
La tarde del 13 de junio de 2024 se produjo un fenómeno asombroso en el Bar de Libros Olavide, situado en la plaza del mismo nombre en Madrid. Durante unas escasas horas, aquel rinconcito en el distrito madrileño de Chamberí se convirtió en un mágico portal a otro tiempo, a otro lugar. Olía a empanadas argentinas, se escuchaban bongos cubanos y todo el mundo hablaba con acento porteño. ¿Cómo era posible semejante suceso? No tenía otra responsable que Ani Mestre, escritora y por un día hechicera capaz de reunir en un pedacito de Madrid toda su infancia en Cuba y su vida en Buenos Aires.
La escritora nacida en La Habana y posteriormente arraigada en Argentina se pasaba por la capital española para presentar Desvelos (Kalathos, 2023), su quinto libro y el cuarto consecutivo de poesía, un terreno en el que se ha ido encontrando cada vez más a gusto y sin el que ahora no puede vivir. “Empecé escribiendo prosa a partir de un taller literario, y ya nunca más, ahora todo poesía”, bromeaba Mestre durante el coloquio de presentación del poemario, una fantástica disertación sobre el exilio, la infancia, la vida en el Buenos Aires de antes (y en el de ahora) y, sobre todo, de poesía. “Los poetas tenemos tenemos algo de vagancia y de amor por la música que no tienen los que escriben prosa”, afirmaba con sorna la escritora, al ser preguntada por qué no había vuelto a escribir en prosa desde su primer libro.
Un libro tan especial como Desvelos merecía una presentación a la altura, y por ello no solo la librería estaba llena hasta la bandera, sino que también contaba con la presencia de varios músicos. Mestre siempre ha dado importancia a otras disciplinas, y defendido su armonía con la propia escritura -para más señas, la propia obra Desvelos cuenta con las tintas del artista Eduardo Stupía-, y por ello Ani Mestre se presentaba acompañada por el músico Raúl Kioko a la guitarra y Diana Rosa Suárez a los bongos. Si se iba a viajar a la Argentina y a Cuba, había que hacerlo en una experiencia de lo más inmersiva. Con un ambiente semejante, y antes de indagar en sus confidencias, Mestre aprovechaba el acompañamiento musical para introducir su libro de la mejor manera posible: recitando con talante y gran soltura.
“Arrancarme un velo / y otro hasta llegar / al final o al origen / Soy esta / que sostiene la mirada”, se arrancaba la autora con Desvelos, poema al que seguía inmediatamente Bandadas y posteriormente otros como Pájaros, Dónde está mi madre, Cuba o Buenos Aires. Todos ellos de una belleza inigualable y únicos, en buena medida gracias también al aderezo de los músicos presentes, con esos bongos indispensables para saborear Cuba y trasladarse, aunque fuera durante unos breves segundos, a aquella Habana de los cincuenta en la que creció la escritora y de la que se tuvo que exiliar junto a su familia con tan solo nueve años.

Un poemario directo y sin pausas
Hablando de Cuba y de Argentina, la escritora se reafirma en su carácter bicéfalo: asegura que se siente cubana y argentina a partes iguales, con lo bueno y lo malo de cada una de ambas. “Soy irremediablemente nostálgica como buena porteña, pero también irremediablemente directa como buena cubana, y con los años me he dado cuenta que cada vez más”, reconocía Mestre con una amplia sonrisa, que solo perdía un poco a la hora de responder a la cuestión de si es posible superar el trauma de abandonar su país natal en las condiciones que ella lo hizo. “Hay grados, supongo, son heridas abiertas y es verdad que el tiempo ayuda a curar pero también creo que hay heridas que siempre están ahí”, confesaba la poetisa, aunque señalando que es algo que lleva cosido por un buen motivo: “La herida no se cierra porque de alguna manera es un símbolo de que el amor (por Cuba) sigue latente”.
Todos aquellos versos que recitaba Mestre los recitaba con gran cadencia y fuerza pero sin pausa ninguna, como arrebatada por una fuerza sobrenatural que le impidiese siquiera tomar un respiro. Una ausencia de pausas que es palpable en sus obras, donde prescinde de uno de los signos de puntuación por antonomasia, el punto. “No sabría explicarlo, pero no me gustan los puntos. Uso mayúsculas, pero no necesito puntos”, aclaraba la escritora, quien deja libres sus versos en poemas que, incluso cuando acaban, siguen resonando con fuerza en cada uno, un eco eterno que no es otro que el de sus propios recuerdos, y que, por más lejanos que puedan parecer, siguen vigentes hoy más que nunca.
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