
María Jesús, vecina del barrio del Carmen en pleno casco histórico de València, ha denunciado un caso de acoso inmobiliario que califica de “total”, tras encontrarse el pasado domingo con sus pertenencias tiradas por el hueco de la escalera, el baño destrozado, la puerta de entrada retirada y sin suministro eléctrico. Asegura a EFE que esta situación es el desenlace de meses de presiones desde que comenzó la rehabilitación del edificio, propiedad de un fondo francés.
La inquilina, que lleva toda su vida viviendo en la calle Sogueros, asegura que el pasado fin de semana estuvo fuera de casa. Al regresar, se encontró con una escena que define como “violenta y deliberada”: “Los trastos estaban tirados en el patio, por el hueco de la escalera. Las cajas que tenía preparadas para irme, mi ropa de invierno, las piezas de mi taller de confección... Todo desparramado y dañado”, ha relatado visiblemente afectada.
Presiones y contrato en disputa
María Jesús firmó en abril un contrato de salida con el fondo propietario del inmueble, mediante el cual recibió un adelanto de 6.000 euros. Sin embargo, su abogado considera que dicho contrato no es válido ni legal. “Ellos dicen que yo soy la okupa, que tengo el dinero, pero quiero devolver los 6.000 euros. Envié un burofax pidiendo un número de cuenta para hacer la devolución, pero no han respondido”, ha explicado.
No acusa directamente al fondo ni a la empresa de desokupación que trabaja para él, pero duda de que se trate de un robo común. “Un ladrón roba y se va, no te destroza y te quita la puerta”, señala. Las sospechas apuntan a una posible estrategia de intimidación con el objetivo de acelerar su salida de la vivienda, la única del edificio que todavía está habitada.
“Estoy dispuesta a dejar la casa, donde nací y donde ya vivía mi abuela en 1921. Pero no son maneras. El acoso ha sido constante desde que empezaron las obras”, denuncia. Según afirma, estas obras comenzaron sin licencia municipal, algo que ella misma habría confirmado tras consultar al Ayuntamiento de València. “Estaban con andamios y un contenedor, yo pensé que tenían licencia, pero no era así”, detalla.

Atrapada sin puerta ni luz
En estos momentos, María Jesús sigue viviendo en el piso, “atrincherada”, como ella misma describe, acompañada por un amigo. Sin puerta, sin luz y con el baño destrozado, ha logrado recuperar parte de sus pertenencias gracias a la ayuda de jóvenes del barrio y amigos que se movilizaron para subir lo que había quedado en el patio.
“El domingo me encontré todo así. No me lo podía creer. Había dejado todo recogido, organizado para irme. Pero el mercado está imposible. Ya no puedo vivir en mi barrio. No sé siquiera si podré seguir en València”, lamenta.
El estrés derivado de esta situación la ha llevado ya a solicitar la baja médica en abril y teme por su salud mental: “Entonces estuve mal, pero ahora ya estoy en otra crisis. Me siento completamente desbordada”, reconoce.
El edificio en cuestión, ubicado en pleno corazón del Carmen, cuenta con nueve viviendas, además de una buhardilla y locales comerciales en la planta baja. Tras la adquisición del inmueble por parte del fondo francés, se iniciaron las obras en los pisos colindantes, que desde el principio han sido objeto de controversia.
Una práctica cada vez más común
El caso de María Jesús no es aislado. Asociaciones vecinales y plataformas contra la especulación inmobiliaria denuncian que este tipo de prácticas son cada vez más frecuentes en los centros históricos de ciudades como València, Madrid o Barcelona. Fondos de inversión adquieren edificios con inquilinos antiguos y, mediante presiones o compensaciones económicas, buscan desocuparlos para transformarlos en alojamientos turísticos o viviendas de lujo.
“Es un fenómeno que se está normalizando. El acoso inmobiliario se ha sofisticado y muchas veces se mueve en los márgenes de la legalidad, aprovechando la vulnerabilidad de los vecinos”, apuntan a EFE desde una asociación local que presta asesoramiento a personas en situaciones similares.
María Jesús, sin embargo, no se da por vencida. Aunque su deseo es dejar la vivienda que ha sido su hogar durante toda su vida, exige que se respeten sus derechos como inquilina. “No quiero quedarme, pero tampoco voy a salir a cualquier precio. Esto es mi casa y no merezco que me echen como si fuera basura”, concluye.
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