
En el discurso del acto en que condecoró a Jesús Huerta de Soto, el presidente Javier Milei volvió a mencionar el “Óptimo de Pareto”, como había hecho en junio de 2024 en la República Checa, cuando dijo que junto a su jefe de asesores, Demián Reidel, estaban “reescribiendo gran parte de la teoría económica para poder derivar optimalidad de Pareto, tanto estática como intertemporal, teniendo funciones de producción no convexas”. Y agregó: “si me termina de salir bien, probablemente me den el Nobel de Economía junto a Demián”.
Ayer, al condecorar a Huerta de Soto, además de reiterar, entre otras cosas, “hemos logrado el caso más exitoso de estabilización en la historia del mundo”, asegurar que la economía argentina está creciendo a una tasa del 10% anual y que su gobierno “sacó a 10 millones de argentinos de la pobreza”. Milei atacó la idea de un “óptimo” estático y consideró “falso que la cuestión de la eficiencia se pueda separar de la cuestión de la propiedad”.
“El óptimo de Pareto se da de patadas con el crecimiento económico”, dijo, y para ejemplificar señaló que creadores como Thomas Alva Edison, que entre otras cosas inventó la bombilla eléctrica, mandó a la quiebra a los fabricantes de velas. Quienes se oponen a las empresas, a los derechos de propiedad, a la creación e invenciones y a la apropiación de los beneficios, señaló, “matan el progreso tecnológico y los últimos 250 años de historia de la humanidad”.
Si por motivos de distribución, señaló el presidente, se persigue a quienes generan riqueza “vamos a matar el progreso tecnológico”. Sucede, explicó, que ahora en la Argentina “viene la etapa del crecimiento económico” y por eso consideró importante “dar el debate cultural” al respecto.
Tecnología y crecimiento económico
El concepto de “optimalidad”, insistió, “se da de patadas con el crecimiento económico”, a propósito de lo cual mencionó a los economistas Paul Romer y Robert Lucas Jr y a la “teoría del crecimiento endógeno”, en base a educación y progreso tecnológico.
Un problema, dijo, es que al considerarse a la educación como “bien público”, muchos propugnan la intervención del Estado, regulan a las grandes empresas y atentan así contra los rendimientos crecientes y la “destrucción creativa” que dinamiza el capitalismo. “Así matan el crecimiento económico”, dijo Milei.
El presidente refirió incluso que en una charla personal expuso sus argumentos teóricos a Kristalina Georgieva, que le había mencionado unos textos de John Keynes. Luego, siguió Milei, la directora del FMI “me dijo que yo tenía razón y me pidió autorización para convocar a Federico Sturzenegger”, quien ahora participa en una suerte de foro asesor del Fondo sobre desregulación y promoción de la actividad emprendedora.
En ese punto, Milei elogió el concepto de “eficiencia dinámica” de Huerta de Soto, que aúna iniciativa e inventiva empresarial, destrucción creativa y eficiencia adaptativa.
¿Qué es el óptimo?
Ahora bien, ¿qué es el “Óptimo de Pareto”, al que se refirió Milei? Se trata de una situación de equilibrio distributivo a partir de la cual no es posible que alguien esté mejor sin que algún otro esté peor. El concepto fue extendido a modelos competitivos que asumen que en una economía la producción tiene, a partir de cierto punto, “rendimientos decrecientes a escala” y el consumo, también a partir de cierto punto, “utilidad decreciente a escala”.
En los cursos de Economía, el “Óptimo de Pareto” se suele graficar con la llamada “Caja de Edgeworth”, por el economista británico Francis Ysidro Edgeworth, que presenta dos consumidores, A y B, ubicados en los vértices inferior izquierdo y superior derecho, cuyas “curvas de indiferencia” de mezclas de consumo de dos bienes (1 y 2) se ajusta a una provisión determinada por el ancho y la altura de la caja y son convexas a los respectivos vértices. Cuando esas curvas se hacen tangentes (esto es, se tocan en un único punto común), se llegó a un óptimo y no se puede mejorar la situación de uno sin empeorar la del otro. La línea verde, que une los puntos posibles del gráfico, extraído del “BlogSalmon”, es llamada “curva de contrato”. El punto exacto en la misma dependerá de la provisión de bienes y los ingresos de cada uno.

La admisión de “rendimientos crecientes” de modo indefinido tensiona con el principio de competencia, pues implica que las megafirmas pueden crecer sin límites y afirmarse como monopolios, algo negado por la historia económica, combatido por la legislación en buena parte de los países del mundo y contrario a la noción de mercados competitivos a la que adhiere la corriente principal de la teoría económica, aunque Milei es un admirador de Murray Rothbard, economista “anarco-capitalista” que tenía una visión positiva de los monopolios.
¿Y quién fue Vilfredo Pareto?
Gonzalo Diez Álvarez, de la española “Universidad Francisco de Vitoria” analizó la trayectoria ideológica y académica de Pareto, quien de una inicial etapa liberal democrática pasó la ortodoxia económica y terminó como sociólogo conservador y combativo que en sus años finales se entusiasmó con el ascenso político de Benito Mussolini.
Pareto nació en 1848 en París, donde su padre, un noble genovés involucrado en el partido de Giuseppe Mazzini, figura central del Risorgimento y el establecimiento de la República italiana, se había refugiado, para volver seis años después a establecerse en Florencia, donde Vilfredo se crió, estudió, se graduó de ingeniero y fue director de la Sociedad de los Ferrocarriles Italianos, un puntal de la modernización italiana de ese momento.
Del liberalismo al fascismo
Todo cambió con los gobiernos Depretis y Crispi (entre 1881 y 1897), cuando Italia cayó en el proteccionismo y una serie de escándalos financieros sacudió los cimientos de la economía y desacreditó a la clase política. Pareto se desengañó de un régimen parlamentario corrupto y una política clientelar, un ejercicio ventajista del poder. Lo que Milei define como “casta”. Derivó así de la ortodoxia hacia una sociología conservadora, destilada en su “Tratado de Sociología General”, de 1816, en el que desarrolla el concepto de “circulación de las elites”.

“La decadencia burguesa es el núcleo del diagnóstico histórico de Pareto, que achaca a la “cobardía política” de la burguesía y al “error sociológico del liberalismo” el avance del socialismo, en la creencia de que una política ilustrada (difusión del conocimiento, imperio de la ley, reconocimiento de derechos básicos) libraría a la sociedad del despotismo, la superstición y la violencia”, escribió Diez Álvarez.
”Siempre tendrá más influencia una opinión falsa, pero capaz de entusiasmar a las masas, que una verdadera, pero que no toque el alma religiosa de la muchedumbre”, escribió Pareto. En cambio, pensaba, el discurso fascista “por su plasmación política en un discurso de regeneración nacional menos materialista y estrecho de miras que el discurso socialista, está mucho más capacitado para despertar un nuevo entusiasmo entre la religiosa muchedumbre”.
A su criterio, la raíz de la decadencia liberal burguesa era el humanitarismo, que consideró “una enfermedad de los hombres que carecen de energía” y por ende sensibles a las exigencias de los oprimidos. “En vez de ejercer la fuerza contra éstos, tanto nobles como burgueses se habrían dejado dominar por unos sentimientos filantrópicos que, en términos estrictamente políticos, sólo significan una cosa: cobardía”, escribió Pareto.
Retórica reaccionaria
Otra guía a la historia y personalidad de Pareto es el economista, cientista político e historiador alemán Albert Hirschman, cuyo último libro, “La retórica reaccionaria”, de 1994, ubica la obra de Pareto como clave en la tesis de la “futilidad” de los impulsos progresistas.
Hirschman identifica 3 tipos de respuestas “de la reacción” a oleadas sucesivas de avances de derechos: civiles en el siglo XVIII, políticos en el XIX y económico-sociales en el XX, y distingue entre quienes consideran que esos intentos son “perversos”, pues en vez de mejorar la situación la empeoran (por caso, desincentivando el esfuerzo y “premiando” la vagancia), quienes los creen fútiles (inútiles), porque no cambian nada, y quienes advierten el “riesgo” de descontrol, anarquía y retroceso económico, político y social. E inscribe a Pareto con su frase sobre la historia como “cementerio de aristocracias” y su teoría de “circulación de las elites”, en la tesis de la “futilidad”.
“La lucha emprendida por algunos individuos para apropiarse de la riqueza producida por otros es el gran acontecimiento que domina toda la historia de la humanidad”, dice en un pasaje de su obra el propio Pareto. Pero a diferencia del marxismo, del que era un declarado enemigo, el economista y sociólogo italiano no hablaba de “explotación” o “plusvalía”, sino que acusaba a quienes controlaban las palancas del Estado, que consideraba “una máquina de expoliación”. Según él, la democracia podía ser “expoliadora” como cualquier otro régimen, por lo que el sufragio universal y la democracia no podía traer ningún cambio político o social verdadero.
A su vez, el aporte empírico más importante de Pareto, tras asumir la cátedra de Economía en la Universidad de Lausana (Suiza), fue un estudio sobre la distribución de ingresos personales en distintos países y épocas, mostrando que seguían de cerca una distribución matemática. Estableció así un parámetro luego llamado “Alfa de Pareto”, que llamó “una ley natural”.
Ley natural
Si la distribución sigue una “ley natural”, es en vano que la democracia busque modificarla. Pareto mismo escribió: “los esfuerzos que hace el socialismo de Estado por cambiar artificialmente la distribución tienen como primer efecto la destrucción de la riqueza (…) el resultado es exactamente el opuesto del que se buscaba en un principio: se empeora la condición del pobre en vez de mejorarla”.
No cambiando la distribución, el énfasis debía estar en el crecimiento.
Hirschman explica que la tesis de la “futilidad” de Pareto minimiza incluso el efecto de acontecimientos históricos como la revolución francesa y el sufragio universal. Según el autor alemán, aunque la crítica de la “perversidad” del cambio luce a primera vista más fuerte, al menos reconoce alguna eficacia a la acción humana o social. En cambio, la tesis de la “futilidad” paretiana es desmoralizante y, en definitiva, demoledora.
Así lo explica Hirschman: “Si se muestra que las políticas que pretenden dar poder a los impotentes (a través de elecciones democráticas) o enriquecer a los pobres (a través de programas del Estado de Bienestar) no hacen nada de eso, sino que mantienen y consolidan la distribución de poder y riqueza existentes (… y que) los responsables de esas políticas están entre los beneficiarios, surge la suposición de que no son inocentes o bienintencionados, se cuestiona la buena fe y se sugiere que la justicia social y fines semejantes son solo una cortina de humo (… entonces); lejos de ser ingenuos o llenos de ilusiones, los creadores de las políticas ‘progresistas’ empiezan a ser percibidos como estafadores y sucios hipócritas”.
Hay allí, claramente, un aire de familia con el cuestionamiento del gobierno de Milei a las “organizaciones sociales”, a quienes el presidente califica de “gerentes de la pobreza”. En términos de Pareto, serían simplemente “expoliadores”.
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