
“No lo podía creer. Era como una pesadilla”, expresó Marco Velázquez, un residente del South Side de Chicago (Estados Unidos), al recordar el momento en que descubrió que su propiedad, que intentaba vender, había sido ocupada por desconocidos.
La incredulidad inicial pronto se transformó en una batalla legal y personal que lo llevó a tomar una decisión insólita: mudarse a su propia casa junto a los presuntos okupas, comentó el diario ABC Chicago.
La historia comenzó cuando el agente inmobiliario de Velázquez acudió a la vivienda para mostrarla a un posible comprador. Al llegar, encontró que una pareja se había instalado en la casa y afirmaba ser la legítima propietaria.
Los ocupantes, identificados por la policía como Shermaine Powell y Codarro Dorsey, presentaron a los agentes un documento hipotecario que, según confirmaron las autoridades del Condado de Cook, no figuraba en los registros oficiales.
“Sabía que eran impostores, pero la ley no me daba herramientas rápidas”, relató Velázquez.
La impotencia legislativa
La reacción de la policía fue tajante. Bajo la ley de Illinois, no podían desalojar a los presuntos ocupantes ilegales sin una orden judicial. “Lo peor que pasó fue cuando la policía me dijo que no podían hacer nada. Tiene que ir a un tribunal civil”, explicó el hombre.
Esta respuesta dejaba indefenso a Velázquez, ya que el proceso de desalojo en los tribunales podía extenderse durante meses e incluso años.
Ante la falta de soluciones, el hombre y su esposa optaron por una estrategia poco convencional. “Dije: ‘No me voy a ir’. Llamé a un par de amigos, me quedé a pasar la noche y sabía que no les iba a gustar”, recordó el propietario.
Así, la pareja y algunos allegados se instalaron en la sala de estar de la vivienda, vigilando la puerta, mientras los okupas permanecían en uno de los dormitorios. “Nos quedamos toda la noche con ellos”, señaló Velázquez. “Queríamos dejarles claro que no cederíamos”, añadió.
Un acuerdo controvertido
A la mañana siguiente, los okupas exigieron 8.000 dólares (unos 7.000 euros) para dejar la propiedad, alegando que esa cantidad correspondía a los gastos que habían realizado en la supuesta compra de la vivienda.
Algo que para el propietario fue un intento de extorsión, aunque valoró dicha opción. “No era justo, pero era la opción más rápida”, admitió. La negociación fue tensa. Velázquez propuso llegar hasta los 4.300 dólares (3.700 euros) si los okupas firmaban un acuerdo donde renunciaban a cualquier derecho sobre la vivienda y entregaban las llaves.
“No queríamos darles dinero, pero escuchamos historias realmente malas sobre ocupantes ilegales que ocupaban propiedades durante seis, ocho, diez meses, incluso un año”, lamentó el propietario.
Finalmente, Powell y Dorsey aceptaron la oferta y abandonaron la casa, permitiendo que Velázquez recuperara el control de su propiedad. “Es verdad que no me salió gratis el suceso, pero por lo menos logré solucionar el problema antes de lo previsto inicialmente”, reconoció.
“Ya había oído historias sobre okupas. Nunca pensé que me pasaría a mí”, confesó Velázquez. La experiencia dejó una huella imborrable en el propietario, que ahora advierte a otros sobre los riesgos de la ocupación ilegal y la necesidad de reformas legales que protejan de manera efectiva los derechos de los dueños de viviendas.
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