
“Nos lavamos por costumbre, porque es la norma social, no porque lo necesitemos por razones médicas”, afirma el médico estadounidense James Hamblin, profesor de la Universidad de Yale. Esta declaración es el punto de partida de un experimento personal que ha generado un debate entre la higiene y la salud de la piel.
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Hamblin, especializado en salud pública, decidió hace ya más de ocho años dejar de ducharse en el sentido convencional, eliminando de su rutina el uso del jabón, champú y desodorante. Su objetivo: cuestionar la necesidad real de los productos de higiene y explorar el impacto que tienen en el microbioma cutáneo.
Una rutina sin químicos
La decisión no fue impulsiva ni fruto de una moda. Según relata en su libro Clean: The New Science of Skin, Hamblin llevó a cabo una reflexión profunda antes de modificar sus hábitos.
“Cuando aplicamos productos de higiene alteramos el equilibrio”, explicó, en alusión al ecosistema de microorganismos que habita en la piel humana. Este microbioma cumple funciones esenciales en la protección y el mantenimiento de la salud cutánea.
Durante los primeros meses tras abandonar los productos, el médico experimentó un periodo de adaptación. “Mi cuerpo pasó por una etapa en la que percibía un olor corporal más fuerte”, reconoció.
Sin embargo, ese olor terminó por desaparecer, un cambio que atribuye a la recuperación del equilibrio natural de su microbiota. Hoy, su rutina de limpieza se basa exclusivamente en el uso de agua.
¿Limpieza o exceso de limpieza?
En su libro, Hamblin sostiene que la limpieza excesiva puede perjudicar a la piel. “Muchos cosméticos destruyen las bacterias protectoras y debilitan las defensas naturales”, asegura. Para él, se trata de repensar la higiene, no de abandonarla.
“No me pasé años sin ducharme, aunque la gente quiera oír eso”, puntualiza y explica que su objetivo era reducir al mínimo el uso de productos, no eliminar la limpieza como tal.
Su propuesta ha generado reacciones diversas en la comunidad médica. Algunos dermatólogos han mostrado interés, aunque subrayan que no puede generalizarse. Las personas con afecciones específicas podrían requerir cuidados distintos.
Hábitos sociales frente a necesidades reales
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que una ducha no supere los cinco minutos, como forma de equilibrar la higiene personal con el ahorro de agua y energía.
No obstante, los datos muestran una realidad distinta: según un estudio de Demoscopia de 2022, España es el país más higiénico de Europa, con una media de 48 horas anuales dedicadas a la ducha por persona. Frente a este panorama, Hamblin plantea una visión alternativa: “No se trata de evitar la higiene, sino de replantearla”.
Un experimento que incomoda
Aunque su propuesta ha sido objeto de críticas y escepticismo, Hamblin no pretende ofrecer una receta universal. Su intención es invitar a la reflexión sobre las prácticas de limpieza y el papel de la industria cosmética en la configuración de los hábitos actuales.
“Es posible vivir con menos productos sin sacrificar la salud”, sostiene, basándose en su experiencia personal. A lo largo de casi una década, ha documentado este cambio de vida, defendiendo que reconsiderar la higiene no significa renunciar al bienestar, sino entender mejor cómo se relaciona con la biología humana.
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