El balance energético de la Tierra se ha duplicado en los últimos 20 años y el cambio es dos veces más rápido de lo que predicen los modelos

Un reciente estudio expone cómo la diferencia entre la energía que llega y la que abandona la atmósfera es mucho mayor de lo estimado, anticipando que el calentamiento global podría acelerarse más de lo pensado

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Un grupo de personas observa
Un grupo de personas observa el atardecer en Liberty Memorial en Kansas City, Missouri, el 12 de mayo del 2025. (AP foto/Charlie Riedel)

La medición del cambio climático suele realizarse mediante el seguimiento de temperaturas en distintos puntos del planeta a lo largo del tiempo. Este método permite detectar variaciones, pero los ciclos naturales pueden enmascarar tendencias. Existe, sin embargo, otro procedimiento que ayuda a interpretar mejor lo que ocurre: analizar la cantidad de energía que entra en la atmósfera terrestre y la que sale. Ese balance energético de la Tierra - la diferencia entre la energía que llega y la que se pierde al espacio - está hoy en día claramente descompensado, según advierte un estudio desarrollado por varios profesionales de ciencia atmosférica y climática y publicado en Advancing Earth and Space Sciences

Un balance energético que se desborda

Diversos estudios recientes advierten de que este desequilibrio ha aumentado con creces a lo largo de los últimos veinte años. Varios equipos científicos coinciden en el mismo diagnóstico: la brecha es mucho mayor de lo que reflejaban los modelos utilizados hasta ahora. A mediados de los 2000, el promedio de desequilibrio energético rondaba los 0,6 vatios por metro cuadrado. Hoy se acerca a 1,3 W/m². En la práctica, la energía que queda almacenada cerca de la superficie del planeta se ha duplicado, lo que sugiere una aceleración de los efectos asociados al cambio climático y plantea nuevas incertidumbres.

El balance energético funciona como una cuenta bancaria: la energía entra y sale, y cualquier alteración se traduce en un cambio directo en el saldo. La vida en la Tierra depende del delicado equilibrio entre el calor que aporta el Sol y el que la atmósfera devuelve al espacio. En los últimos años, ese equilibrio se inclina de forma decisiva. La radiación solar calienta la superficie del planeta, y los gases de efecto invernadero retienen parte de esa energía. La quema de combustibles fósiles como carbón, petróleo y gas ha provocado la emisión de más de dos billones de toneladas de dióxido de carbono y otros gases, que actúan como barrera e impiden la liberación de calor. Solo una pequeña parte de ese exceso energético calienta el suelo o funde los hielos de océanos y glaciares; la mayoría, hasta un 90%, se almacena en los océanos.

La Tierra pierde calor reflejando una porción a través de las nubes, la nieve o el hielo, y emitiendo radiación infrarroja al espacio. Durante siglos, la temperatura media del planeta se ha mantenido en torno a los 14 °C. Sin embargo, el desequilibrio energético hace que la temperatura actual haya subido entre 1,3 y 1,5 °C respecto a esa referencia histórica.

El calor extremo en escuelas
El calor extremo en escuelas afecta la salud y concentración de estudiantes, evidenciando la falta de ventilación e infraestructura adecuada. - (Imagen Ilustrativa Infobae)

Cambios más rápidos de lo que predicen los modelos

El seguimiento de este balance energético se realiza, sobre todo, por dos vías. Por un lado, se mide la radiación solar que llega y la que la Tierra emite al espacio mediante satélites dotados de radiómetros; por otro, se observa el aumento de temperatura en océanos y atmósfera gracias a miles de sensores que monitorizan desde la década de los noventa. Ambos métodos confirman el rápido aumento del desequilibrio, y esta aceleración ha pillado por sorpresa a la comunidad científica, puesto que los modelos climáticos no anticiparon una variación tan brusca. Según los cálculos previos, el cambio debía ser la mitad del que se está observando.

Las investigaciones apuntan a un factor clave: las nubes. Las superficies cubiertas por nubes blancas y muy reflectantes han disminuido, mientras que ha aumentado la proporción de nubes menos brillantes y de estructura más caótica. No queda claro el motivo. Se sospecha que la reducción de azufre en los combustibles de barcos desde 2020 podría haber influido, pero el aumento del desequilibrio comenzó antes. Factores naturales, como la Oscilación Decadal del Pacífico (una variación del clima del Pacífico que alterna fases de calentamiento y de enfriamiento cada 20 o 30 años), también pueden estar jugando su papel. Aun así, no se descarta que estos cambios en las nubes sean una consecuencia directa del calentamiento global.

La constatación de un desequilibrio energético cada vez mayor implica que los extremos de calor registrados recientemente no serán episodios puntuales, sino que hacen las veces de prefacio de la intensificación aún mayor del calentamiento que se experimentará en los próximos años.

Esta tendencia a largo plazo podría agravarse si las emisiones continúan. Los únicos modelos capaces de simular mediciones reales son aquellos con una alta “sensibilidad climática”, y todos ellos predicen un calentamiento más severo en las próximas décadas (y más allá) en caso de no reducir rápidamente las emisiones.