La nueva serie de Netflix El caso Asunta ha levantado no pocas reacciones en nuestro país. Al tratar un caso tan mediático como el de la joven Asunta Basterra, asesinada en septiembre de 2013 y por cuyo homicidio fueron condenados sus padres adoptivos, Rosario Porto y Alfonso Basterra. Interpretados ahora por Candela Peña y Tristán Ulloa respectivamente, la producción ha adquirido nuevos matices con la publicación de la carta que escribió Alfonso Basterra desde la cárcel al creador de la serie, Ramón Campos.
Hay que aclarar que dicha carta no es actual, sino que se escribió mucho antes, en el año 2017. Por aquel entonces se estrenaba en Atresmedia y posteriormente Netflix El caso Asunta: Operación Nenúfar, un documental que suponía el primer acercamiento al mediático caso. Aquella producción estaba dirigida por el ganador del Goya Elías León Siminiani (Apuntes para una película de atracos), quien más tarde se encargaría de otras obras centradas en casos mediáticos como El caso Alcàsser. Pero la carta no iba dirigida a Siminiani, sino a Ramón Campos, guionista y productor de Operación Nenúfar y quien también se ha encargado del desarrollo de la serie de ficción estrenada en Netflix.
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Operación Nenúfar no solo era un primer y arriesgado acercamiento al caso, sino que también contaba con los propios testimonios de los involucrados, tanto de Alfonso Basterra como de Rosario Porto. Tiempo después la madre de Asunta se suicidaría en la prisión de Ávila en la que cumplía condena. “Mucha gente no quiso hablar conmigo en el momento del documental”. Cuando vieron el documental y se dieron cuenta que era riguroso se empezaron a poner en contacto conmigo”, explicaba Ramón Campos en una entrevista concedida a este medio. Sin embargo, lo que hasta la fecha no había salido a la luz es la carta que le mandó Alfonso Basterra a Campos durante aquellos meses, en los que el caso le hacía reflexionar dejando unas palabras que ahora han cogido mayor peso si cabe.
La carta íntegra
“Estimado señor Campos,
En cartas anteriores le he transmitido la rabia y la ira que lleva destrozándome y devorándome desde hace tres años. Rabia e ira hacia el juez instructor, hacia el fiscal, los abogados de la acusación particular, los medios de comunicación y, muy particularmente, hacia la persona que acabó con la vida de mi niña.
Pero estos sentimientos me llevarían indefectiblemente hacia la locura y la autodestrucción y eso es algo que no puedo ni debo tolerar, porque abandonaría la esencia de mi yo, del que algo aún queda y acabaría derrotado por fuerzas ajenas a mí.
De modo que tras mucho pensar, he entendido que el perdón es mi camino. La única forma posible de mantenerme en mi camino y sortear este gran reto que el destino me ha puesto.
Puede que no se lo crea, pero después de muchas horas de meditación considero que este nuevo rumbo es, además del acertado, el definitivo. No puedo volver a caer en episodios de cólera como los que he vivido. Es más, he llegado a la convicción de que todos ellos actuaron bajo un signo profesional del que estaban convencidos y con arreglo a la más pura de las éticas. Equivocados totalmente, pero sin saltarse la ley y sin ánimo alguno de condenar por condenar.
Se sorprenderá, pero cuando dentro de seis años, como mínimo, tenga el tercer grado en lugar de asesinar a los citados, como en tantas ocasiones imaginé, lo que realmente deseo es sentarme en una cafetería con ellos y debatir, si lo desean, lo que fue aquel juicio.
Pero lo que nunca haré será exigirles perdón, todo lo contrario, seré yo quién les ofrezca mis disculpas por tan terribles pensamientos surgidos de una locura inimaginable que no deseo a nadie. Y por la misma razón haré lo propio con el asesino o asesina de mi niña, porque ahora sí, estoy convencido de que su acción fue fruto de esa locura, ya que nadie en pleno uso de sus facultades mentales cometería una monstruosidad como esa.
Para terminar le haré una confesión: cuando recupere mi libertad, tengo el firme propósito de desaparecer, nadie volverá a saber de mí, ni tan siquiera Rosario Porto.
Solo tengo una razón para seguir con vida, que no es otra que volver a ser un hombre libre y reunirme con mi niña, nunca antes. De hecho ya tengo pensado el cómo y el dónde, tan solo me falta el cuándo pero todo llega.
Mi verdadera condena no es la prisión, señor Campos, sino no haberla podido socorrer cuando más me necesitó. Eso es algo que nunca me podré perdonar. Así que cuando conozcan mi fallecimiento le ruego que descorche una botella de cava y brinde con los suyos, solo en ese momento comprenderá que he recuperado mi felicidad. Mi niña me necesita y yo a ella.
Atentamente: Alfonso Basterra Camporro”.
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