
¿La violencia sexual durante la Guerra Civil española fue un arma de guerra o un crimen oportunista? Para Adriana Cases Sola, doctora de Historia especializada en la violencia ejercida contra las mujeres durante el siglo XX, tratar de enmarcarla en una sola de las teorías sería un error. Por un lado, es una forma de humillar al enemigo —“hay un mensaje de hombres para hombres en el que a las mujeres se les trata como propiedad”—, pero también es una forma directa de castigar a las mujeres por haber transgredido el rol tradicional femenino durante la Segunda República. “Por ejemplo, el bando franquista aplica unos castigos como el rapado del pelo, la ingesta de aceite de ricino y los paseos para humillar a las mujeres por haber hecho política, por haberse dejado ver”, explica. Pero hay más aristas.
Las humillaciones públicas en las que las despojaban de la ropa y las paseaban rapadas por las calles mientras el aceite procuraba su efecto laxante también eran una forma de castigo vicario, es decir, por ser ‘la mujer de’, ‘la madre de’ o ‘la hermana de’. “Cuando no encuentran a los hombres a los que quieren reprimir, lo que hacen es ejercer la violencia contra mujeres que están relacionadas con ellos”, señala Cases, que también firma uno de los capítulos del libro Las mil caras de la violencia contra las mujeres durante la guerra civil y la dictadura franquista (Comares, 2024). No obstante, apunta que había violaciones que se cometían de forma “oportunista” en un contexto alejado de la ley y con la suficiente impunidad como para cometer este tipo de crímenes.
Una violencia que no entendía de trincheras
Durante estos tres años de guerra, las mujeres sufrieron violaciones a los dos lados de las trincheras. Existe el mito de que el bando franquista alentaba a cometer este tipo de atentados físicos cuando caían los pueblos y ciudades. De hecho, se atribuyen al general franquista Gonzalo Queipo del Llano discursos radiofónicos en la radio de Sevilla en los que alentaba a los soldados a ejercer este tipo de violencia. Al otro lado, en la zona fiel a la República también se perpetraron ataques similares, aunque con matices.
“La violencia que se comete en los primeros meses de la guerra en la retaguardia republicana no está para nada orquestada desde el poder. Son violencias que van sucediendo en varios lugares, y que cuando la República se da cuenta de lo que está pasando, enseguida lo sanciona. Pero desde el bando franquista, tampoco es algo que se alentara”, explica Cases, que aclara que “no había órdenes específicas, pero sí que eran violencias que se toleraban”.
Escarnio público: humillación, deshonra y recuerdo
La desmoralización y la humillación formaron parte modus operandi del bando franquista durante la guerra. La sociedad ha cambiado, pero entonces la melena era un rasgo eminentemente femenino, detalla la historiadora, de modo que raparlas era cometer una especie de desfiguración, igual que ocurrió en Francia tras la II Guerra Mundial con las mujeres a las que acusaron de colaborar (o de tener relaciones) con los alemanes. “Les estaban quitando su feminidad, les estaban quitando su belleza, les estaban privando de sus atributos femeninos”, explica, y añade que “era una vergüenza tremenda para ellas, aunque no para todas, que alguna hubo que se paseó orgullosa y se hizo una foto como queriendo decir ‘No vais a terminar conmigo’”.
La parte del aceite de ricino y los paseos ante el resto de vecinos del pueblo o de la ciudad se contemplaban como “ataques al pudor femenino”. “Hay que tener en cuenta que, en esa época, las mujeres eran las depositarias del honor de la familia y desgarrar ese honor era una humillación total para que hubiera un recuerdo, sobre todo en poblaciones pequeñas donde todo el mundo se conoce”, expone.
Violencia en las cárceles franquistas
En los rincones de España en los que la guerra no causó los estragos más profundos porque cayeron ante el bando sublevado al comienzo del conflicto, la represión llegó del mismo modo y, con ella, la violencia contra las mujeres. “En Galicia, por ejemplo, no llega a haber guerra per se, y sí que se conocen casos del rapado de cabello a mujeres, de los paseos, etcétera. O sea que aunque no hubiera guerra, ellos seguían con este tipo de humillaciones”, indica, y matiza que es una violencia que se extiende más allá de la guerra y que llega a las cárceles.
“Durante toda la dictadura tenemos también el testimonio de Lidia Falcón, que también fue víctima de violaciones y torturas en la cárcel ya en los años 60. Estamos hablando de un régimen de terror, no es una cosa solo de la guerra y la posguerra, sino que se siguen cometiendo violaciones y torturas durante toda la dictadura”, afirma Cases y continúa: ”Hay mucha gente que no lo conoce o que piensa que a partir de los años 50 y 60 el régimen empieza a ser más benévolo, pero no es así. Se sigue persiguiendo a enemigos políticos y se sigue cometiendo una violencia brutal en las cárceles y en las comisarías”.
María de los Llanos Pérez, doctora en Historia Contemporánea por la Universidad de Castilla-La Mancha e investigadora del Seminario de Estudios del Franquismo y la Transición, insiste en que esta violencia no terminó con el final de la guerra y cuenta, en conversación con Infobae España, la realidad de las cárceles franquistas para mujeres, en la que ahonda en el capítulo “Las huellas de la violencia sexual en las cárceles franquistas”, del libro Las mil caras de la violencia contra las mujeres durante la guerra civil y la dictadura franquista (Comares, 2024). En él, recoge las memorias que dejaron por escrito las mujeres que estuvieron presas durante la posguerra y destaca la labor de Juana Doña, militante comunista y resistente a la dictadura, que escribió Desde la noche y la niebla, donde relata su paso y el de sus compañeras por diferentes cárceles.
“Las violaciones eran el pan nuestro de cada día, el abuso de poder de los hombres sobre las mujeres, en estas circunstancias adquiría proporciones dramáticas, las llamadas ‘rojas’ eran menos que nada para los machos fascistas”, recogía la mujer que fue una víctima más de estos centros. De hecho, hubo mujeres que incluso sufrieron violencia sexual cuando eran sacadas de la cárcel para ser juzgadas ante un consejo de guerra, explica Pérez.
La experta añade que si algo caracterizaba a esta realidad común a la que se enfrentaban las presas españolas era la impunidad de sus agresores: “He podido rastrear algunos casos de violencia sexual porque quedó plasmada en una serie de expedientes que se le abrían al personal de las prisiones. En la mayoría de estos expedientes se reflejan que estas agresiones eran conocidas y que no hubo intención en pararlas. Al contrario, se puede hablar de permisividad por parte del régimen frente a este tipo de violencia, porque en la mayor parte de los casos, la resolución de estos expedientes fue mayoritariamente la absolución o el sobreseimiento”.
En todos los casos, además, se pone en duda la palabra de las mujeres y la veracidad de su relato, lo que provoca un proceso de atribución de la responsabilidad en la víctima, que se convierte en posible instigadora: “Se encontraban en una situación de total desprotección, no solo en el momento de cometerse la agresión, sino también después, pues tuvieron que continuar conviviendo con los perpetradores tanto dentro de las cárceles como en las puertas de estas. No hubo justicia para ellas, sino encubrimiento para sus agresores”.
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