
“Hay chicas jóvenes y mayores, y luego estamos nosotras”, dice una asistente mientras se abanica. “¿Qué somos entonces?”, pregunta a su acompañante, curiosa por saber a qué estrato social adscribirse. “Las desquiciadas”, le responde irónica. El aleteo de los títulos de Annie Ernaux se convierte en el accesorio imprescindible de la tarde del jueves en el Cine Doré. Sus obras, y las tote bags que identifican a los miembros del grupo urbano afincado en las ramas culturales, se convierten en el pilar supremo de un coloquio rendido a la figura de la autora francesa, ganadora del Premio Nobel de Literatura en el año 2022.
Ernaux visita la Filmoteca Española para presentar Los años de Super 8, el documental que elaboró junto a su hijo David Ernaux-Briot, también presente en la velada, y que estrenaron en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes. En él, la autora parte de su divorcio para enarbolar una conjunción narrativa sobre la vida y sociedad de principios de los años 70. Sus viajes, la intimidad que acaparaba la sala cuando el silencio tomaba las riendas del hogar familiar y las páginas de un diario reconvertido en hoja de ruta universal.
Annie Ernaux ha pasado a un metro de mí y casi me desintegro, escribe una centennial en el story que pretende subir a Instagram. El fandom de la escritora se plantea como una amalgama social que habla de la fuerza de su relato. Para la autora, tímida ante el micrófono pero no para el argumento, Los años de Super 8 (que se proyecta antes del coloquio junto a su hijo), “pedía existir”: “Quería escribir sobre mi origen social y sobre cómo había pasado a un mundo más burgués”, explica. Rememora “los pantalones de campana” que vestía en la cinta y cómo el guion del documental, escrito por ella, es un viaje doble por la memoria política de una familia. Londres, España, la Moscú soviética y la Chile de Salvador Allende son algunas de las postales de una memoria fotográfica que bebe de lo ajeno para retratar lo íntimo.

“Siempre he pensado que escribía la vida”
Cada palabra que Annie Ernaux recita es recibida con plena admiración por parte del público. El coloquio empieza media hora tarde, pues la autora conversa en la Sala Berlanga del Cine Doré con el ministro de Cultura, Ernest Urtasun. “¿Por qué hay, en la Francia actual, tanta desilusión que conduce a extremos? Porque ya no hay esperanza de una vida mejor”, espeta en uno de los pocos momentos en los que hace referencia a la realidad de las urnas.
La experiencia humana narra una obra afincada en el espíritu de supervivencia ante las vicisitudes que escapan a la rutina. “Nunca he pensado en contar mi vida, siempre he pensado que escribía la vida, lo que existe. El nacimiento, la infancia, el dolor, el descubrimiento de la sexualidad”, relata. Lo anterior es, para Ernaux, un compás narrativo que le permite ahondar en los interrogantes diarios. “A través de los otros acabo llegando a mí misma”, indica.

La única “preocupación” de la autora cuando abre su cuaderno es “relacionar la escritura con lo real, no escribir una frase porque es bella, sino porque es acertada”. Saber que lo que relata “es exactamente lo que siento” es lo que la “sostiene” a la hora de abordar el papel. “Creo que las palabras son como piedras y, cuando ya no tengo fuerzas para moverlas, sé que es momento de pasar a otra frase”, apostilla.
Gracias a la realidad con la que busca impregnar cada una de sus páginas ha podido contar lo que, para muchos, parecía inenarrable. En Mira las luces, amor mío, Ernaux llevó la trama de la novela a los pasillos de un supermercado, forjando la idea de que “en la literatura no hay jerarquía”, pues “todo puede ser escrito”. “En los años 80 iba al Carrefour y recuerdo haberme dicho: ‘¿por qué no se habla de los supermercados en los libros si vamos todas las semanas?’. Me pareció muy curioso”, explica.
Preguntada por el pudor, y respondiendo que esa es una pregunta “que siempre se plantea a las mujeres y no a los hombres”, la autora francesa regresa a la idea que no es ella que se expone en sus obras. “No escribo a nadie, busco algo por la propia escritura”, defiende. No es la única reprimenda de la tarde. “Muchas veces me preguntan por qué apenas hablo de mis hijos en mis libros y yo siempre respondo: ‘¿Me harías esa pregunta si yo fuera un escritor?’. Es bastante sexista”, alega. “Lo femenino es tan universal como lo masculino”, concluye.
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