
Cuando amar a otro era un delito y ser uno mismo conllevaba palizas y persecución, todavía muchos se atrevían a vivir y buscar lugares que les permitiesen existir. En el Madrid de la dictadura, incluso en las narices de la policía franquista, había lugares que permitían que la comunidad LGTBI socializara, se expresara, follara y creara pequeños recónditos de resistencia que, décadas después, formarían auténticos movimientos políticos de liberación.
“Los mariquitas y las bolleras tenían necesidad de salir, porque eran seres humanos y querían pasárselo bien como cualquier persona, y buscaban sitios donde podían”, explica el doctor en Historia Moisés Fernández-Cano, presidente de la asociación MariCorners, de estudios interdisciplinares LGTBI+. De esta necesidad y deseo surgen los lugares de cancaneo, sitios a los que “ir a encontrarte con amigas, ligar, echar un polvo, beber algo…”. El historiador centra su tesis postdoctoral en estos entornos, estudiados gracias a los 500 expedientes policiales que relatan las detenciones por “invertido sexual” y “escándalo público”, así como los testimonios de quienes todavía recuerdan las estrategias de supervivencia queer durante el franquismo.
Inversión sexual en la calle Echegaray
En 1954, Franco reforma la conocida como ley de vagos y maleantes para incluir a los homosexuales como delincuentes. En caso de ser detenidas, estas personas debían ser internadas en instituciones especiales, “y en todo caso en absoluta separación de los demás”, o se les podía condenar a tener que abandonar “un lugar o territorio concreto”, “declarar su domicilio” o someterse a vigilancia.
Bajo la amenaza de la dictadura, parques, ruinas de la guerra y baños públicos ofrecían un espacio oscuro y secreto en el que reunirse brevemente. Pero también existían bares, tabernas y pensiones donde “los homosexuales sabían que había más permisividad” para su estilo de vida. “Entre Atocha, que es la principal estación de trenes de Madrid, y Puerta del Sol, que era donde se concentraba la vida política, social y cultural de la ciudad, había calles llenas de pensiones, tabernas donde la gente que viajaba a Madrid o que vivía en Madrid acudía para hacer gestiones del día a día”, explica Fernández-Cano. A unos pocos metros de la Casa de Correos, sede central de la policía franquista, varios locales admitían prácticas por entonces prohibidas.
Un expediente contra el Sevilla Cañí, bar de la calle Echegaray, da cuenta de estas costumbres. Su tabernero, sobrino de la propietaria, había sido descubierto manteniendo relaciones sexuales con un trabajador sexual. Días después, detienen a ese mismo joven de 17 años en una pensión de la calle Toledo, donde “el propietario permitía que los trabajadores sexuales masculinos fueran a llevar a sus clientes sin registrarse”. A través de este caso, se descubrió “un entramado muy grande de trabajo sexual masculino vinculado a una pensión de la calle Toledo. Toda una serie de clientes acudía a esa pensión a tener relaciones con trabajadores sexuales de entre 17-20 años y todos acudían a bares y tabernas de la calle Echegaray”, cuenta el historiador.
Las más destacadas fueron tres: el Tánger, el Norte y Sevilla Cañí, tres locales situados “uno prácticamente detrás del otro” que “por la mañana eran bares donde había viajeros, transeúntes e incluso funcionarios del Gobierno”, pero por la noche “eran zonas donde, sin nadie miraba, te permitían cierto tipo de cosas”.
Tras detener a seis hombres, entre ellos un policía municipal, los tres bares fueron clausurados. “Pero a dos calles a la derecha, estaban los billares de Victoria”.
Salas de billar

Fundadas en las décadas de los años 20 y 30 para las clases burguesas, las salas de billar habían caído en decadencia en 1950 y se habían convertido en lugares de sociabilidad disidente. “Era un especio donde se permitían cierto tipo de prácticas y, sobre todo, se sabe que estaban vinculadas al trabajo sexual masculino”, dice el historiador. En Callao y en Victoria podían encontrarse los dos más populares, pero no eran un fenómeno tan común.
“Hay otros espacios, como los baños públicos”, señala Fernández Cano, un espacio “que oscila entre lo privado y lo público, porque es un sitio al que tú puedes entrar en cualquier momento del día, pero que luego tiene un cubículo que te ofrece cierta privacidad”.
Podían encontrarse en casi todas las plazas, desde Tirso de Molina hasta Santa Ana. Pero estos espacios no estaban libre de riesgo: “Había gente que se hacía pasar por policías y te extorsionaban. Es decir, la sociabilidad en estos momentos siempre era muy peligrosa, pero aun así era lo único que conocían. Entonces tú ibas a estos espacios sabiendo, arriesgándote a que te podía pasar cualquier cosa”, dice el historiador.
Cines Carretas, la “Catedral de Madrid”

En el cancaneo español, los cines también tuvieron mucha importancia. “Eran salas que ofrecían espacios de visionado continuo, abrían a las 10:00 o las 11:00 hasta muy buenas horas de la noche. Tú comprabas una entrada y podías quedarte dentro todo el día”, explica Fernández-Cano. Además, contaban con zonas conocidas como el ambigú, “zonas de descanso, donde se podía fumar, comer o ir a los baños. En estas zonas, que eran entre oscuras y luminosas, a veces se permitía esa sociabilidad y te ofrecían un poco de anonimato”.
Entre ellos, destacaban los Cines Carretas, tan conocidos como lugar de encuentro homosexual que hasta Joaquín Sabina canta sobre ellos en Juana La Loca. Lo que hoy ocupa un bingo se consideraba antaño “la Catedral de Madrid, porque era un sitio de bautismo: tenías que ir al cine si querías consagrarte en la comunidad invertida, porque era donde iban todos los mariquitas”, dice Fernández-Cano, si bien se ha encontrado con fuentes que descartaban acercarse “porque era un asco”. “Digamos que se ha convertido más en un mito que en una realidad”, apunta el historiador.
Los Cines Ideal, todavía hoy abiertos, tampoco se quedan atrás: acumulan más de 20 expedientes de encuentro sexual.
La apertura de la embajada estadounidense

Estrechar lazos con Estados Unidos supuso el inicio de una apertura internacional para España. Con la llegada de la embajada estadounidense en Madrid a finales de los 50, los yankees importarían a la capital una serie de bares y restaurantes más permisivos con el alcohol y la música en los que surge “una proto-homosociabilidad”, dice el historiador.
“No tiene nada que ver con la sociabilidad LGTB que entendemos hoy en día, pero son bares donde sí que acude la gente con conciencia de ir a un bar donde hay ambiente”, puntualiza. Bares como el Tony 2, con modernos nombres americanos, fueron surgiendo por los alrededores de la embajada y extendiéndose hacia el Paseo de Recoletos o el Barrio de Salamanca.
Si sabemos que estos bares estaban enfocados a un “público disidente”, dice Fernández-Cano, es por la existencia de las guías de ocio para hombres gay que se empezaron a comercializar en EEUU en los años 60. Madrid, Barcelona y Málaga comenzaron a aparecer en 1964 en estas publicaciones, que mencionan los locales de ambiente con advertencias sobre sus horarios tardíos, en comparación a las costumbres americanas.
“Para las clases obreras, lo más fácil era la calle”

Sin embargo, apunta el historiador, “para las clases obreras, lo más fácil era la calle”, que “realmente fue el sitio donde se daba de todo”. Sin lugares donde ocultarse, a la vista de todo el que pasara, hasta la Gran Vía podía ser un espacio en el que encontrar personas homosexuales.
Quienes conocían las formas, salían a “hacer la carrera”: subían por la acera derecha de Gran Vía, normalmente por la noche, y, al cruzarse con un hombre que les interesaba, se acercaban mucho a un escaparate, mirando. “Si os gustabais, hacíais un cruce de miradas que diera lugar a un entendimiento y os ibais a una taberna, a una pensión o a lo que encontrases en aquel momento”, dice Fernández-Cano. Estos encuentros eran especialmente frecuentes frente a los grandes almacenes SEPU, en donde hoy se ubica el popular Primark de Madrid.
Las clases pudientes no arriesgaban tanto: preferían las fiestas privadas en pisos, pero no se libraban de las redadas policiales. “Hay descripciones de algunas orgías con detalles sexuales totalmente sórdidos que darían para guion pornográfico”, asegura el historiador, criticando el “morbo del archivo franquista”.
La Transición, un cambio que se queda corto
La muerte de Franco y la llegada de la democracia a España trajo consigo cambios que favorecieron a la comunidad LGTBI. Las reformas legislativas despenalizaron oficialmente la homosexualidad en 1978, pero aún persistían herramientas como el escándalo público o la corrupción de menores para perseguir estos comportamientos, con casos documentados hasta los años 90.
“La Transición supuso un cambio de paradigma con la posibilidad de organizarse, de manifestarse. A nivel cultural, obviamente España sí que vive un momento de ebullición en el cine y toda una serie de muestras públicas y personajes que se pueden manifestar, algo que en los 70 y 60 hubiese sido imposible”, valora el historiador. “El cambio sí que está, pero judicialmente queda muchísimo camino por hacer”, recuerda.
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