Rukeli Trollmann, el boxeador de etnia gitana que puso contra las cuerdas al III Reich

Pese a ser campeón regional, la federación alemana dejó fuera de los Juegos Olímpicos al mejor boxeador del momento, que no solo golpeaba, sino que bailaba sobre el ring

Guardar
Rukeli Trollmann, el boxeador de
Rukeli Trollmann, el boxeador de etnia gitana que puso contra las cuerdas al III Reich (Wikimedia Commons)

Había algo en los pies de Johann Trollmann que incomodaba a sus rivales. No caminaban marcialmente, no avanzaban con rigidez germánica, no golpeaban como martillos. Se deslizaban, jugaban y bailaban. En el centro del cuadrilátero, aquel joven de origen romaní, con una figura espigada que le valió el apodo de Rukeli —“árbol” en romaní—, se movía como si el ring fuera un escenario y el combate una coreografía. Una práctica que para él comenzó con a penas 8 años, cuando subió por primera vez al cuadrilátero en Hanóver, pero que a los 26 ya era una amenaza pública para el Tercer Reich.

El motivo de ello no radicaba ni en sus ideas, ni en sus palabras, sino en el algo más: su origen gitano. Aun así, Rukell fue una de esas personas que dejaron un legado que permanece vivo a día de hoy, por su destreza y su talante. Algo que percibió el escritor español, Carlos Contreras Elvira, cuando escribió Rukeli, la obra galardonada con el premio Calderón de la Barca. “Se dice que Rukeli es el antecesor de Ali, porque bailaba en el escenario, tenía una forma diferente de boxear de la que se llevaba en el Tercer Reich. De frente como guerreros arios, rígidos, estáticos, con mucha fuerza. Rukeli tenía una habilidad y movimientos similares a los que luego tendrá Ali”, escribía el dramaturgo, según ha recogido El Confidencial.

Pero a diferencia del estadounidense, a Rukeli lo expulsaron del Olimpo antes de que pudiera demostrar todo su talento. En 1928, pese a ser campeón regional, la federación alemana lo dejó fuera de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam. En su lugar envió a un boxeador al que Trollmann había vencido en varias ocasiones. Era el primer golpe bajo del sistema. En 1933, año en el que se alzaba el III Reich, vendría el segundo, y fue más brutal. Así, El Johann tenía todo lo que un héroe trágico necesita: talento, carisma, dignidad... y un contexto que quería borrarlo del mapa.

Los primeros pasos de Rukeli en el ring: victoria, emoción y desafío al régimen

Rukeli Trollmann, el boxeador de
Rukeli Trollmann, el boxeador de etnia gitana que puso contra las cuerdas al III Reich (Gipsy Rukeli Trollmann)

Trollmann nació en 1907 en Wilsche, en el seno de una familia Sinti. Creció en Hanóver junto a ocho hermanos y encontró en el boxeo como una forma de afirmarse ante una sociedad que ya entonces lo miraba de reojo. Tenía una técnica adelantada a su tiempo: fintaba, esquivaba, cansaba al rival, y luego... golpeaba. Poco a poco, su nombre se abrió paso entre los cuadriláteros de Alemania. Después de ser rechazado para la nominación de los Juegos Olímpicos de 1928, decidió ingresar al boceo profesional. En su primera pelea derrotó a Willy Bolze en el cuarto round. Era lo que el público esperaba y lo recibió alborozado.

En paralelo, se generó a su alrededor un grupo de seguidores que incluía damas seducidas por su apostura. Alto, moreno y atlético, Rukeli no tardó en convertirse en un sex symbol. Algo que acompañaba sus triunfos: en 1930, ganó 13 peleas consecutivas; en 1932 se dedicó a crecer en plano internacional y combatió contra púgiles de distintas nacionalidades que incluyeron al púgil argentino llamado Russo. A todos los venció, y en 1933 ganó por puntos el campeonato alemán. Todo apuntaba a que el joven romaní estaba destinado a brillar. Sin embargo, en 1933 Hitler llega al poder del país y comienza la búsqueda de la raza aria que dominaría el mundo. Ante este contexto, algunos boxeadores como Eric Seelig, de origen judío, fueron amenazados y decidieron irse del país. En cambio, Trollmann decidió quedarse a pelear, algo que había hecho toda su vida.

De este modo, el romaní decidió pelear por el título nacional contra Adolf Witt. No obstante, aunque bailó, esquivó, golpeó y dominó el combate, el presidente de la Asociación Alemana de Boxeo, presente en el público, ordenó a los jueces declarar el combate como empate. El público, indignado, estalló y sus protestas forzaron una corrección sobre la marcha. Así, Rukeli fue declarado como campeón, aunque solo por seis días. Y es que, el título le fue retirado por “rendimiento insuficiente” y “conducta inapropiada”, según la información que ha publicado Gipsy Rukeli Trollmann.

El problema no era su boxeo o su actividad, sino su origen gitano. Desde que Hitler comenzó a liderar Alemania, los roma fueron considerados “inferiores racialmente”, por lo que les esperaba el mismo destino que a los judíos en los campos de concentración, según recoge la Enciclopedia del Holocausto. Por eso, al ver que le quitaban el cinturón del campeonato, Johann lloró. Lloró de emoción y tristeza, y eso no casaba con la masculinidad heroica y ariana que pretendía el régimen. Así lo entendió Jesús Torres, autor de Puños de harina, otra obra teatral basada en su historia: “Si Rukeli, que era boxeador, uno de los estereotipos más masculinos que existe, no fue un hombre por llorar como una mujer, ¿qué significa ser un hombre?”.

La respuesta de Rukeli fue desafiante. En su siguiente combate, subió al ring teñido de rubio y con la piel empolvada de blanco. Imitó el ideal ario que lo perseguía. No bailó. No esquivó. Se dejó golpear en el centro del cuadrilátero y cayó en el quinto asalto. La federación respiró tranquila. Su carrera profesional había terminado, pero su guerra no.

Un final trágico y un legado que inspira a sus sucesores

Rukeli Trollmann, el boxeador de
Rukeli Trollmann, el boxeador de etnia gitana que puso contra las cuerdas al III Reich (Flickr)

En los años siguientes boxeó en ferias, se casó, tuvo una hija, fue detenido y encarcelado. Además, cuando estalló la guerra, fue enviado al frente oriental. Allí fue herido, y al regresar, como muchos otros Sinti y Roma, fue expulsado del ejército por “razones raciales”. En 1942 fue detenido y trasladado a la “Central Gitana” en la calle Hardenberg de Hanóver, donde fue duramente torturado. Meses más tarde, en octubre, le enviaron al campo de concentración de Neuengamme, cerca de Hamburgo. Allí, incluso famélico y agotado, lo obligaron a boxear contra miembros de las SS.

A pesar de ganar combates, en los que participaba con una identidad de otro preso fallecido, solo obtuvo más castigos. También derrotó al jefe del campo, Emil Cornelius. Sin embargo, esta fue su última victoria, porque días después, Cornelius lo golpeó a traición y lo mató. Su cuerpo acabó en una fosa común, sin nombre ni lápida. Setenta años más tarde, en 2003, la Federación Alemana de Boxeo le devolvió el título de campeón alemán. Tarde. Demasiado tarde. Pero suficiente para que su nombre empezara a resonar más allá de los márgenes de la historia oficial. Desde su trágico final, el boxeador se ha convertido en un héroe y en un ejemplo a seguir por otros deportistas. Entre ellos, Samuel Carmona, que brilló en los Juegos Olímpicos de Río en 2016, que lo conoció gracias a un libro que le pasó su padre. Lo inspiró, pero no fue al único.