun con las dificultades, no pierde de vista el presente: “En lo que respecta a Misha, él llena mi vida, y esos pensamientos de ‘¿para qué todo esto?’, no existen”, concluye.
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