Ligar antes de Instagram: el arte de la seducción, una técnica perfeccionada desde hace más de 200 años

Antes del romanticismo digital, la sociedad tuvo otros métodos silenciosos que usaban los amantes para conocerse y conquistarse antes del matrimonio

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Antes de las redes sociales, la seducción se basaba en gestos, retratos, aromas y objetos simbólicos. Desde abanicos codificados hasta mensajes en clubes nocturnos, las personas han desarrollado estrategias para conectar emocionalmente, incluso en contextos represivos como el de la comunidad LGBTQ .

Desde los bailes en los grandes salones como método social para conocer a diferentes pretendientes, hasta los perfiles de aplicaciones de citas, los rituales de la seducción han evolucionado con el tiempo, adaptándose a las conductas sociales de cada época. Aun así, todas ellas mantienen una esencia común: la necesidad de conectar, expresar deseo y establecer vínculos, muchas veces a través de gestos codificados, imágenes y objetos simbólicos. A lo largo de los siglos, hombres y mujeres han perfeccionado formas sutiles —y a menudo creativas— de mostrar su interés amoroso, incluso cuando el lenguaje explícito o verbal no era una opción viable.

Y es que, en siglos anteriores a la fotografía, damas y caballeros usaban retratos para comenzar el cortejo. En algunas de esas ocasiones solo bastaba esa imagen para enamorarse e incluso casarse. Algo que le salió caro hasta al rey Enrique VIII de Inglaterra, que tras visionar el célebre retrato de Ana de Cléveris realizado por Hans Holbein el Joven en 1539, decidió casarse con ella. No obstante, el encuentro real fue un fracaso y el matrimonio, nunca consumado, se anuló pocos meses después.

La galería del HMS Calcutta,
La galería del HMS Calcutta, James Tissot, 1876 (Gary stock bridge)

Más tarde, en la época victoriana, la expansión de la fotografía hizo que se popularizaran los retratos entre las clases medias y altas. Las llamadas tarjetas de visita permitían a los pretendientes intercambiar imágenes de pequeño formato, facilitando una primera impresión cuidadosamente diseñada. “Te da la oportunidad de expresar quién eres. Te verás más activo socialmente y con un estatus más alto”, ha explicado John Plunkett, profesor de la Universidad de Exeter, en un artículo publicado en el Journal of Victorian Culture.

Del mismo modo, Plunkett ha señalado que estas tarjetas eran “parte de la construcción que un individuo hace de sí mismo en relación con una identidad colectiva más amplia”. Al igual que en los perfiles actuales, los sujetos solían aparecer vestidos de gala, leyendo o posando junto a objetos que simbolizaban riqueza o sofisticación. Realmente, se trataba de “aparentar y pensar en la imagen que quieres proyectar... como un perfil de Instagram o Twitter... Vas a elegir algo que muestre cierta versión de ti mismo”, concluye.

“Aromas para estimular amor y deseo”

¡Silencio! El concierto (Gary stock
¡Silencio! El concierto (Gary stock bridge)

De esta manera, durante la época de la Regencia en Inglaterra alrededor del 1800, el cortejo se convirtió en una forma sofisticada de interacción social, con reglas, códigos y rituales, en las que la mujer podía participar activamente. Por lo que “casarse por amor se convirtió en un ideal ampliamente celebrado durante el siglo XVIII”, señaló la historiadora Sally Holloway según la BBC. Definitivamente, la compatibilidad emocional comenzó a valorarse tanto como la económica.

Una de las estrategias más curiosas de este período fue el uso de abanicos con significados ocultos. En 1797, Charles Francis Bandini diseñó el Fanología o Abanico de Conversación Femenina, que incluía un alfabeto codificado. “El uso principal del abanico entre amantes habría sido como un medio de coqueteo mucho menos explícito, acompañado de miradas anhelantes, pestañeos y miradas amorosas”, explica Holloway.

Además del lenguaje de los abanicos, los aromas desempeñaban un papel crucial. Holloway señala que hombres y mujeres “usaban aromas para estimular y fortalecer los sentimientos de amor y el deseo sexual”, incluso impregnando cartas de amor con fragancias seductoras. También se intercambiaban regalos cargados de simbolismo: “Las parejas comprobaban si su disposición y perspectiva de la vida eran lo suficientemente similares, intercambiando libros como obsequio y subrayando los pasajes con los que más coincidían”.

Además, las mujeres solían responder con objetos hechos a mano. “Normalmente, regalaban a los hombres artículos como volantes y chalecos bordados [...] y flores prensadas, como violetas, que simbolizaban su modestia, veracidad y amor fiel”, dice Holloway. Incluso, para los más atrevidos, se hacían intercambio de mechones de cabello y anillos, en un signo más íntimo que denotaba una mayor unión sentimental.

Aunque los abanicos hayan desaparecido del cortejo moderno, la profesora ha destacado que la lógica detrás de estos gestos permanece: “Todos estos rituales ayudaron a crear una sensación de intimidad y cercanía emocional, similar a cómo las parejas modernas intercambian una avalancha de regalos, mensajes de texto, correos electrónicos, planean citas y salidas, y pasan tiempo juntos para comprobar su compatibilidad”.

Las noches de coqueteo en Berlín

Las noches de coqueteo en
Las noches de coqueteo en Berlín (Weimar berlin)

Las técnicas de seducción avanzaron poco a poco hasta la década de los 20 en el siglo XX. Tras la Primera Guerra Mundial, la sociedad dejó algunas formalidades atrás y se consolidó, poco a poco, la vida nocturna europea. Concretamente, el Residenz-Casino en Berlín, conocido como ‘El Resi’, ofrecía un sistema de comunicación único: los asistentes podían enviarse mensajes a través de un sistema de tubos neumáticos. “Sus reacciones, positivas o negativas, inmediatas y sin filtros, se vieron realzadas por la sensación de diversión y frivolidad que reinaba en la sala. Quizás deberíamos traerlas de vuelta”, sugiere Jennifer Evans, historiadora de la Universidad de Carleton.

El sistema incluía un proceso de moderación: los mensajes eran revisados por operadores para garantizar su cortesía. Además, los asistentes podían enviar regalos, “desde cigarrillos hasta pequeños objetos o cocaína”, dice Evans. Para muchos, esta experiencia sensorial en espacios marginales respondía a una necesidad profunda de conexión. No obstante, este tipo de interacción se perdió tras la Segunda Guerra Mundial: “Supongo que constantemente reinventamos maneras de comunicarnos, de expresar nuestros deseos, en estos espacios marginales o clandestinos”, ha añadido. Aun así, “parece decir mucho sobre quiénes somos como humanos y cuánto buscamos conectar”, reflexiona la profesora.

Códigos secretos en la comunidad LGBTQ+

La necesidad de comunicarse en secreto también ha sido esencial para la comunidad LGBTQ+, históricamente sometida a represión y marginación. En este contexto surgieron señales como el clavel verde, popularizado por Oscar Wilde en 1892, tras el estreno de su obra El abanico de Lady Windermere: “Nada en absoluto. Pero eso es lo que nadie adivinará”, habría respondido el autor cuando le preguntaron sobre su significado.

Sarah Prager, autora de varios libros sobre historia queer, explica que “esto resume muchos de estos símbolos queer: deben ser indicios y referencias ocultas sin expresar abiertamente su significado”. Entre otros códigos florales, destaca el violeta y la lavanda, pues han sido los colores que “se han asociado con la identidad queer durante siglos”. Algo que, como ha explicado Prager, podría proceder desde Safo, poeta griega del siglo VI a.C., quien “escribió sobre el amor entre mujeres y es uno de los primeros ejemplos registrados de identidad queer entre mujeres”

En la actualidad, los símbolos como joyas, tatuajes y ropa también han funcionado como medios de expresión. “Tengo tatuajes, pendientes y ropa que señalan mi identidad queer, lo que me facilita sentirme en comunidad”, comenta Prager. Y es que, “la sensación que siento al ver a alguien con uno de estos símbolos es un reconocimiento instantáneo de comunidad, seguridad y afinidad”.

Incluso en contextos opresivos, la necesidad de crear intimidad ha perdurado. “Desde símbolos como un pañuelo de color colgando del bolsillo trasero de un vaquero en el cruising gay, hasta emojis y acrónimos abreviados en el sexting”, ha añadido Jennifer Evans. Porque “la escritura secreta tiene una larga historia, mucho antes del sexting o, como dicen, de colarse en los mensajes directos”, afirma Evans.