
Un viaje en tren entre Roma y Milán ha encendido un debate sobre la creciente intolerancia social hacia los niños en espacios públicos. Todo comenzó, tal y como ha relatado Corriere del Trentino, el viernes 12 de junio de 2025, a las 15:00 horas, cuando un pasajero subió al Italo 9940 acompañado por dos de sus cuatro hijos: Giacomo, de seis años, y Filippo, de siete. Durante las tres horas de trayecto, los menores se comportaron con tranquilidad: uno durmió parte del viaje, el otro escuchó en voz baja El mago de Oz, jugaron a las cartas, dibujaron y se levantaron ocasionalmente para ir al baño.
A pesar del tono sosegado del desplazamiento, al llegar a la Estación Central de Milán, un pasajero que compartía mesa con la familia estalló en un ataque de exasperación. El detonante fue un leve roce del pie de Giacomo al levantarse, que provocó en el adulto una reacción visible de rechazo: “Se sacude el polvo de sus pantalones chinos crudos con la mano, casi como para liberarse de la contaminación”, relata el padre en una columna personal publicada días después.
El pasajero, que continuaba su viaje hacia Turín, les reprochó haber tenido que “soportar lo insoportable durante tres horas”, concretamente: “Nos levantamos tres veces para ir al baño, luego a la cafetera y luego de vuelta al baño, lo que lo obligó a cruzar las piernas tres veces para dejarnos pasar; pero, en realidad, no hubo discusiones, ni gritos, ni psicodramas”. Pero su intención no era criticar a los niños, sino a los padres: “Ya no saben cómo manejarlos”. Finalmente, el padre de los niños lamentó la reacción tardía y el tono del reproche, y concluyó con una reflexión amarga: “Si el umbral de tolerancia a la presencia e incomodidad de dos o más niños es tan bajo, entonces quizás merezcamos la extinción para finalmente dar paso a la paz y al silencio”.
Para comprender qué hay detrás de este tipo de reacciones, el medio italiano ha entrevistado al psicólogo y psicoterapeuta Michele Facci, quien considera que el problema es doble: “Ambas cosas son ciertas, y lamentablemente se crea una sinergia disfuncional entre ellas". Y es que, "los padres están más solos, luchan más, y cada vez hay menos atención para los niños. Por otro lado, el umbral de tolerancia de los adultos hacia los pequeños es mucho menor”, ha explicado.
“Solemos sustituir esta ‘paciencia’ dándoles a los niños un móvil”

Facci, director de un consultorio psicológico con sedes en Milán, Trento y otras ciudades italianas, subraya que “nos cuesta más seguir el ritmo de la educación con paciencia y disponibilidad, y solemos sustituir esta ‘paciencia’ dándoles a los niños un móvil o una tableta, lo que resuelve el problema rápidamente”. Esta tendencia ha generado un fenómeno social más amplio: “Somos una sociedad más individualista que antes. Nos centramos más en el bienestar individual y solemos querer ‘eliminar’ el problema no teniendo hijos”.
Además, según el especialista, los niños de hoy no son peores, pero sí distintos. “El cerebro humano está diseñado para ser estimulado”, no obstante “los niños de hoy crecen hiperestimulados y, a menudo, esto ocurre sin acompañamiento ni filtro”, afirma el experto. “Esto significa que tendrán mayor dificultad para gestionar la frustración y tenderán a ser más impulsivos al resolver un problema”.
Del mismo modo, Facci sostiene que “no se trata de una epidemia” de niños problemáticos, sino de diagnósticos más precisos y de padres más agotados: “A menudo carecen de apoyo externo o familiar, como antes entre abuelos, tíos y vecinos”. Por eso, reclama “una iniciativa más estructural que priorice las políticas de natalidad […], estructuras y recursos, incluidos los económicos, que puedan ayudar a los niños y reducir el uso de dispositivos”.
Además, destaca un hecho paradójico: “Percibimos a los niños como diferentes de nosotros. Si bien somos más empáticos con los adultos porque son similares a nosotros, olvidamos que fuimos niños". Sin embargo, “un niño de hoy no tiene nada en común con uno de los años 90: tanto en sus relaciones como en su contención educativa” aclara el psicólogo.
Entonces, ¿cómo se podría solucionar esta falta de tolencia y la creciente dificultad para gestionar la frustración? El experto ha asegurado que lo primordial es “dar buen ejemplo”, pero “por desgracia, los adultos a menudo carecemos de esto”. Y es que, “los niños ya no sienten una autoridad, por lo que se comportan con más libertad”. De esta manera, opina que “los padres deberían estar un poco más preparados, más al día, quizás leyendo manuales especializados y aprendiendo técnicas que nos ayuden a ser más empáticos”, subraya. Su entrevista no acaba antes de lanzar una última idea: “No demonicen la tecnología, pero nunca ignoren dar buen ejemplo”.
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