
La madrugada del lunes 8 de julio de 2025 falleció en Galicia Suso Díaz, histórico dirigente sindical, obrero de los astilleros de Ferrol y figura clave en la construcción del sindicalismo de clase en la comunidad gallega. Tenía 80 años y llevaba tiempo luchando contra un cáncer que, pese al deterioro físico, no logró apartarlo del todo de la vida política y social. La noticia de su muerte generó un aluvión de condolencias que trascendió siglas ideológicas: desde el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hasta el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, pasando por Pablo Iglesias, Alberto Garzón o Unai Sordo, todos reconocieron la integridad y el ejemplo vital de un hombre que consagró su existencia a la lucha por los derechos de la clase trabajadora.
Su hija, Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, recibió un caluroso y emotivo abrazo del Congreso al reincorporarse a la actividad parlamentaria. No era sólo un gesto institucional: la figura de su padre, siempre discreta pero profundamente influyente, ha sido fundamental en la trayectoria ideológica y humana de la dirigente gallega. Suso Díaz no fue solo el padre de una política reconocida; fue, ante todo, un referente moral en la historia del movimiento obrero en España.
De aprendiz a referente sindical
Jesús Díaz Fernández, conocido como Suso, nació en Ferrol en 1944, en el seno de una familia obrera con raíces en Guitiriz. A los 14 años comenzó a trabajar como aprendiz en los astilleros de Astano, en Fene, hoy integrados en Navantia. Era 1958 y España aún vivía de lleno bajo la dictadura franquista. En ese contexto de precariedad y autoritarismo, Díaz dio sus primeros pasos en la organización obrera. En 1962 participó en su primera huelga, una decisión que marcaría el resto de su vida y lo situaría en el radar de la represión franquista.

En la clandestinidad se afilió a las Comisiones Obreras (CC.OO.) y al Partido Comunista, dos estructuras perseguidas por el régimen pero fundamentales para articular la resistencia laboral. Fue detenido por primera vez en 1969, aunque no sería la última. Estuvo implicado de forma directa en las movilizaciones obreras que culminaron trágicamente el 10 de marzo de 1972, cuando la policía asesinó a dos trabajadores, Amador Rey y Daniel Niebla, durante una protesta en Ferrol. Aquel episodio marcó a fuego su conciencia y cimentó la fecha como un símbolo del sindicalismo gallego.
En 1978, con la democracia en ciernes, se integró en los órganos de dirección de CC.OO. en Galicia. Su trayectoria fue ascendente, y en 1992 accedió a la secretaría general del sindicato en la comunidad. Ocupó el cargo hasta el año 2000, liderando una etapa de consolidación organizativa y fuerte presencia en las luchas laborales de sectores clave como el naval, el textil o la automoción. Fue también uno de los impulsores de la Fundación 10 de Marzo, dedicada a preservar la memoria obrera, y logró que esa fecha fuera institucionalizada como el ‘Día da Clase Obreira Galega’.
Militancia persistente y ejemplo moral
Pese a retirarse de la primera línea sindical, Suso Díaz nunca abandonó el compromiso social ni la militancia política. Continuó vinculado al Partido Comunista de Galicia y a Esquerda Unida. En 2015 apoyó la creación de la Iniciativa por la Unión (IPU), que buscaba articular una candidatura gallega unitaria de izquierdas. En 2023, su nombre fue incluido simbólicamente en la lista municipal de la coalición Podemos‑EU‑Alianza Verde en A Coruña, como reconocimiento a su trayectoria.
Sus compañeros lo describían como un hombre íntegro, austero y profundamente coherente. Nunca buscó notoriedad ni cargos públicos, ni siquiera cuando la política institucional pudo haberle ofrecido una vía de ascenso personal. Rechazó privilegios y mantuvo una actitud firme, pero abierta al diálogo. En 2010 fue galardonado con el Premio 10 de Marzo por la Fundación que él mismo había promovido. En 2024, UGT‑Galicia —tradicionalmente competidor sindical de CC.OO.— le concedió el Premio Fundación Luís Tilve, subrayando el respeto transversal que se había ganado a lo largo de los años.
Su legado no se reduce a los hitos formales de su biografía. Lo que distinguía a Suso Díaz era la convicción de que el sindicalismo debía ser un ejercicio diario de ética colectiva. Aún enfermo, seguía participando en actos conmemorativos y manifestaciones. No se resignó jamás a un papel pasivo, ni siquiera cuando la salud menguaba. Su discurso siempre volvía a lo esencial: la defensa de la dignidad en el trabajo, la memoria de quienes lucharon antes y la necesidad de formar nuevas generaciones con conciencia crítica.
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