De Safo de Lesbos a Gloria Fuertes, mujeres que amaron a otras mujeres: el silencio y la censura del lesbianismo y la bisexualidad

Desde la Antigua Grecia hasta el siglo XXI, distintas mujeres se han convertido en iconos del colectivo LGTBIQ+ por razón de su sexualidad o identidad

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Safo de Lesbos, Virginia Woolf,
Safo de Lesbos, Virginia Woolf, Frida Kahlo, Janis Joplin o Elvira Sastre se han convertido en iconos lésbicos o bisexuales en la actualidad. (Montaje Infobae con imágenes de Wikimedia Commons e Instagram)

El lesbianismo y la bisexualidad de las mujeres han estado marcados durante siglos por el peso del silencio: junto a la discriminación que a lo largo de los años ha sufrido el género femenino, las mujeres lesbianas y bisexuales se han enfrentado al hecho de no encajar en el estereotipo que se esperaba de ellas. Esto llevó a muchas a verse abocadas a matrimonios que no les satisfacían, a ocultar entre cuatro paredes lo que querían gritar al mundo o a simplemente callar un deseo que permaneció ocultó durante años, sepultado por las apariencias, los convencionalismos y la prohibición.

Cuando comenzaron a poder dar pequeños pasos hacia la libertad de amar y ser, se encontraron con otro escollo: la hipersexualización. Se empezó a tolerar que reconociesen y mostrasen su sexualidad, pero porque esto permitía configurar y alimentar un producto de deseo y fantasía masculina.

Hasta llegar a la época en la que nos encontramos ahora, en la que el Día del Orgullo LGTBIQ+ continúa siendo necesario para reivindicar la diversidad y la libertad (más aún en un contexto global de auge de los discursos de odio y de prohibiciones del colectivo en muchos países del mundo), son muchas las mujeres que han tenido que atravesar una senda de incertidumbre y rechazo.

Mujeres que escribieron sobre mujeres, que llevaron su amor en secreto para no perturbar los convencionalismos sociales, que se negaron a poner en palabras lo que su corazón sentía o que gritaron abiertamente lo que eran. Todas ellas, ya fuese a través del temor o la valentía, se atrevieron a amar a las mujeres en una sociedad que demostró que las odiaba.

Safo de Lesbos, la décima musa

“Viniste e hiciste bien, porque yo te deseaba; / me refrescaste cuando ardía de pasión”. Safo de Lesbos, una de las grandes poetas de la Antigua Grecia, escribió sobre el amor, el deseo y la intimidad con un tono en ocasiones erótico. El hecho de que en muchos de los fragmentos que se conservan de su obra las palabras vayan dirigidas a mujeres la he erigido como símbolo histórico del amor lésbico, término que, de hecho, proviene de su nombre.

'Safo y Erinna en un
'Safo y Erinna en un jardín en Mitilene' (1864), de Simeon Solomon. (Wikimedia Commons)

Su vida se mueve entre la incógnita y el mito, marcada en gran medida por la censura. Safo lideró en la isla de Lesbos una escuela de mujeres que se dedicaban al arte, la poesía, la música y la veneración a Afrodita, la diosa griega del amor. Las referencias amorosas y eróticas dirigidas a mujeres que se encuentran en sus obras han sido interpretadas durante siglos como un ejemplo de la verdadera sexualidad de la escritora, que en la actualidad continúa siendo desconocida. De hecho, la profesora Margaret Reynolds, experta en la figura de Safo, ha destacado que, siguiendo las distinciones de las orientaciones sexuales actuales, se ubicaría en la bisexualidad porque el deseo de sus escritos se dirige tanto a hombres como a mujeres.

Fuesen o no sus versos un ejemplo de su identidad, sí lo fue para sus comentaristas, por lo que su obra fue posteriormente perseguida, quemada y destruida por el cristianismo por considerarse este deseo femenino como algo inmoral.

Emily Dickinson, un amor prohibido y censurado

La relación de Emily Dickinson con su cuñada Susan Gilbert, la mujer de William Austin Dickinson, ha sido descrita durante años como una amistad muy cercana, pese a que en febrero de 1852 la poeta estadounidense le escribiese: “Pienso en ti, querida Susie, ahora, no sé cómo ni por qué con más cariño conforme pasan los días, y el dulce mes de la promesa se acerca más y más; y veo julio de un modo muy distinto al de antes [...]; todos los cambiaré por ese ardiente y furioso mediodía en que contar las horas y los minutos previos a tu llegada”.

Rebecca Patterson, Lillian Faderman o Martha Nell Smith son algunas de las investigadoras que, reivindicando el tono apasionado de esta y otras numerosas cartas conservadas, han señalado que Emily y Susie eran amantes y no amigas: “Lo que parece obvio es que la obsesión por borrar la sexualidad de Emily para convertirla en una santa moderna no es más que la expresión evidente de que la homofobia está profundamente instalada en nuestra cultura”, escribe Lucía Etxebarría en Mujeres extraordinarias: una historia de mentiras.

El primer Orgullo LGTBI de España: cuando Barcelona se levantó por la liberación homosexual.

Los escritos de Emily también sufrieron la censura, un ejemplo del secreto y olvido al que quedó abocado durante siglos el amor entre mujeres y la identidad de las lesbianas y bisexuales: tras su muerte, muchas de sus cartas y poemas fueron censurados, alterando y eliminando algunas referencias a Susan.

El ‘Orlando’ de Virginia Woolf: “la carta de amor más larga de la literatura”

“Si en algún momento una mujer fue una vela encendida, un brillo, una iluminación que cruzara el desierto (hacia Persia) y me dejara… Fue Vita”, escribía en enero de 1927 Virginia Woolf, una de las figuras más destacables del modernismo anglosajón, sobre quien fue su amante durante aproximadamente una década, Vita Sackville-West.

Casadas ambas con hombres siguiendo los convencionalismos de la época, encontraron en la otra una forma de libertad que a las mujeres les estaba vedada: Virginia, casada con el también escritor Leonard Woolf, mantenía con su marido una relación intelectual y afectiva, pero no convencional en razón de sexo; Vita, por su parte, tuvo un matrimonio abierto con Harold Nicolson, por lo que en ambos casos ellos eran conocedores de lo que existía entre sus esposas

De hecho, Vita fue la inspiración para uno de los libros más conocidos de la autora, Orlando. En esta obra, entendida por la propia musa como “la carta de amor más larga de la literatura”, el personaje cambia de sexo y recorre Europa, un ejemplo del espíritu libre y ambiguo de Vita y un desafío a las normas binarias.

Virginia Woolf y Vita Sackville-West.
Virginia Woolf y Vita Sackville-West. (Wikimedia Commons)

Los problemas de salud mental que acompañaron a Virginia Woolf durante gran parte de su vida llevaron a la escritora a suicidarse en 1941 arrojándose con piedras en los bolsillos al río Ouse. Pese a que en ese momento la relación amorosa con Vita se había enfriado, el cariño y la amistad que siguió uniéndolas se demuestra en la carta que Sackville-West le escribe a Leonard tras la muerte de Virginia, recogida en Afterwords: Letters on the Death of Virginia Woolf, editado por la investigadora Sybil Oldfield: “La mente y el espíritu más hermosos que jamás conocí, inmortal tanto para el mundo como para quienes la amábamos… Esta carta no es difícil de escribir, pues sabrás algo de lo que siento y sobran las palabras. Siento un dolor inmenso por ti y por mí, una pérdida que jamás podrá disminuir”.

Entre el mito y la verdad: Frida Kahlo y Chavela Vargas

Frida Kahlo, una de las pintoras mexicanas más valoradas en todo el mundo, ha trascendido hasta nuestro tiempo como bandera de identidad y rebeldía. Su vida estuvo marcada por el dolor físico y emocional, a consecuencia del accidente de autobús con cuyas secuelas tuvo que vivir hasta el final de sus días y la relación tormentosa con Diego de Rivera, pero también por el amor y la libertad.

En varios de sus escritos, la artista reconoce haber amado tanto a hombres como a mujeres en un momento en el que esto todavía resultaba un escándalo. Uno de sus romances más conocidos es que el habría mantenido con la cantante Chavela Vargas, natural de Costa Rica, pero nacionalizada en México.

Las afirmaciones de que su vínculo trascendió la amistad se apoyan en el testimonio de la propia cantante. Chavela Vargas, aunque mantuvo relaciones con mujeres a lo largo de toda su vida, no lo reconoció públicamente hasta que tuvo 80 años: “Todos, para hablar de mi homosexualidad, utilizaban la palabra rareza. Lo que duele no es ser homosexual, sino que lo echen en cara como si fuera la peste”, se recoge en la biografía Y si quieres saber de mi pasado, escrita en 2002 por María Cortina.

Además, una supuesta carta que Frida le habría mandado a Carlos Pellicer también lo confirmaría: “Hoy conocí a Chavela Vargas. Extraordinaria, lesbiana, es más, se me antojó eróticamente. No sé si ella sintió lo que yo”. Sin embargo, su autenticidad ha sido cuestionada por Hilda Trujillo Soto, ex-directora de los museos Diego Rivera-Anahuacalli y Frida Kahlo, ya que no corresponde “ni a la caligrafía, ni, en su contenido, al estilo de los escritos de Frida Kahlo”.

Varias fotografías de Frida Kahlo.
Varias fotografías de Frida Kahlo. (Guillermo Kahlo/Wikimedia Commons)

Sea mito o realidad, la manera de vivir de ambas mujeres reflejó un deseo incontenible de libertad y de ruptura de los convencionalismos. Lo verdaderamente relevante es que se atrevieron a ser lo que querían en un momento en el que su simple existencia causaba incomodidad.

“Yo amo a una mujer”

Junto a Safo de Lesbos, que dirigió sus palabras íntimas hacia musas con nombre de mujer; Emily Dickinson, que fue silenciada por no enmarcarse dentro de la heterosexualidad imperante y obligada del siglo XIX; Virginia Woolf y Vita Sackville-West, incomprendidas y pseudolibres, y Frida Kahlo y Chavela Vargas, que exploraron los límites de su deseo y dieron un portazo a lo que se esperaba de una mujer en su época, muchas otras a lo largo de la historia se encontraron con barreras en su camino por ser lesbianas o bisexuales.

Por ejemplo, Alejandra Pizarnik, de la que en la actualidad las biógrafas Cristina Piña y Patricia Venti reivindican su bisexualidad en base a las referencias en sus obras y diarios (incompletos), así como los testimonios de algunos de sus coetáneos cercanos, que señalan que en ocasiones ocultaba su sexualidad y, en otras, presentaba abiertamente a su novia.

Alejandra Pizarnik. (Wikimedia Commons)
Alejandra Pizarnik. (Wikimedia Commons)

También Gloria Fuertes, que quiso desprenderse de las etiquetas y enfatizar su libertad personal por encima de ellas en una época (el franquismo) en la que esa palabra estaba vedada. Ese ser diferente y estar fuera de la norma estaba presente en muchos de sus poemas: “Desde siempre mi alma cabalgando al revés”.

“Yo amo a una mujer / con un idioma propio, que se inventa / mis preguntas, que me clava las uñas / solo para salir a coger aire, una mujer / que tiene en su lengua el único idioma que conozco”, escribe Elvira Sastre en Adiós al frío. Sus poemas y escritos son un diario abierto en el que la intimidad y el deseo sáfico se erigen como protagonistas, demostrando la importancia que todavía tiene en la actualidad hacer bandera y seguir luchando: “No aceptaré este mundo mientras siga habiendo una única persona LGTBIQ+ amenazada”, expuso en redes sociales en el Orgullo del año pasado.

Ya sea alzando la voz, dejándola por escrito o simplemente intentando existir cuando su sexualidad e identidad eran (o es) delito o escándalo, todas ellas y muchas más han contribuido y siguen contribuyendo cada día a que las niñas del hoy puedan, en el futuro, amar a las mujeres del mañana. Que puedan ser libremente, sin miedos, silencio ni censura.