
Las jirafas, esos animales gigantes de cuello y patas alargadas que parecen sacados de un cuento, son sin duda uno de los animales más fascinantes del planeta, y llegaron incluso a vivir en la Península Ibérica. Su distintiva silueta, que supera los cuatro metros de altura, está marcada por manchas que se asemejan a un tablero de ajedrez y despiertan asombro, por lo que el 21 de junio se celebra el Día Mundial de la Jirafa.
Sin embargo, el concepto de ‘jirafa’ que se tiene en mente es solo una parte muy reducida de una historia evolutiva mucho más compleja y sorprendente, como bien explica el investigador asociado del Instituto Catalán de Paleontología (ICP) y paleontólogo Israel M. Sánchez a Infobae España.
La evolución de estos animales ha dado lugar a una diversidad de formas y tamaños, mucho más allá de los elegantes y altos ejemplares que dominan las sabanas africanas. Sánchez señala que “a partir del Mioceno Superior, las jirafas se convirtieron en un grupo superdiverso, con formas y tamaños que nada tienen que ver con las de cuello largo que se conocen hoy”.
Una diversidad oculta
Las especies que habitaron la Península Ibérica en el pasado, hace aproximadamente 10 millones de años, como el Decennatherium rex (la jirafa más antigua del mundo) y el Birgerbohlinia schaubi, son testimonio de esa diversidad olvidada. Durante una larga trayectoria, las jirafas se expandieron por Europa, Asia y África, y sus ancestros no eran exactamente como los que se conocen actualmente.
“El Decennatherium rex, por ejemplo, no tenía el cuello tan largo. De hecho, su estructura era mucho más musculosa”, explica el paleontólogo. En 2017 se encontraron restos fósiles de esta especie en el Cerro de los Batallones de Madrid, en el que representa el ejemplar más primitivo del enorme linaje de los jiráfidos, según el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Además de su cuerpo, que podría haber alcanzado los 2,5 metros de altura, contaba con “cuatro osiconos” (apéndices de la cabeza): “Un par encima de los ojos y detrás un par más largo”.

Parecidos a los okapis
Lo que más sorprende al explorar el pasado de las jirafas en la Península es que la presencia de ejemplares de Decennatherium pertenece al grupo de los samoterinos, una familia que recuerda a los okapis, pero “más robustos”. “Estos llegaron desde Asia y eran animales impresionantes”, comenta Sánchez.
Era una de las especies más emblemáticas y dejó huellas claras en el yacimiento de Batallones. Allí se encontró un esqueleto casi completo, así como machos y hembras, proporcionando información invaluable sobre la estructura de estos animales que una vez dominaron la región. “Aunque no eran tan grandes como los ejemplares modernos, era imponente”, relata el experto. Por otro lado, Birgerbohlinia pertenece al grupo de los sivaterinos, la jirafa gigante que vivía en África: “Era lo mismo que había en la Península, pero a lo bestia”. Esta podía alcanzar los seis metros de altura.

La expansión de las jirafas por el Mediterráneo
Lo realmente fascinante del grupo de los samoterinos no es solo su anatomía, sino su capacidad para expandirse por todo el Mediterráneo. “En el Mioceno, estos animales se extendieron por una amplia franja que incluía Asia, África y Europa, incluyendo la Península Ibérica”, afirma el experto. Esta difusión brutal por toda la zona pone de manifiesto el éxito que tuvieron en su adaptación a los ecosistemas de la época. “Los últimos se piensa incluso que llegaron a convivir con humanos. Pero no vinieron en fila uno detrás de otro, como la gente piensa”, desliza el paleontólogo.
En ese momento, el paisaje de la región “ya era más abierto” y las jirafas ibéricas tenían una dieta mixta. “Se alimentaban de hojas, pero también de hierba”, indica Sánchez. Sin embargo, no existen evidencias de cómo eran socialmente. De acuerdo con Sánchez, “faltan más estudios para comprender su estructura social, ya que se necesita un registro muy concreto de fósiles”.
Una extinción sin respuesta
A pesar de su expansión desde Oriente Medio, el grupo de los samoterinos desapareció: “Produjeron muchas especies y luego se extinguieron. Lo que queda son los grupos más modestos”. Aunque se desconoce la causa, la mayoría de estos animales dejaron el planeta hace millones de años y solo perviven la jirafa de la sabana y el okapi.

Mientras que las de cuello largo prefieren los ambientes abiertos, el que cuenta con rayas de cebra es un animal más relacionado con los bosques tropicales, un superviviente de un linaje más intermedio. “Es un caso curioso. Aunque no pertenece a la misma línea que las jirafas modernas, es uno de los pocos sobrevivientes, lo que lo convierte en una especie única”, afirma Israel M. Sánchez.
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