
Albert Einstein definió la locura como hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes, pero al gobierno peronista de la Argentina esta sencilla regla parece resultarle tan desconcertante como para otros entender la teoría general de la relatividad, dice The Economist, en su editorial de la sección “Américas”, al comentar sobre la reciente decisión del secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, con el apoyo de la coalición oficialista, de fijar por decreto hasta enero los precios de 1.432 bienes, desde queso crema hasta espuma de afeitar, en un apéndice de 881 páginas con valores hasta el último centavo.
La razón, se pregunta y responde el semanario británico, en un texto referido en el índice como “la economía del no-crecimiento”, es que la inflación fue de 3,5% en septiembre y 53% en los últimos 12 meses, y el dato de octubre se publicará tres días antes de las legislativas del 14 de noviembre, la coalición oficialista ya perdió las elecciones primarias y la lectura que hizo la “poderosa vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner”, fue que el Gobierno había intervenido muy poco en la economía. Los controles de Feletti le permitirán culpar por la inflación a la codicia de los empresarios.

La revista cita a Federico Sturzenegger, el extitular del BCRA, que no ve ninguna lógica económica en los controles, ya que “todo es político y comunicacional”, cuando es el propio Gobierno la razón de que la Argentina tenga la mayor inflación entre las economías más o menos grandes del mundo, con la excepción de Venezuela, después de haber puesto topes a las tarifas de servicios públicos y las tasas de interés al asumir. Pero su incapacidad para alcanzar un acuerdo con el FMI le impide el acceso al crédito internacional, por lo cual financia su déficit fiscal básicamente emitiendo dinero.
La Argentina ya ha estado en situaciones así, dice la columna. La inclinación del peronismo por el proteccionismo, los subsidios y controlar y retrasar el tipo de cambio ha llevado a crónicos déficits fiscales y escasez de divisas. Al respecto, recuerda que a fines de 2013, cuando menguaba el boom de los commodities, el entonces gobierno de Cristina estrechó los controles de precios, cambiarios y de capital, lo cual fue lógicamente seguido de mayor inflación y recesión, que llevó a la derrota del peronista en 2015, a manos de Mauricio Macri, definido como un político de “centro-derecha”.
¿Por qué entonces repiten una receta fallida? Según The Economist, los kirchneristas interpretan que perdieron por muy poco en 2015 y que representan a los sectores beneficiarios del proteccionismo (algunas industrias) y de los subsidios (los pobres). Los controles, así, le permiten “un tipo de estabilidad, que previene la hiperinflación”.
Se trata, dice el editorial, de una “estabilidad artificial” y de altísimo precio: una economía que prácticamente no crece desde 2008, en la que los salarios aumentaron menos que la inflación en 8 de los últimos 10 años y en la que los argentinos se fueron empobreciendo constantemente, incluso antes de la pandemia de coronavirus.
Los que pueden, subraya, envían su dinero afuera, lo que se refleja que en los reciente Pandora Papers la Argentina es el tercer país del mundo en cantidad de beneficiarios de compañías offshore, detrás de Rusia y Gran Bretaña.
Otra pregunta es si el gobierno podrá mantener los controles hasta las próximas elecciones presidenciales, en 2023. En la medida que la inflación aumentó, la brecha del dólar en el mercado cambiario se estiró a casi el 100% y Alberto Fernández (a quien The Economist llama “el presidente proxy instalado por la señora Fernández”), ha perdido credibilidad por su mal manejo de la pandemia y porque, mientras imponía “medidas draconianas”, mantuvo en Olivos una fiesta de cumpleaños de su pareja, una derrota en noviembre será un nuevo golpe a su autoridad.
La revista también cita al economista Luis Secco, quien nota que episodios pasados de hiperinflación ocurrieron cuando gobiernos débiles perdieron una elección de medio término, aunque podría haber todavía espacio para ir tirando si el Gobierno logra un acuerdo con el FMI. E incluso si no lo alcanza y financia el déficit de 2022 con emisión, la inflación puede que no sea tanto más alta que la de este año.
La gran pregunta, según el editorial, es si los argentinos finalmente se cansaron de las “fallidas políticas de los kirchneristas”. Macri, recuerda, levantó los controles e impulsó cierto crecimiento de corto plazo, pero fue muy lento para reformar el Estado, lo cual terminó provocando una corrida contra el peso y una poda tardía del déficit fiscal.
Finalmente, el editorial cita a Máximo Kirchner, quien dijo que “el pueblo no puede aguantar más austeridad”. Pero las políticas kirchneristas, observa, “solo ofrecen un empobrecimiento más lento pero inexorable, sin ninguna esperanza de crecimiento”. Y concluye: “Tal vez los argentinos se den cuenta de ello”.
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