
Las reservas de agua dulce repartidas en los continentes han sufrido una caída drástica en lo que va de siglo. El fenómeno, documentado en la revista Science el pasado 28 de marzo, afecta no solo los casquetes de hielo que se derriten, sino que incluye aguas subterráneas, lagos, ríos y hasta los poros diminutos del suelo. Se trata de un cambio global, profundo y sostenido. Y preocupante.
Según informan desde Science News, el detonante más claro es el ascenso sostenido de las temperaturas, tanto en tierra como en los océanos. Esta tendencia al alza no solo propicia más olas de calor, sino que intensifica la sequía y modifica por completo el ciclo del agua en el planeta. El diagnóstico elaborado por Ki-Weon Seo, geofísico de la Universidad Nacional de Seúl, y su equipo, no deja margen para el optimismo: “La situación no muestra signos de revertirse, dada la proyección actual del calentamiento global”, destacan los autores.
La pérdida es tal que ya ha provocado un desplazamiento del eje terrestre
Para entender el alcance real de la pérdida, el equipo combinó tecnologías y metodologías diversas, desde la observación por gravedad mediante satélites hasta el análisis del contenido de agua en suelos, la medición del aumento del nivel del mar y el seguimiento de la rotación terrestre, alterada por la redistribución de masas. El mapa resultante apunta a un éxodo de agua tan grande que incluso el eje de la Tierra desplazó su posición unos 45 centímetros.
Los datos no dejan lugar a dudas. Entre 2005 y 2015, periodo en el que coinciden todos los registros empleados, la superficie terrestre perdió cerca de 1,3 billones de toneladas de agua. Esa cantidad tuvo efecto directo en el nivel del mar, con una subida calculada en 3,5 milímetros solo en esa década.

Resulta llamativo el caso de la humedad del suelo, por su relación directa con la apuesta global contra la sequía. Los satélites muestran que entre 2000 y 2002 la cantidad de agua en los suelos se desplomó en unos 1,6 billones de toneladas, suficiente para elevar por sí sola el nivel del mar casi dos milímetros cada año en ese corto lapso. Durante los años 2002 a 2006, en comparación, el derretimiento de los hielos de Groenlandia sumaba al mar unos 900.000 millones de toneladas anuales, lo que supuso solo 0,8 milímetros al año, menos de la mitad que lo provocado por los suelos.
Con el paso del tiempo, el ritmo de pérdida se atenuó, aunque nunca llegó a revertirse. De 2003 a 2016, los suelos continentales perdieron aproximadamente otro billón de toneladas.
El fenómeno tiene causas bien identificadas. El incremento de la temperatura atmosférica y oceánica ha cambiado la distribución de las lluvias y, sobre todo, ha potenciado tanto la evaporación como la transpiración del agua de las plantas. El aire, al retener más vapor, favorece episodios de lluvias intensas pero breves. Ese agua, en la mayoría de los casos, no logra filtrarse hacia acuíferos y termina desplazándose como escorrentía (el flujo de agua que se mueve sobre o a través del suelo, sin estar confinado en un cauce o lecho fluvial) hacia mares y océanos.
“Todo necesita agua. Si no hay suficiente, tienes un problema”
Katharine Jacobs, especialista en medio ambiente de la Universidad de Arizona, lo resume así: “Las áreas del planeta que se resecan por efecto del calor y los cambios en la precipitación superan en extensión a aquellas que se vuelven más húmedas”. A esto se añade una demanda creciente de aguas subterráneas. La especialista matiza: “Es justo decir que la mayoría de quienes trabajan en temas de agua desconocen el vínculo entre el bombeo de acuíferos y la subida del nivel del mar, y aunque lo sospechen, probablemente no sepan que los cambios ya son medibles o que afectan incluso la inclinación del eje terrestre”. El cruce de datos ha resultado fundamental para completar el panorama. “Sin esa pluralidad de mediciones, la mayoría de los investigadores pasaría por alto estas conexiones”, señala la experta.
Así. un patrón claro emerge del balance global: la cantidad de agua en los suelos de la Tierra ha ido perdiéndose desde el cambio de siglo, y las proyecciones sugieren que la tendencia no cambiará. La advertencia de Benjamin Cook, modelizador climático del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, resulta contundente. “Todo necesita agua. Si no hay suficiente, tienes un problema”
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