
Este martes, 18 de marzo, se cumplen 30 años de la boda de la infanta Elena y Jaime de Marichalar, un evento que marcó un hito en la historia de la familia real española, que se trasladó a Sevilla para la ceremonia. Fue un día especial que la ciudad andaluza disfrutó, celebrando el enlace real con repique de campanas y los monumentos iluminados hasta el amanecer, mientras los medios de comunicación de todo el mundo cubrían el evento.
El interés por la boda fue tal que los alquileres de los balcones desde donde pasaba el cortejo alcanzaron precios de hasta seis mil euros, lo que equivaldría a un millón de pesetas en aquella época. No se veía algo así en España desde la boda de Alfonso XIII, ya que las otras infantas, Margarita y Pilar, se casaron en destinos internacionales como Grecia y Portugal.
La infanta Elena eligió Sevilla como homenaje a su abuela paterna, la condesa de Barcelona, quien vivió en la ciudad hasta el exilio a Francia en 1931. Madrid, en cambio, quedaba reservado para la boda del heredero, que por entonces no tenía una pareja oficial, aunque sí una relación extraoficial con Gigi Howard.

La familia real al completo se alojó en los Reales Alcázares de Sevilla y la familia del novio, los Marichalar, apostaron por el conocido hotel Alfonso XIII, donde también pernoctaron parte de los invitados. Pero no todos, y es que a esta boda royal acudieron 1.500 personas. Entre ellos había representantes de 39 casas reales como, por ejemplo, el actual Guillermo de los Países Bajos o los primos griegos y búlgaros de los Borbón.
La catedral de Sevilla abrió sus puertas a primera hora de la mañana para recibir a los invitados. El novio llegó del brazo de su madre, la condesa viuda de Ripalda Concepción Sáenz de Tejada, sobre las 12 de la mañana, con una gran sonrisa, tras realizar un breve paseo a pie. La reina Sofía llegó del brazo de su hijo Felipe, mientras que la infanta Cristina acudió agarrada a su primo, Juan Gómez-Acebo, hijo de la infanta Pilar. La infanta Elena, por su parte, salió del brazo de su padre, el rey Juan Carlos, quien también fue su padrino.
Numerosos obsequios
En cuanto a los regalos de bodas, destaca el que doña María, madre del novio, le hizo a Jaime de Marichalar: una botonadura de zafiros que perteneció al rey Juan. A la infanta Elena le entregó una pulsera de oro y brillantes de la infanta María Isabel de Orleans, la cual la duquesa de Lugo suele lucir en sus eventos más solemnes.
Como joyas, la infanta optó con la tiara Marichalar, en oro blanco y diamantes, obsequio de la madre de Jaime para su boda. También lució unos pendientes que habían pertenecido a su madre, la reina Sofía, y una pulsera que fue propiedad de la infanta Isabel, hija de la reina Isabel II.

Vestido de corte princesa
Para su vestido de novia, la infanta Elena eligió al diseñador Petro Valverde, quien hasta entonces era en ese momento su principal modisto.
El creador sevillano realizó la pieza en seda natural bordada de color marfil. De corte princesa, el vestido tenía mangas francesas y un favorecedor escote cuadrado. El velo era igual de imponente, de cuatro metros de largo toda una pieza histórica, pues era el mismo que usaron su madre, la reina Sofía, y su abuela, la reina Federica de Grecia.
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