
En el tranquilo pueblo de Banya, a casi 180 kilómetros de la capital búlgara, Sofía, se encuentra una propiedad que ha sido testigo de casi un siglo de historia. Se trata de una majestuosa residencia veraniega que perteneció a la familia real de Bulgaria y que, tras décadas de exilio, batallas judiciales y restauraciones, ahora ha salido al mercado inmobiliario. Lo sorprendente no es solo el inmueble en sí, sino el profundo simbolismo que representa: esta es La Villa del Zar, la residencia donde el último rey de Bulgaria, Simeón II, volvió a establecerse al regresar del exilio en 2001.
El anuncio de la venta apareció recientemente en un portal búlgaro especializado en propiedades de lujo. No hay precio visible; en su lugar, la palabra “Negociable” insinúa una operación discreta pero millonaria. Aunque, al comparar con edificios de ese calibre, podría rondar los 25 millones de euros, según apunta La Razón. Y es que la villa no es una simple casa de campo: es un palacete de dos plantas, con mil metros cuadrados construidos y rodeado por un terreno de 10.000 metros más. Su estructura, de acero y hormigón, permanece en excelente estado, y el interior se conserva tal y como fue diseñado en 1929 por los reconocidos arquitectos Ivan Vasilyov y Dimitar Tsolov, autores también de edificios icónicos en Sofía como la Biblioteca Nacional y el Banco Central.
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Esta joya arquitectónica nació del deseo del zar Boris III, padre de Simeón, quien quedó impresionado por las aguas termales del área durante una visita en 1925. Sus propiedades curativas lo llevaron a levantar allí su refugio estival. Aquella decisión no solo dotó de esplendor a Banya, sino que impulsó su modernización y consolidación como destino termal. La villa se convirtió desde entonces en un retiro habitual para la familia real, alternando con el Palacio de Sofía hasta que en 1946, tras la abolición de la monarquía por referéndum, la finca fue expropiada y dedicada a usos institucionales.

Durante el régimen comunista, el edificio fue empleado por el Museo Militar de Sopot y, más adelante, cayó en el olvido. El acceso fue restringido y el deterioro se hizo evidente, hasta que, tras un largo litigio, Simeón logró recuperar parte del legado familiar. Fue en 2020 cuando el Tribunal Constitucional búlgaro dictaminó que algunas propiedades, como el parque y el palacio de Tsarska Bistritsa, debían ser devueltas al antiguo monarca y a su hermana, María Luisa, al considerarse ilegítima la nacionalización decretada tras la caída de la monarquía.
La Villa del Zar, ubicada junto a manantiales minerales y rodeada de álamos, robles y coníferas, fue el primer lugar donde Simeón II volvió a vivir al pisar nuevamente suelo búlgaro. Aún está empadronado allí y es en esa localidad donde acude a votar en cada proceso electoral. La residencia incluye, además del cuerpo principal, dos edificaciones menores destinadas a huéspedes y personal de servicio, todo cercado por muros de piedra y portones de roble.
El interior, ricamente decorado según la tradición del renacimiento nacional búlgaro, guarda muebles originales, cojines bordados a mano y el despacho privado del zar Boris, elementos que podrían atraer tanto a coleccionistas como a empresarios del turismo de lujo. No en vano, uno de los atractivos destacados en el anuncio inmobiliario es la posibilidad de convertirla en un hotel boutique de alto valor histórico.

El pueblo se posiciona en contra
La venta ha generado inquietud entre algunos sectores de la sociedad. La asociación civil “Juntos por Banya” ha hecho un llamado público a las autoridades para que el Estado intervenga y adquiera la propiedad, con el fin de transformarla en un centro cultural abierto al público. Consideran que la villa representa un valor simbólico y cultural irrenunciable, ligado a la historia del país. “El inmueble representa un valor cultural inamovible, estrechamente vinculado al desarrollo de la ciudad y a la historia búlgara”, han advertido.
A pesar del aura de misterio que envuelve la operación, ya que ni el motivo de la venta ni el precio han sido confirmados, no se descartan razones económicas. Lo cierto es que resulta llamativo que una familia que luchó durante décadas por recuperar sus bienes hoy decida desprenderse de uno tan emblemático. Sin embargo, Simeón, quien vivió décadas en el exilio en España y llegó incluso a ocupar el cargo de primer ministro tras su regreso, siempre ha buscado equilibrar su papel como figura histórica con el realismo de los tiempos actuales.
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