
Tiene 29 años. Sabe lo que es tocar fondo. Pero también lo que es sentirse libre y pleno. Samuel Bueno ha pasado por estas dos fases. Desde que tiene uso de razón, se había acostumbrado a vivir en un estado permanente de alerta. “En tu mente tienes todo el rato una sensación de ansiedad porque, según predican, estamos en los últimos días”, cuenta. Toda su familia es Testigo de Jehová. Él era la tercera generación. De hecho, con 22 años tuvo que casarse, aunque lo hizo en “pecado” por haber mantenido antes relaciones sexuales. En ese momento se independizó y fue entonces cuando empezó a investigar esta religión y a “despertar”. El hecho de “desprogramarse” le obligó a romper con la que considera que “es una secta de alto control mental que usa técnicas de manipulación muy fuertes”. Esto también llevaba implícito tener que afrontar un “proceso antinatural”: separarse por completo de todos sus seres queridos.
Los Testigos de Jehová son una confesión religiosa que fue reconocida en España en 1971. Se estima que hay 120.000 fieles de esta religión en el país. Samuel era uno de ellos. De hecho, diría que el 80% de los hombres de su familia son líderes. Esto le vino impuesto desde que nació y le afectó a lo largo de toda su vida. En el colegio, era el único niño que profesaba la religión: “Me hicieron un bullying brutal porque me veían reclutando por los pueblos de Asturias, con la corbata, la cartera, la propaganda y hablando sobre Dios”. También recuerda las burlas de sus compañeros por no celebrar la Navidad o los cumpleaños como hacía el resto.
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“Siempre estuve apartado”, expresa. Se crio en un pequeño pueblo de Asturias, en Infiesto. Pero consideraba que “hacía lo que, en teoría, debía” y no entendía por qué se burlaban de él. “Gracias a mis padres, normalicé que eso era lo lógico porque yo no era parte del mundo y que, si se reían de mí, era por mi culpa”, reflexiona.
¿Una secta o una religión legítima?

Con respecto a su formación, Samuel estaba en el “límite” de la ley de la religión: estudió Bachillerato y un ciclo superior. “No atesores nada en la Tierra, sino en el cielo”, predican. Por eso les animan a tener un trabajo precario, en el que no ganen demasiado dinero “porque los bienes materiales se van a quedar aquí”. Pero, en cambio, les alientan a que inviertan el máximo tiempo posible en la “obra”, es decir, en construir nuevas iglesias, en visitar otras sedes y, sobre todo, en reclutar. “Toda la vida de mi familia está orientada en hacer crecer la organización como si fuese una empresa”, dice.
La pandemia, las inundaciones, los terremotos o el apagón son “señales de los últimos días y solo se van a salvar ellos”. Y es que ser Testigo de Jehová implica “vivir bajo una religión que es una secta”. Bueno la denomina así en referencia a una sentencia judicial de diciembre de 2023, que los señala por su “control excesivo” de los fieles y los considera como “sectarios”.
Para el joven, es una organización que “emplea técnicas de control mental con dogmas y normas muy estrictas y rígidas”. Esto, tal y como relata, obliga a vivir apartado de la sociedad, en una “burbuja muy pequeña”, en la que no pueden relacionarse ni establecer vínculos con personas con las que no compartan religión. Tampoco pueden estudiar en la Universidad, ni celebrar cumpleaños o festividades como Papá Noel, Nochevieja o los Reyes Magos, “que son fiestas paganas”.
Cómo actúa una confesión que tiene miles de fieles en España
Los Testigos de Jehová se reúnen dos veces por semana en una congregación. En estos encuentros, hacen formaciones que tienen como objetivo que los miembros aprendan y mejoren sus técnicas de reclutamiento. Así, practican una simulación en la que uno profesa la religión y el otro no, de manera que aprenden cómo contestar preguntas delicadas que la gente suele hacer como, por ejemplo, ¿por qué Dios permite que exista el sufrimiento? “Siempre sueltan una respuesta que ya está preparada de antes”, indica.
Esas reuniones son entrenamientos para aprender a reclutar mejor. “Cada día se refuerzan sus doctrinas, añaden dogmas nuevos o los cambian porque les interesa para poder ser más aceptados en la sociedad”, garantiza.
En cada congregación, hay líderes que se ocupan de formar y escoger a otros que se postulan para desempeñar esa función. Estos tienen que superar una serie de “pruebas” y realizar determinadas acciones. Pero este puesto no es para todos: solo los hombres pueden ejercer el cargo. “Consideran que la mujer no está dotada o capacitada para la enseñanza”, señala.
Con solo 22 años, se casó en “pecado”

Samuel conoció a una chica que también era Testigo de Jehová, algo “obvio”, puesto que solo pueden relacionarse con quienes comparten creencias. Se enamoraron. Tenía 22 años. Pero, desde que empezaron, tenía claro que debía cumplir las expectativas de casarse y compartir el resto de su vida juntos, tal y como marca la religión.
Antes de conocerla, era virgen: no pueden mantener relaciones sexuales hasta que no contraen matrimonio. Pero esto cambió antes de casarse. “Me casé en pecado y eso me generó un sentimiento de culpabilidad enorme”, sostiene. Sin embargo, decidieron no confesarse, a pesar de que reconoce que “te programan para que confieses todo lo que haces porque Jehová está en tu mente todo el rato y vigila tus pensamientos”. De ahí que el simple hecho de tener un deseo se considere un pecado, por lo que tienden a medir sus actos y a autocensurarse.
“¿Quién me ha metido a mí esto en la cabeza?”

Al contraer matrimonio, Samuel pudo marcharse de casa. “Entonces pensé que, por fin, podía liberarme de la jaula en la que me sentía”, sostiene. Le habían advertido de que debía cumplir sus normas y de que, si le expulsaban de la congregación, no podría vivir bajo su techo. Esto fue lo primero que le hizo saltar las alarmas. Empezó a sentir que solo le querrían y le aceptarían como hijo si “pasaba por su aro”. “¿Y si no quiero ser Testigo o no me siento identificado con esto, qué pasa?”, comenzó a preguntarse. Esto le llevó a enfrentarse a sus miedos mentales y a investigar.
Necesitaba saber si había gente que había pasado por lo mismo que él. “Así desperté y descubrí que es una secta de alto control mental que emplea técnicas de manipulación muy fuertes”, afirma. Se topó con un grupo de apoyo en Facebook con más de 800 personas que habían abandonado la religión. Publicó un mensaje contando su testimonio y, rápidamente, recibió decenas de respuestas, lo que le ayudó a entender que “había estado en una burbuja”.
“¿Quién me ha metido a mí esto en la cabeza?”, se preguntaba. No fue hasta los 24 años cuando se dio cuenta de que habían estado “manipulando sus pensamientos”. A medida que se iba alejando de la religión, notaba que había algo que “no le dejaba”. “Si esto fuese la verdad y todo estuviese hecho desde el amor, estaría tranquilo, pero era al contrario”, pensaba.
Esto le provocó muchos problemas en su matrimonio. A su mujer era a la única a la que le trasladaba sus dudas, pero con “tacto”, puesto que “es una aberración cuestionarse esa ‘verdad’”. Eso le hizo vivir con sentimiento de culpa, ansiedad, ataques de pánico y disonancia cognitiva. Era consciente de que tenía que ir “desprogramándose” poco a poco. “Sabía que tenía los días contados con mi familia”, lamenta. Y así fue.
Hace dos años y medio (con 26), “rompió” con su familia y no ha vuelto a saber nada de ellos. También se divorció. “Esto es un proceso antinatural, inhumano y cruel”, reconoce. La primera fase fue la “más difícil” de su vida: “Pasé una depresión e incluso busqué opciones de cómo quitarme la vida porque no me merecía la pena vivir”. A ello se une que, en aquel entonces, su madre había fallecido.
“Para mi familia también fue duro, pero se despidieron de mí como si me fuese a morir”, cuenta. Ellos justificaban sus actos diciéndole que iban a seguir siendo fieles “para recuperarle y salvarle la vida”, algo que califica de “chantaje emocional”. Llegó a plantearse incluso la posibilidad de luchar por sacarlos de esta “secta” pero, con el paso del tiempo, ha ido “desenamorándose”, a pesar de que lo eran todo para él. “Después de perderlos, ¿qué significaba para mí el amor y la familia, si no hay nada que pueda suplir esto?”, se planteó.
Hace unos meses, pudo dejar atrás la etapa de la ira, el enfado y la rabia. “Pero lo que han hecho no tiene nombre, deseché la idea de que son mi familia y he podido darlos por muertos”, mantiene. Ahora sí puede decir que es feliz y, sobre todo, que vive sin culpa y en paz, entre Tenerife y Bali. Su misión es usar todo el sufrimiento que ha pasado para ayudar a personas que han salido de sectas o quieren hacer un cambio radical en su vida. Su transformación física se puede considerar el reflejo de la transformación mental que ha tenido. “Tengo una calma, una libertad y un orgullo que me podría morir mañana mismo y me iría tranquilo porque estos dos años los he disfrutado tanto…”, reflexiona. Va más allá: “No cambiaría absolutamente nada, volvería a repetirlo todo”. Y así, lanzando un mensaje de esperanza a quienes están pasando por lo mismo que él, concluye la entrevista.
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