
La realidad de los aeropuertos españoles es hoy muy distinta a la funcionalidad para la que fueron concebidos. Tras el paso efímero de los pasajeros se oculta una verdad paralela: la de quienes han convertido las terminales en su hogar, en un lugar del que escapar de las condiciones climáticas adversas.
Víctor, de 56 años y procedente de Barcelona, ha encontrado en estos espacios un refugio entre la precariedad y la exclusión social. Desde 2023, su vida se ha desplazado entre los aeropuertos de Barcelona y Madrid, y ahora plantea trasladarse a los de la Costa del Sol o Alicante, todos abiertos las 24 horas del día.

“Barcelona es mala, mala baba y mala gente”
Al principio, Víctor vivió en el aeropuerto de Barcelona durante dos meses y medio, entre los meses de agosto y septiembre de 2023, según relata a Infobae España. No obstante, su experiencia estuvo marcada por la desconfianza y la inseguridad.
“Barcelona es mala, mala baba y mala gente, mal rollo. Algunos hasta roban en convivencia”, afirma con crudeza. La violencia y los robos fueron constantes en sus noches de pernocta: “Pasé ahora hace un año y digo ‘voy a probar’, porque iba a estar unos cinco días, y en la segunda noche me intentaron robar. Me desperté porque me querían robar la mochila”.
En aquellos tiempos, la seguridad aeroportuaria de Barcelona limitaba la permanencia de las personas sin hogar a ciertas áreas y horarios. En la terminal nueva solo estaba permitido permanecer en la planta baja entre la una y las cuatro de la madrugada, detalla Víctor. Después de ese horario, se abrían las puertas y los vigilantes expulsaban a quienes intentaban quedarse. “Me fui a la otra terminal trampeando porque mi tía me metía en salidas. A las 12:30 pasaba otro guardia y no te dejaba estar”, detalla el hombre.
De la renta garantizada a vivir en la calle: la caída de Víctor
Antes de decidir quedarse en Madrid, Víctor logró cierta estabilidad económica gracias a la renta garantizada de ciudadanía de Cataluña, una ayuda destina a personas en riesgo de exclusión social. “Sé que es absurdo. Antes de esto estuve dos años en un parking en Barcelona, salí gracias a la renta garantizada. Pero volví y dormí dos meses y medio en el aeropuerto”, explica.
Posteriormente, paso un año alquilando habitaciones con ayuda del IMV (Ingreso Mínimo Vital), pero las circunstancias económicas y personales le llevaron de nuevo a la calle.

Intentó reconstruir su vida viajando a Asia para vender unas antigüedades japonesas: placas cerámicas vinculadas a la familia imperial, pero el intento fue fallido. “Estuve en Corea del Sur, en Seúl, Kuala Lumpur (Malasia), Hong Kong, Tailandia y hasta Vietnam, pero cuando volví me di cuenta de que acabaría en la calle”, reconoce.
“He acabado así por un tema de difamación. Es una cosa horrible. Por difamación mundial nunca ha podido funcionar”, indica. “Son las placas más antiguas del mundo de cerámica con colores”, añade Víctor, que se describe como un hombre con educación, de clase media-alta de Barcelona y que incluso “vivía en el mismo edificio que el alcalde de Barcelona”, en Tarradellas.
“El aeropuerto es territorio nacional. No nos pueden echar”
A su vuelta a España, en enero de 2024, Víctor se instaló en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, donde percibe un ambiente más flexible para dormir. “Aquí hay buen rollo, en el fondo, cada uno va a su aire”, dice.
No obstante, reconoce la presencia de personas con problemas graves. Entre ellas, señala situaciones de deterioro psicológico, tal vez producto de años viviendo en la calle. “Hay una señora mayor que habla sola e insulta a otros, y suele pelear con los perros”, comenta.

Según él, “el 80% o 90% del problema es dónde vives. Dormir es lo más difícil. Comida igual no, hoy en día cualquiera te da un bocadillo. El problema es dormir, ¿dónde vas a dormir con frío, lluvia o viento?”
Sin embargo, con la nueva normativa de AENA, la seguridad está siendo más estricta con él y sus compañeros. Los sintecho ahora tienen sitio donde quedarse. En las terminales 1, 2 y 3, las personas tienen un hueco en la puerta 1 y 2 de llegadas (de la T1), mientras que en la Terminal 4 es en la planta 1 donde se amontonan para pasar la noche.

“Generalmente, la mayoría se acuesta temprano, saben que a las cinco de la mañana les van a despertar para evitar permanencias prolongadas”, aclara. Sin embargo, según Víctor: “El aeropuerto es territorio nacional, no nos pueden echar”.
Ahora se plantea un cambio de aires. Le gustaría ir al aeropuerto de Málaga-Costa del Sol o Alicante, donde ya fue hace un año. “Estuve tres o cuatro noches. En octubre cierra, pero los meses de junio, julio y agosto se está bien”, admite.

Negocios clandestinos y vulnerabilidad en las terminales
La vida prolongada en las terminales también genera negocios alternativos que complican aún más la gestión de estos espacios. Entre estas, destaca la proliferación de puestos clandestinos relacionados con el “forrado” o embalsamamiento de maletas.
Aunque en los aeropuertos existen servicios oficiales para este fin, la demanda y la falta de vigilancia, sobre todo en horarios nocturnos, han favorecido la aparición de puestos no autorizados que operan sin regulación.

Para Víctor y las demás personas sin hogar, son ellos lo que causan que los trabajadores y los vigilantes de seguridad quieran que se vayan. “Son 50 o 60 la gente sucia, puerca, maleducada, que están allí molestando”. “Un día vi a dos hombres fumando y cuando se termina el cigarrillo lo tira a los pies de un viajero, y la de limpieza al lado viéndolo”, recuerda Víctor.
“El aeropuerto es el reflejo de la sociedad en la que vivimos”
A pesar del nuevo reglamento y las medidas de seguridad, “la situación no ha cambiado”, señalan fuentes aeroportuarias consultadas por este diario. “Tratan de aligerar equipaje, pero los controles a las 21:00 horas han provocado que estas personas empiecen a utilizar los pasillos del parking o el propio parking”. Además, añaden que “ha habido alguna pelea”.

“La dificultad para una persona de nuestra edad sin trabajo es conseguir habitación de alquiler”, subraya Víctor. En este sentido, las fuentes aeroportuarias denuncian que “el aeropuerto es el reflejo de la sociedad en la que vivimos: problemas de vivienda, salarios precarios y falta de políticas sociales efectivas”.
Así, sugieren que AENA debería acelerar el censo de personas sin hogar para planificar mejor las acciones, aunque reconocen que “el Ayuntamiento no puede echar a nadie si no quieren”.

Del mismo modo, la escasez de vigilancia agrava la situación. “En febrero solo había un vigilante haciendo la ronda”, que es cuando se alcanzó el pico máximo, contabilizando a medio millar de personas sin hogar durmiendo en Barajas. Un problema que podría haberse evitado, según las mismas fuentes, si no se hubiera retirado la comisaría de la Policía Municipal en la T4. “Hay mucha diferencia desde que no está”, afirman.
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