
Charles William Socarides, psiquiatra estadounidense, expuso durante años que la homosexualidad era “una condición que debía tratarse” y que, en muchos casos, podía llegar a “curarse”. Eran las décadas de los 60 y los 70, un momento en el que el mundo comenzaba a andar hacia un futuro en el que no existiese la estigmatización de esta orientación sexual; todavía con pequeños pasos, por temor a la exclusión social que implicaba la exposición de uno mismo como parte del colectivo y la condición de patología que todavía se encontraba presente dentro de la comunidad médica.
No sería hasta el año 1973 cuando la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) retirase la homosexualidad de su listado de desviaciones sexuales, en la segunda edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-II). Hubo que esperar 17 años para que la Organización Mundial de la Salud (OMS) hiciese lo propio con la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE). Fue tal día como hoy, 17 de mayo de 1990, cuando se llevó a cabo este hito para la historia de la libertad sexual.
El camino hasta llegar a ese momento está marcado por la represión, la persecución y la invisibilización de un colectivo que simplemente luchaba por poder amar a quienes deseaban. Un colectivo que se encontró con un muro de cemento en forma de discursos de odio, criminalización y terapias de “curación”.
Electroshocks, hormonación y lobotomías
Los prejuicios sociales, morales y religiosos provocaron que la homosexualidad pasase a considerarse una conducta reprobable. Especialmente durante la Edad Media, la Iglesia Católica en Occidente la catalogó como pecado, aunque durante la época romana ya algunos emperadores (Valentiniano II, Teodosio I y Arcadio), con el avance del cristianismo como religión oficial, declararon ilegal la homosexualidad bajo pena de muerte. En otras religiones ocurrió algo similar, como en el judaísmo ortodoxo o el islamismo.
No sería hasta 1868-1869 cuando el escritor húngaro Karl-Maria Kertbeny utilizase por primera vez el término “homosexual”, por lo que hasta el momento se empleaban otros como “sodomía”, “desviación”, “herejía sexual”… En 1886, el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing definió la homosexualidad como una “perversión” o “parafilia” en su obra Psicopatía del sexo.

Esto, sumado al señalamiento de las personas que se sentían atraídas por otras de su mismo sexo, potenció que la medicina, y dentro de esta la psiquiatría, se centrase con bastante interés en descubrir el motivo por el que se sufría esta “desviación” que consideraba “corregible”. Fue así como en el siglo XX llegó un extenso auge de las terapias de conversión.
Descargas eléctricas o inducción del vómito al observar imágenes homoeróticas para potenciar la aversión, terapias hormonales, castraciones químicas, internamientos e incluso lobotomías, todo ello apoyado por sectores religiosos y psiquiátricos que consideraban que lo que le ocurría a estas personas no era más que una enfermedad mental que tenía cura. De hecho, en 1952, la homosexualidad pasó a formar parte del DSM-I como un “trastorno sociopático de la personalidad” y sería reclasificado en 1968 como “desviación sexual”.
La homosexualidad en el franquismo
La dictadura franquista en España también persiguió la homosexualidad, en una época especialmente restrictiva en cuanto a libertades en distintos ámbitos. En 1954, la Ley de Vagos y Maleantes incluyó a los homosexuales como sujetos peligrosos, por lo que sufrieron represión policial y médica con el objetivo de que no se produjesen “contagios”.
“Actitudes consideradas sospechosas como paseos por los parques a horas poco habituales, determinados contactos después o antes de las sesiones de cine, asistencia a lugares considerados de invertidos o simplemente una forma de andar o expresarse eran, como dice Fernando Olmeda, motivos suficientes para ‘encerrar a un individuo en el calabozo de una comisaría‘”, explica la doctora en Historia contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid, Soraya Gahete Muñoz, en su estudio Ser homosexual durante el franquismo. Su rastro en los expedientes del Juzgado Especial de Madrid para la aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes (1954-1956), de 2021.
Durante estos encierros, tal y como destaca la historiadora, “las vejaciones eran constantes”. Además, si un juez dictaminaba una condena por estas prácticas, los detenidos eran llevados “a cárceles, colonias de trabajo o lo que denominaban instituciones especiales, que normalmente eran psiquiátricos”, donde se practicaban terapias de aversión, hormonales y cirugías como la lobotomía.
La despatologización de la homosexualidad
Una de las movilizaciones más destacadas dentro de la lucha por los derechos de las personas LGTBI+ se sitúa en 1969, en la conocida como rebelión de Stonewall. Este local de Nueva York en el que el colectivo encontró un lugar en el que poder expresarse “libremente” sufrió una redada policial que terminó en disturbios. La promoción del primer desfile del orgullo un año después por las calles de Manhattan y la irrupción en la convención anual de la APA consiguieron que, después de tres años, en 1973, la Asociación eliminase la homosexualidad del DSM.

La OMS no lo haría hasta el comienzo de la década de los 90 en su CIE-10, debido a que, al ser un organismo internacional, no existía consenso entre los distintos países con respecto a considerarla como una orientación o una patología. Debido a su resistencia cultural, religiosa y científica, algunos Estados miembro presionaban para mantenerla como enfermedad.
Finalmente, el 17 de mayo de 1990 se realizó un importante paso para el colectivo: la homosexualidad dejó de ser considerada como una enfermedad mental, por lo que se consiguió que se despatologizase. Cada año en esta fecha se celebra el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia para conmemorar la lucha que posibilitó este avance, pero también para denunciar la violencia y el hostigamiento que durante siglos han sufrido las personas homosexuales, bisexuales, transgénero y transexuales en todo el mundo.
El colectivo LGTBI+ en la actualidad
Desde entonces, la lucha del colectivo LGTBI+ ha experimentado serios avances: en muchos países se ha despenalizado la homosexualidad, se ha abogado por la promulgación de leyes que permitan el matrimonio igualitario y que prohíban las terapias de conversión, además de potenciarse la diversidad y la libertad sexual. Sin embargo, todavía en 2025 se sufren situaciones de vulnerabilidad y discriminación.
Un reciente estudio de la Federación Estatal LGTBI+, el informe Estado del Odio: Estado LGTBI+ 2025, destaca que en España ha habido un incremento significativo en el número de agresiones físicas y verbales contra las personas del colectivo: del 6,8% de los encuestados se ha ascendido a un 16,2% en el último año, coincidiendo con el auge de los discursos de odio, que cada vez calan más hondo y en un mayor número de personas. Además, el estudio señala que el 20,3% ha sufrido acoso, ya sea en forma de insultos, aislamiento social o coacciones en el entorno digital.
En la actualidad, todavía existen países en los que las terapias de conversión son una realidad, pese a que la ONU y otros organismos de derechos humanos las consideren formas de tortura: en lugares como Irán o Uganda estas prácticas son incluso promovidas por el Estado; además, en Estados Unidos no existe una ley federal que las prohíba en todo el país, sino únicamente en algunos estados, condados y ciudades. También existen incluso en aquellos sitios en los que son ilegales: en enero de 2025, la Asociación Española contra las Terapias de Conversión presentó una denuncia ante el Ministerio de Igualdad contra varias diócesis españolas, personas físicas, una empresa y una fundación por presuntamente promover y acoger eventos que proponen este tipo de prácticas para las personas del colectivo.
Además, según los datos de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA), en 64 Estados miembros de la ONU todavía se criminalizan los actos sexuales consensuales entre personas adultas del mismo sexo.
Pese a los avances que han posibilitado que las personas pertenecientes al colectivo puedan experimentar una mayor libertad con respecto a décadas anteriores, el camino por recorrer todavía es largo. Las alarmantes cifras de agresiones y de países en los que aún se llevan a cabo vulneraciones de los derechos humanos con el apoyo de organismos políticos, religiosos y médicos son un ejemplo de que la lucha todavía no ha terminado. No habrá punto final hasta que no quede ningún lugar del planeta en el que querer y ser sean todavía impedimentos, delitos y una sentencia de muerte.
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