Venezuela se encuentra en el umbral de la libertad tras 26 años de devastación. Este momento pertenece a una sociedad que se negó a ser doblegada, que defendió su voluntad democrática frente a un régimen despiadado que capturó las instituciones, criminalizó al Estado e instrumentalizó la pobreza. Hoy, Venezuela está más cerca de una transición política que nunca en los últimos veinticinco años, y esa transición puede ser, y será, pacífica.
Durante años, el régimen de Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, se mantuvo a flote insistiendo en que el país estaba irremediablemente dividido. Su supervivencia dependía de esa ficción. Con billones de dólares a su disposición, el régimen intentó fracturar la sociedad venezolana: por clase, por raza, por región, por lealtad. Pero he recorrido cada rincón de mi país y conozco la verdad: los venezolanos no están fracturados. Lo que el régimen intentó imponer nunca arraigó.
Mientras tanto, el propio Estado estaba siendo infiltrado y adaptado para servir a intereses ilícitos. Una red criminal se infiltró profundamente en las fuerzas armadas, los organismos de seguridad, el poder judicial y el sector petrolero. El Cártel de los Soles opera desde dentro de la jerarquía militar, está dirigido por Maduro y, según mi equipo, genera actualmente más ingresos que la mermada industria petrolera venezolana. Los corredores de cocaína, la minería ilegal de oro, los intercambios de petróleo autorizados, las rutas de lavado de dinero y las alianzas con servicios de inteligencia extranjeros se convirtieron en el sustento del régimen.

Y aún así, los venezolanos resistieron. Aprendieron a apoyarse mutuamente frente a la represión. Los maestros mantuvieron las escuelas funcionando con salarios ínfimos. Periodistas y defensores de derechos humanos construyeron algunas de las redes de documentación más rigurosas del hemisferio. Líderes locales organizaron el flujo de información para sortear el control social y la vigilancia. Familias y barrios sostuvieron a los presos políticos con alimentos, medicinas, ropa y los gestos básicos de cuidado que el Estado les negaba. Esto no fue resistencia improvisada; fue la infraestructura operativa de una sociedad que se preparaba para un ajuste de cuentas democrático.
Esa preparación se gestó en las primarias de octubre de 2023, el momento de la reunificación de Venezuela. Los venezolanos en el extranjero —incluidos muchos de los más de 8 millones que se vieron obligados a huir— votaron junto a quienes se encontraban dentro del país.

Voluntarios supervisaron cada paso. Este esfuerzo colectivo generó un liderazgo legítimo cuando las instituciones controladas por el régimen fueron incapaces de lograrlo. Y con más del 93% de los votos, recibí un mandato nacional que ninguna prohibición autoritaria pudo revocar.
Cuando el régimen me impidió presentarme a las elecciones, los venezolanos no se rindieron. Nos reorganizamos y votamos masivamente. El 28 de julio de 2024, el veredicto fue contundente: Edmundo González, el candidato de la oposición, ganó la presidencia con el 67% de los votos. A pesar de la intimidación, la ciudadanía aseguró y resguardó más del 85% de las actas oficiales de escrutinio en 24 horas, un logro extraordinario en un país con una censura mediática extrema, escasez de recursos y ausencia de garantías institucionales.

El régimen respondió como siempre: con violencia. Se negó a reconocer los resultados y desató la ola de represión más severa en años. Las desapariciones forzadas, la tortura, los abusos sexuales y los castigos colectivos se convirtieron en herramientas para suprimir una verdad electoral que ya era irreversible.
Pero ahora, por fin, la comunidad internacional ha reconocido la naturaleza criminal de este régimen y actúa en consecuencia: trata a Venezuela no como un Estado fallido, sino como una nación secuestrada por una estructura narcoterrorista.
Durante años instamos a la comunidad internacional a confrontar las redes criminales que mantenían a Maduro en el poder. Hoy, bajo una coalición liderada por Estados Unidos —que ha desplegado buques de guerra y aviones en la región— y con el apoyo de varios aliados latinoamericanos y caribeños, las interdicciones marítimas, la aplicación de sanciones y las medidas policiales están finalmente limitando las finanzas del régimen. Y por primera vez, esta presión está resquebrajando el sistema desde dentro: sus operadores ya no confían entre sí; las facciones se culpan mutuamente por las pérdidas; y el miedo dentro del régimen es palpable. La amenaza que antes proyectaban hacia el exterior ahora los consume.

Los mercados lo han notado. Los bonos venezolanos, antes considerados sin valor, se han revalorizado. Inversores y gobiernos reconocen ahora lo que los venezolanos han demostrado: que el país se está preparando para una transición pacífica y una reconstrucción histórica. Con las mayores reservas de petróleo del mundo, vastos yacimientos de gas, minerales esenciales, un enorme potencial agrícola y una diáspora global dispuesta a regresar, Venezuela ofrece una de las oportunidades de recuperación más importantes de este siglo. Nuestro equipo estima que una transición democrática podría generar una oportunidad de negocio de 1,7 billones de dólares en 15 años.
La transición a la democracia no es hipotética; ya ha comenzado. Y avanza porque las condiciones son propicias. La oposición tiene mandato para liderar. La mayoría de las fuerzas armadas cree en la constitución. La presión internacional aumenta. Y los pilares financieros y coercitivos del régimen se debilitan.
Ante todo, la transición avanza porque los venezolanos la han hecho imparable. Los mismos ciudadanos que enfrentaron a un Estado narcoterrorista con listas de conteo en lugar de armas; que convirtieron a las comunidades en plataformas de coordinación ciudadana; que impulsaron la mayor movilización democrática de nuestra historia moderna. Su valentía, disciplina y unidad son testimonio de su determinación.

Venezuela no solo se acerca a una transición política; se acerca a un renacimiento nacional. Con reglas claras, una aplicación creíble de la ley y un compromiso internacional sostenido, nuestro país se convertirá en el milagro latinoamericano del siglo XXI: una nación que sufrió uno de los colapsos más profundos del hemisferio y forjó una de sus recuperaciones más extraordinarias.
María Corina Machado es la líder de la oposición venezolana y ganadora del premio Nobel de la Paz 2025.
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