
Cuando Flex Alexander, conocido entonces por la comedia juvenil One on One, recibió la llamada de su representante, pensó que era una broma.
“Recibí una llamada de mi representante. Me dijo: ‘Oye, sí, tengo una película que están haciendo sobre Michael Jackson y quieren reunirse contigo’. Yo le dije: ‘¿Qué?’. ‘Sí, Michael Jackson", recordó entre risas en el programa Torrei Hart: Brutally Honest.
Y añadió: “Ya sabes, no está autorizado, pero están trabajando con documentos judiciales y cosas así’. Y yo pensé: ‘Saben que mido 1,93 m y que soy moreno, ¿no? Vamos a reunirnos con ellos’”.
La película en cuestión era Man in the Mirror: The Michael Jackson Story, una producción para televisión de VH1 que se estrenaría el 6 de agosto de 2004.
Sin embargo, no contaba con la autorización del cantante ni de su familia, y se basaba en documentos judiciales, notas sensacionalistas y conjeturas.

En la teoría, se trataba de un retrato humano del artista más famoso y enigmático del planeta. En la práctica, fue un ejercicio fallido que se convirtió rápidamente en una de las biopics más criticados de las últimas décadas. Aun así, Alexander aceptó el reto.
“Cuando me reuní con los productores y vi que no era una película para criticar a Michael, me apunté sin dudarlo. Siempre he sido fan. Quería hacerme testigo de Jehová; así de fan era”, explicó.
La ilusión de Flex Alexander se desmoronó en el set
El entusiasmo inicial pronto se enfrentó con una realidad incómoda: un presupuesto mínimo, una caracterización deficiente y un guion que, según muchos críticos, rozaba la parodia.
El maquillaje fue uno de los puntos más polémicos del rodaje. La transformación física de Michael Jackson a lo largo de los años era un tema sensible y mediático, y la producción intentó capturarla sin recursos ni delicadeza. Pero Flex puso límites desde el principio.
“Me negué a usar una nariz postiza. Dije que no. No me voy a poner esa mierda”, declaró.

Su decisión buscaba, según dijo, evitar convertir la película en una caricatura del cantante. “No usamos prótesis porque quería que la gente se centrara en la película y no dijera: ‘¡Oh, Dios mío, mira esa barbilla!’”.
Sin embargo, el maquillaje final —una capa gruesa de polvo blanco sobre su piel— generó el efecto contrario. Las imágenes promocionales fueron ampliamente ridiculizadas.
En internet, los espectadores la bautizaron como “la biopic que nadie pidió”. Las redes sociales de la época, foros y programas de entretenimiento repitieron una misma frase: “Esto no puede ser en serio”.
Pese a las críticas, Alexander intentó tomarse el trabajo con seriedad. Estudió grabaciones de Jackson para imitar su voz, sus gestos y su famosa cadencia.
“Vi entrevistas para captar cómo hablaba. Lo hacía muy suavemente. Cuando le hacían preguntas difíciles, bajaba aún más el tono”, contó.

El moonwalk, al menos, no fue un problema. “Yo lo hacía en mi juventud —el electric boogie y el break dance— así que eso fue fácil”, recordó con orgullo.
Pero ningún paso de baile podía salvar una película que desde el guion ya estaba condenada. Sin acceso a la vida real de Michael Jackson ni a su música original, el resultado fue una versión deslucida y extrañamente incoherente de los hechos.
Las escenas parecían sacadas de un telefilme de bajo presupuesto más que de un homenaje.
La crítica especializada no tuvo piedad
The Hollywood Reporter la calificó de “superficial y mal ejecutada”. Entertainment Weekly la llamó “un experimento fallido en todos los sentidos”. Y los fans de Michael Jackson la consideraron, directamente, un insulto.
Años después, el propio Flex Alexander reconocería sin rodeos lo que muchos pensaron desde el principio. “La gente me decía: ‘Hiciste un gran trabajo’. Pero en general, el presupuesto… la película fue una mierda”.

Su sinceridad contrasta con el tono defensivo que mantuvo en 2004, cuando aún esperaba que el proyecto fuera un trampolín.
En cambio, Man in the Mirror se convirtió en una mancha en su filmografía, una de esas producciones que viven en la memoria colectiva como ejemplo de cómo no hacer una biografía: “Fue lo que fue. Hice lo mejor que pude con lo que tenía”.
El problema de fondo con Man in the Mirror no fue solo técnico o presupuestal. Su principal defecto radicaba en su origen: se trataba de una película no autorizada. Jackson, en ese momento aún vivo y envuelto en controversias legales, no participó en ningún aspecto del proyecto.
El guion se basaba en recortes de prensa, declaraciones de terceros y documentos judiciales.
El resultado fue una narrativa desequilibrada que intentaba humanizarlo mientras repetía clichés y rumores. La historia saltaba entre momentos de éxito y decadencia sin contexto ni coherencia emocional.

Para los fans del “Rey del Pop”, la producción fue una afrenta. No solo por las libertades creativas que se tomó, sino por el hecho de haber elegido a un actor tan físicamente distinto.
Flex, alto y atlético, contrastaba drásticamente con la complexión delicada y el porte andrógino del músico. Ni el maquillaje ni la dirección lograron salvar la brecha.
Dos décadas después, Alexander habla de aquella experiencia con una mezcla de humor y autocrítica. En Brutally Honest, el actor reconoce que aceptó el papel impulsado tanto por admiración como por curiosidad profesional. Pero también admitió que no entendía del todo lo que implicaba.
“Me dijeron que no estaba autorizada, pero que trabajaban con documentos reales. Yo pensé: ‘Bueno, será algo serio’. Y luego, ya en el set, entendí el tipo de película que era”, declaró.
Aunque la cinta fue un fracaso, Flex no guarda rencor. Al contrario, aprendió a verla como una lección. “Al final, fue una experiencia. Pude rendir homenaje a alguien que siempre admiré. Pero sí, no volvería a hacerlo”.

En una industria donde las biopics se han vuelto un género en sí mismo, Man in the Mirror ocupa un lugar peculiar: es el recordatorio de que no basta con la buena intención ni con el fanatismo para capturar la esencia de un ícono. Hace falta respeto, rigor y, sobre todo, verdad.
Para Flex Alexander, el tiempo suavizó las heridas. Su carrera siguió adelante, aunque aquel intento de ser Michael Jackson siempre lo persigue en cada entrevista. “No lo cambiaría. Aprendí mucho de mí y de la industria”, dice ahora.
Tal vez Man in the Mirror no reflejó al verdadero Michael Jackson, pero sí mostró —aunque sin proponérselo— el rostro imperfecto de Hollywood cuando decide jugar con la imagen de un mito sin su consentimiento.
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