
En el corazón del valle de Bruche, en la región de los Vosgos, la vida cotidiana de Lucas y Joris transcurre dentro de una nanovivienda de apenas 40 metros cuadrados. Este tipo de casas, cada vez más populares en Francia, invitan a un modo de vida centrado en la simplicidad y en la sostenibilidad ambiental. La elección de esta pareja representa un ejemplo de cómo el movimiento de las “mini casas” ha ido ganando adeptos en los últimos años y cómo la reducción del espacio vital puede traducirse en un mayor contacto con lo esencial.
El fenómeno de las microcasas surgió en Estados Unidos a principios del siglo XXI y se extendió por Europa durante la década siguiente. En el país galo, este tipo de vivienda no solo supone una alternativa frente a la escasez de suelo y el aumento de los precios inmobiliarios, sino que también se ha convertido en un símbolo de vida responsable y consciente.
“Era importante para nosotros que el ambiente reflejara quiénes somos”
La vivienda de Lucas y Joris es una construcción íntegramente realizada en madera local, que alcanza seis metros de altura y conserva un aspecto natural. Tal y como han recopilado desde FranceInfo, en la casa predomina la madera sin tratar ni barnizar. “Es un prejuicio pensar que la madera sin tratar es un problema. Si hay una mancha, si la madera se pone un poco amarilla, es parte de la vida”, refiere Lucas. Esta decisión refuerza su voluntad de mantenerse alineados con principios ecológicos y una vida más sencilla.
El interior, a pesar del espacio acotado, está organizado para el aprovechamiento racional de cada centímetro. La decoración, lejos de limitarse a tonos neutros, introduce colores vivos y objetos con significado personal, como una alfombra heredada o un sofá azul intenso. “Era importante para nosotros que el ambiente reflejara quiénes somos”, comenta Joris, mientras señala la mesa de centro hecha a medida por artesanos locales. La reducción del número de muebles les permitió invertir en piezas únicas que dan carácter al espacio.
El proceso de amueblamiento requirió ingenio y criterio. Recurrieron a objetos de segunda mano y adaptaron una mesa tradicional con la técnica del chorro de arena, que elimina el barniz y deja ver la madera en su estado original. Esta práctica, además de económica, da nueva vida a mobiliario antiguo y conecta la vivienda con la historia local.
En el exterior, la casa utiliza madera quemada, una antigua técnica japonesa conocida como Shou Sugi Ban. El tratamiento consiste en carbonizar la superficie de los tablones, lo que protege de incendios, insectos y hongos. Lucas y Joris optaron también por un acabado de barniz mate que unifica el aspecto y minimiza los residuos.
Además, la estructura se apoya en pilotes para evitar excavar y así conservar la tierra original. “Queríamos que el impacto en el entorno fuera mínimo. Si alguna vez tuviéramos que irnos, la parcela podría recuperarse para la naturaleza, prácticamente sin rastro de nuestra casa”, señala Lucas.
“El acompañamiento durante todo el proceso fue fundamental”
La vivienda incorpora soluciones ecológicas adicionales. El baño funciona con inodoros secos, lo que reduce el consumo de agua y permite el compostaje de residuos. A esto se suma un sistema de tratamiento vegetal para las aguas grises, proveniente de lavabos y duchas, que permite depurarlas de manera natural antes de devolverlas al entorno.
La construcción fue realizada por artesanos locales y coordinada por una empresa dedicada a este tipo de viviendas. El proyecto, además de tener un fuerte componente ambiental, también implicó una experiencia colaborativa. “El acompañamiento durante todo el proceso fue fundamental. Tuvimos siempre asistencia cuando la necesitamos”, subraya Joris.
En términos financieros, la aventura supuso una inversión de cerca de 300.000 euros. Esta cantidad incluye la adquisición del terreno, las obras necesarias y la construcción de los dos módulos que componen la vivienda principal y un anexo. Si bien el costo por metro cuadrado no resulta inferior al de una casa convencional, Lucas y Joris valoran la rapidez de la obra y la posibilidad de decidir cada detalle del diseño.
“Te limitas a lo que necesitas, a lo esencial. Aprendes a seleccionar lo que es realmente importante”, sintetiza Lucas. Para esta familia, la vida en 40 metros cuadrados no representa una restricción, sino una forma de encontrar equilibrio, confort y respeto por el entorno. El auge de este tipo de viviendas indica una tendencia en la que el tamaño ya no es sinónimo de bienestar, sino de una nueva idea de hogar.
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