
Un grupo de investigadores ha logrado por primera vez descifrar el genoma completo de una persona que vivió en el Antiguo Egipto, en un avance que ofrece nuevas pistas sobre los orígenes y la mezcla de poblaciones en la región en la época de la construcción de las primeras pirámides.
El análisis se realizó sobre los restos de un hombre hallados en una vasija de barro sellada en Nuwayrat, un pueblo al sur de El Cairo. Vivió entre hace 4.500 y 4.800 años, por lo que su ADN es el más antiguo de Egipto secuenciado hasta ahora. El estudio concluye que el 80% de su material genético procede de antiguas poblaciones del norte de África y el 20% de personas de Asia Occidental y la región de Mesopotamia.
Los resultados, publicados en la revista Nature, sugieren la existencia de conexiones culturales y migratorias entre Egipto y las sociedades del Creciente Fértil, área geográfica que hoy corresponde a Irak, Irán, y Jordania (lo que fuera Mesopotamia). Hasta ahora, solo los restos arqueológicos sugerían esos contactos, pero no existía una prueba genética de los mismos. El equipo también analizó el esqueleto del hombre y encontró evidencias de trabajo físico intenso durante una vida longeva.
“Combinar todas las pistas de su ADN, huesos y dientes nos permite reconstruir una imagen completa”, explicó la doctora Adeline Morez Jacobs, autora principal del estudio e investigadora visitante en la Liverpool John Moores University en Reino Unido. “Esperamos que futuras muestras de ADN del Antiguo Egipto nos ayuden a precisar cuándo empezó este movimiento desde Asia Occidental”.
Restos como fragmentos de cerámica indican que los egipcios comerciaban y compartían conocimiento con regiones vecinas, pero existía una dificultad para obtener pruebas genéticas de esas relaciones: el calor y la humedad que caracterizan Egipto deterioran rápidamente el ADN. En este caso, los restos se conservaron inusualmente bien en un recipiente de cerámica y los científicos pudieron extraer el material genético en buen estado de uno de los dientes. Si bien estos resultados se basan en una única persona, los expertos afirman que investigaciones adicionales podrían ayudar a aclarar el origen de los egipcios en los albores de la civilización que más tiempo ha perdurado.

Un rompecabezas genético
Hace 40 años, el genetista sueco Svante Pääbo - Nobel de Medicina en 2022 por secuenciar el genoma del neandertal - intentó extraer ADN de momias egipcias, pero no tuvo éxito debido a la mala conservación del material. Más recientemente, se lograron secuenciar parcialmente los genomas de tres individuos que vivieron entre 787 a.C. y 23 d.C., utilizando técnicas que solo permiten estudiar partes específicas del ADN.
Sin embargo, los avances técnicos logrados en la última década han permitido ahora secuenciar el genoma completo de este antiguo egipcio. “La técnica que empleamos se denomina secuenciación desordenada y consiste en analizar todas las moléculas de ADN extraídas del diente, cubriendo así todo el genoma”, explicó el coautor Linus Girdland-Flink, de la Universidad de Aberdeen (Escocia). “Esto permite que futuros investigadores accedan a todo el genoma que publicamos y no será necesario tomar más muestras de hueso o diente de este individuo”.
El estudio indica que el hombre no fue momificado antes de ser enterrado, seguramente debido a que esa práctica aún no era común. El no haber sido momificado, sin embargo, favoreció la conservación de su material genético. “Puede que hayamos tenido suerte, como encontrar una aguja en un pajar, pero confiamos en que se publiquen más genomas antiguos egipcios en los próximos años, sobre todo de personas enterradas en vasijas de barro”. Egipto es un país caluroso, pero su clima es relativamente estable, un factor crucial para preservar el material genético. Esto, el recipiente de barro y la tumba de roca en la que se depositó protegieron su ADN de la descomposición.

Rastreando la ascendencia
Para el análisis, los científicos extrajeron una pequeña muestra de la raíz de uno de los dientes y estudiaron el cemento dental, un tejido ideal para conservar ADN. De los siete intentos, dos muestras ofrecieron suficiente material para ser secuenciadas. Compararon después este genoma con el de más de 3.000 personas actuales y 805 individuos antiguos.
Los isótopos registrados en los dientes reflejaron el entorno donde el hombre creció y su dieta durante la infancia, consistente con el clima cálido y seco del valle del Nilo y basada en trigo, cebada, proteínas animales y plantas locales.
El 20% de su ascendencia muestra similitudes con genomas antiguos de Mesopotamia, lo que apunta a movimientos de población de importancia hacia Egipto durante ese periodo. El análisis forense de sus dientes y cráneo, realizado por el antropólogo dental Joel Irish, mostró rasgos compatibles con personas de Asia occidental.
Según el investigador Iosif Lazaridis, que ha estudiado ADN antiguo de Mesopotamia y el Levante pero no ha participado en este estudio, existe un debate sobre si los primeros egipcios eran originarios del norte de África o del Levante. Este análisis indica no tiene por que ser un origen u otro: ya en fechas tempranas había en Egipto personas con mayoría de ascendencia norteafricana y cierta influencia genética mesopotámica.

Enterrado de forma misteriosa
El estudio del esqueleto permitió determinar que el hombre medía algo más de 1,50 metros y tenía entre 44 y 64 años, posiblemente más próximo a la cifra mayor, algo muy inusual para su época.
El análisis genético muestra que tenía ojos y pelo oscuros y piel oscura. Sus huesos reflejan una vida de trabajo físico intenso, lo que contrasta con una sepultura de cierto rango dentro de una vasija ceremonial.
El esqueleto presentaba artritis y osteoporosis, así como rastros de haber pasado gran parte de la vida inclinado hacia adelante y con la cabeza agachada. Las marcas musculares aportan indicios de que mantuvo mucho tiempo los brazos extendidos y transportó objetos pesados. Los isquiones muy ensanchados sugieren que pasó años sentado sobre superficies duras. También presentaba artritis evidente en el pie derecho.
Irish revisó representaciones de actividades en el Antiguo Egipto, como la alfarería, la albañilería, la metalurgia, la agricultura y el tejido, para deducir cómo pudo ganarse la vida. Según las pruebas físicas y el contexto, la alfarería es el oficio que más encaja con su perfil, debido también a que el torno de alfarero llegó a Egipto por aquellos años. La particularidad es que su entierro es más propio de alguien de estatus alto, algo poco habitual en un alfarero, por lo que se plantea la posibilidad de que fuese especialmente hábil o exitoso para haber alcanzado cierto estatus social.
Antes de la llegada del torno de alfarero y los sistemas de escritura, las plantas y animales domesticados ya se habían difundido por el Creciente Fértil y Egipto durante el sexto milenio a.C., cuando las sociedades “pasaron” de ser cazadoras-recolectoras a asentarse de forma permanente (aunque, en realidad, no fue un cambio abrupto, sino un largo proceso en el que se conservaban costumbres y prácticas de ambos estilos de vida). Ahora, los investigadores se preguntan si los movimientos de personas formaron también parte de ese proceso. Más genomas antiguos de Egipto, África y el Creciente Fértil podrían responder a las dudas sobre quién vivió en cada lugar y cuándo.
“Cada persona que existió y su genoma representan una pieza única en el rompecabezas de la variabilidad genética humana”, declaró Girdland-Flink. “No podremos secuenciar los genomas de todos, pero mi esperanza es que reunamos suficientes muestras diversas del mundo para reconstruir de forma precisa los principales acontecimientos de la historia humana que nos han hecho como somos”.
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