Descubren el ‘olo’, un color oculto en el interior de la retina: “Lo que experimentas al verlo es algo más saturado, más puro, más intenso”

El hallazgo, fruto de más de 20 años de investigación, demuestra que el ojo humano puede experimentar colores fuera del espectro visible habitual

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Vista del rostro de un
Vista del rostro de un sujeto, Austin Roorda, en el sistema Oz. (Austin Roorda)

Imagina ver un color que no existe en la naturaleza. Un color que tus ojos no están diseñados para ver. Ese color se llama ‘olo‘, y ha sido descubierto por el científico Austin Roorda y su equipo gracias a una combinación sin precedentes de óptica adaptativa, neurociencia visual y un poco de paciencia.

Lo que experimentas al verlo es algo más saturado, más puro, más intenso”, explica Austin Roorda en una entrevista con Infobae España. “Lo describimos como un ‘teal’ —una especie de verde azulado—, pero en realidad nadie en el laboratorio se ponía del todo de acuerdo sobre cómo llamarlo. Eso sí, todos sabíamos que estábamos viendo lo mismo”.

El ‘olo’ es, esencialmente, un color que no debería existir. Solo puede generarse bajo condiciones experimentales muy precisas: estimulando exclusivamente un tipo concreto de célula fotorreceptora del ojo, el cono M, que responde a longitudes de onda verdosas. En condiciones normales, eso es imposible, ya que cualquier luz natural estimula varios tipos de conos a la vez. El ‘olo’ aparece solo cuando se “hackea” el sistema visual humano con tecnología puntera.

Inspiración de los astrónomos

Para entender cómo se ha logrado este descubrimiento, hay que remontarse a más de dos décadas de trabajo. Roorda lleva cerca de 25 años desarrollando una tecnología capaz de hacer algo que la evolución nunca consideró necesario: apuntar un rayo de luz exactamente sobre un único cono de la retina.

Primero tuvo que enfrentarse a las limitaciones ópticas del ojo humano, cuyas lentes no son lo suficientemente buenas como para enfocar luz en un punto tan pequeño. En este caso, la inspiración llegó desde el espacio: la técnica de óptica adaptativa, desarrollada por astrónomos para corregir las distorsiones de la atmósfera terrestre, fue adaptada para compensar las imperfecciones del ojo.

Pero había un segundo problema: el ojo nunca está completamente quieto. Aunque creamos estar mirando fijamente un punto, nuestros ojos se mueven constantemente con pequeños temblores involuntarios. Para compensar eso, el sistema de Roorda incluye una tecnología de seguimiento ocular en tiempo real, que permite dirigir el haz de luz con una precisión milimétrica, ajustándose al movimiento constante de la retina.

Una aproximación al color 'olo',
Una aproximación al color 'olo', observado por los sujetos del experimento. (Cedida)

“Escaneamos la retina en directo, la rastreamos, y cuando el rayo pasa sobre el cono que queremos estimular, activamos una microdosis de luz”, explica Roorda. “Es una dosis cuidadosamente controlada, no un láser ni un disparo, como dicen a veces los periodistas”.

El experimento

La experiencia de ver el ‘olo’ no es precisamente como sentarse en una butaca de cine. Los participantes en el experimento —incluido el propio Roorda— tuvieron que someterse a un proceso laborioso que empieza con un viaje a la Universidad de Washington, donde se realiza un mapeo individual de la retina para identificar los distintos tipos de conos (L, M y S).

De vuelta en el laboratorio, el sujeto se coloca frente a una máquina de más de dos metros de largo, muerde una montura dental que fija su cabeza al sistema, y permanece completamente inmóvil mientras los investigadores alinean el ojo con el haz de luz.

Solo cinco personas en el mundo han visto el ‘olo’ hasta ahora. El primer autor del estudio ni siquiera ha tenido aún su retina cartografiada. Pero quienes lo han experimentado coinciden en su descripción: un color intensamente saturado, profundo, imposible de igualar con ningún otro estímulo natural.

Para comprobar que no se trataba de una ilusión, el equipo comparó el ‘olo’ con la luz verde más saturada que puede producirse con tecnología convencional. Usando un láser especial que permitía ajustar el tono, los participantes trataron de igualar lo que veían al percibir el ‘olo‘. “Pero cuando los comparabas uno al lado del otro, el verde convencional parecía desvaído”, recuerda Roorda. “El ‘olo’ era mucho más puro. La diferencia era impactante”.

¿Un color nuevo?

Aquí es donde la ciencia se encuentra con la filosofía. ¿Puede considerarse el ‘olo’ un color nuevo? ¿O es simplemente una versión más intensa de un color que ya conocíamos?

“La comunidad científica no se pone de acuerdo”, admite Roorda. “Algunos sostienen que el cerebro tiene un número limitado de percepciones posibles y que no puede inventar nuevas. Otros creemos que, si le das nueva información sensorial durante el tiempo suficiente, el cerebro puede generar experiencias perceptivas totalmente nuevas”.

Él mismo es cauto. Por ahora, lo asemeja al ‘teal’. Pero pone un ejemplo: “El rosa es solo una versión menos saturada del rojo. Sin embargo, nadie confunde uno con otro. Entonces, ¿por qué no considerar el ‘olo’ como un color nuevo si es una versión más saturada del ‘teal’?”

Si la gente tuviera suficiente exposición al ‘olo‘, dice, acabaría por reconocerlo como una categoría cromática distinta, con su propio nombre. De ahí el uso del término ‘olo‘: una etiqueta provisional para algo que aún estamos aprendiendo a ver.

Vista de arriba del sistema
Vista de arriba del sistema Oz, con James Fong en el borde de la mesa donde estaría el sujeto. (James Fong, Congli Wang)

Una puerta abierta a lo imposible

El verdadero potencial del descubrimiento del ‘olo’ no está en el color en sí, sino en lo que implica: la posibilidad de ampliar nuestra percepción sensorial. Si el cerebro puede incorporar un nuevo color al recibir un tipo de señal diferente… ¿qué pasaría si le diésemos una cuarta clase de cono?

Esa es precisamente la siguiente línea de investigación del equipo. Están desarrollando experimentos para simular cómo vería una persona si tuviera un cuarto tipo de cono, lo que abriría una nueva dimensión cromática y permitiría distinguir millones de matices que hoy nos resultan inconcebibles.

Además, están explorando aplicaciones clínicas, como la posibilidad de “engañar” al sistema visual de personas con daltonismo para que perciban diferencias entre colores que hoy no distinguen. “Queremos ver si podemos inducir una percepción nueva en personas que, por su biología, no podrían tenerla”, explica Roorda. “Y estamos muy cerca”.

Así se la han ingeniado científicos españoles para eclipsar el Sol 50 veces al año: “Nunca antes se había hecho”.

Emular la visión con pérdida de conos

La plataforma que han desarrollado, llamada Oz, también tiene aplicaciones médicas inmediatas. Permite simular en tiempo real la visión de personas que han perdido miles de conos debido a enfermedades degenerativas como la degeneración macular.

“Podemos apagar virtualmente conos en una retina sana y ver cómo afecta a la agudeza visual, al reconocimiento de letras, de formas, de colores…”, cuenta Roorda. Esta capacidad tiene un valor incalculable para ensayos clínicos. “Si un tratamiento con células madre logra restaurar solo el 10% de los conos, queremos saber si eso basta para recuperar una visión funcional. Y con nuestra tecnología, podemos responder a esa pregunta”.

Aunque por ahora solo unos pocos hayan tenido el privilegio de ver el ‘olo‘, su existencia cambia nuestra manera de entender el color. “Pensábamos que ya veíamos todos los colores posibles”, concluye Roorda. “Pero resulta que no. Y eso es maravilloso”.