El joven de un pueblo de Teruel que hace morcilla vegana: la receta de su abuela, pero con su propia sangre

Raúl Escuí, un zaragozano que corta “troncos con una motosierra” y hace morcilla “de verdad”, pero apta para veganos

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Raúl Escuí, el joven zaragozano
Raúl Escuí, el joven zaragozano que hace morcilla con su propia sangre (Playground)

La morcilla. Un embutido presente en prácticamente todo el mundo, tradicionalmente elaborado a partir de la sangre del cerdo que, tras ser cocida, se embute junto a manteca y especias en piel o tripas del animal. Aunque en España se asume, en general, que es otro de los productos nacidos en el país, realmente - se dice, aunque la evidencia histórica propiamente dicha es escasa - su origen está en Grecia. La Odisea de Homero hace referencia a una mezcla de grasa y sangre calentada en un recipiente hecho de piel de cabra, que es, más o menos y obviando detalles, una descripción de la morcilla.

El escritor helenístico Ateneo de Náucratis, por su parte, atribuye la creación de este alimento - aunque lo que le concede es ser inventor de los embutidos - a un tal Apoctonitas, o Apctonete, o Aftoneto, en su Deipnosofistas (Banquete de los eruditos), como uno de los siete grandes cocineros griegos.

Si Ateneo hubiese conocido la historia de Raúl Escuín, seguramente le habría hecho también un hueco, aunque es debatible en calidad de qué figuraría en el texto. Innovador es, desde luego: Raúl es un hombre de Teruel (Zaragoza) que se hizo bastante popular después Elena Martínez de Cestafe le dedicase un reportaje para Playground con Equipo de Investigación. Según contaba la periodista, fue una amiga suya quien le descubrió a un “chico que está cortando troncos con una motosierra”. El chaval en cuestión, Raúl, también tenía la idea “un poco loca” de hacer morcilla “de verdad”, pero apta para veganos. Aunque no precisamente por no ser de origen animal.

La morcilla hecha con la
La morcilla hecha con la sangre de Elena Martínez (Playground)

Raúl Escuín, inventor de la morcilla humana

“Me llamo Raúl, tengo 30 años, vivo en Alloza - un pueblo de 600 habitantes - (...) que está enfocado a la agricultura y a la ganadería”. Según el joven, en el pueblo se conocen entre todos y se ayudan en lo que haga falta. Pero cuando le cuenta a una vecina el proyecto que tiene entre manos - hacer morcilla con su propia sangre y otra con la de Elena -, ella le contesta que le parece “muy mal”, aunque luego añade que “bueno, que cada uno haga lo que quiera”, matizando, aunque no hacía falta, que ella no se la comería.

Raúl tendría unos 13 años cuando, estando en el obrador, con su madre, haciendo morcillas - de las normales -, le nació la pregunta: “Oye mama, y ¿unas morcillas de sangre de persona a qué sabrían?“. Hoy en día mucha gente llevaría al niño al psicólogo, pero no fue el caso. Joaquina - otra vecina del pueblo - reacciona también con incredulidad, con un simple ”¡No, no, no, no, no! Anda, tira", acentuado con una colleja. Otro vecino, mientras les pone unas cervezas, opina que “normal no es, luego cada uno...”. Eso mismo opinaron todos los demás a los que preguntaron.

Ante la duda de Elena - aunque le surgiría a cualquiera - Juan asegura que es “totalmente legal”. Al final, es improbable que a alguien le haya parecido necesario legislar contra que alguien se coma su propia sangre (porque las morcillas son personales). El procedimiento es el de la receta de su abuela, aunque ajustado (porque ella utilizaba 50 litros de sangre, y la sangre de cerdo) para la fabricación de morcillas más pequeñas, unipersonales: extraen 40 mililitros de sangre para empapar 100 gramos de arroz. Sofríen cebolla con manteca de coco, añaden 250 mililitros de agua, y las especias: canela, pimienta, y piñones. Todo ello se pone a hervir, y una vez alcanza la ebullición, se mete el arroz y se añade la sangre. Y sólo falta embutirlo en una piel artificial, para que sea totalmente vegana; y hervirlo todo durante 20 minutos. Por si a alguno se le antoja una morcilla humana.