
Durante gran parte del gobierno de Cambiemos, el economista Miguel Angel Broda solía decir: “la economía argentina tenía encendidos el aire acondicionado y la calefacción al mismo tiempo”. La metáfora remitía a que mientras desde el Banco Central se impulsaba con dureza una política monetaria contractiva, la política fiscal era demasiado débil y gradualista.
En el comienzo del gobierno de Alberto Fernández, algunos analistas comienzan a ver que existe un riesgo de volver a tener distintas velocidades en lo monetario y lo fiscal, pero en sentido inverso. Con todas las salvedades que pueden considerarse en una administración que solamente lleva un mes de gestión, las primeras medidas apuntaron a ser estrictos en los fiscal pero flexibles en lo monetario.
La ley de Emergencia Económica, entre otras medidas, trajo un sesgo de cautela fiscal para muchos inesperado. La eliminación del ajuste de las jubilaciones por la regla vigente, la carga impositiva de Bienes Personales, el impuesto P.A.I.S., las retenciones a los exportadores, fueron señales inequívocas de la intención de mostrar disciplina fiscal ante el inicio del proceso de reestructuración de la deuda.
La reacción de los títulos públicos y la consecuente baja del riesgo país, fueron el mensaje de los mercados que convalidaron el hecho de que en el futuro habrá dinero para pagar la deuda.
Al mismo tiempo, la política monetaria transcurrió por un sendero expansivo, bajo el amparo de la necesidad estacional de pesos del fin de año, atada al turismo y el pago de premios y aguinaldos. En el camino, el Banco Central giró $160.000 millones al Tesoro en carácter de adelantos transitorios, bajó 13 puntos porcentuales la tasa de referencia, subió el dinero en circulación muy por encima de los años anteriores y realizó compras netas por USD 1.742 millones en el mercado. A la vez, el BCRA eligió no anunciar ninguna regla monetaria determinada.
“Con Cambiemos la política monetaria era más agresiva y la fiscal más laxa. Lo complejo de esa diferencia, que durante un tiempo no mostró demasiados problemas, quedó claro en 2018. Ahora se repite el hecho de que hay dos velocidades de ajuste diferentes pero al revés: la política monetaria es mas laxa y la fiscal es más contractiva”, explicó Federico Moll, director de la consultora Ecolatina.
Para el economista, el discurso del presidente del BCRA, Miguel Pesce, en favor de la tasa real positiva y en contra de la apreciación cambiaria, no se refleja en la realidad. “Todavía no se sabe qué es tendencia y qué es coyuntura. Pero en lo monetario hubo un criterio muy laxo, las tasas se bajaron muy rápido y ya son negativas. Se habla de un pacto social pero no se sabe nada en concreto de él,” señaló.
El principal impacto en este sentido, advierte Moll, puede terminar en el mercado cambiario, alimentando las diferentes cotizaciones del dólar a las que hoy puede acceder el mercado: “Si se sigue bajando la tasa y monetizando el déficit, la brecha cambiaria va a traer problemas”. Y recuerda el panorama de 2018, donde las dificultades “llegaron de un día para el otro”.
El BCRA transitará en las próximas semanas el complejo mes de febrero. En los últimos dos años, tras el habitual pico de demanda estacional de pesos de diciembre, la autoridad monetaria creyó que estaba frente a un aumento de la demanda de dinero, sinónimo de mayor confianza de los consumidores, y bajó la tasas con una velocidad que lució excesiva, dado que en ambos casos debieron volver a su nivel anterior.
Desde el BCRA confían en que durante el complejo segundo mes del año podrán esterilizar todos los pesos que sean necesarios para evitar una disparada en la inflación o en el tipo de cambio. En ese sentido, se extendió el plazo de las Leliq, el principal instrumento con que cuenta la autoridad monetaria para ese cometido.
Desde el plano fiscal, son bajas las chances para la flexibilidad ante la inminencia de la negociación por la deuda, en la que tanto los acreedores como el Fondo Monetario Internacional (FMI) tendrán como prioridad la cautela en las cuentas públicas.

Un informe de la consultora PxQ, que dirige Emmanuel Alvarez Agis, señaló: “en el corto plazo la evolución de la brecha cambiaria se verá afectada tanto por las novedades que haya sobre la negociación con acreedores privados y el FMI como por la coordinación entre el Tesoro y el BCRA para el manejo de la liquidez en pesos y la reconstrucción de la curva en pesos”.
“Será clave que el proceso que está encarando el BCRA con sus pasivos remunerados de reducción de tasa, extensión de plazos y desarme de pases con fondos comunes de inversión se combine con nuevas emisiones exitosas del Tesoro y que, a su vez, este último logre renovar los abultados vencimientos en moneda local de los próximos meses”, concluye el informe.
La diferencia de velocidad entre ambas políticas derivó para algunos analistas en la crisis cambiaria de 2018. En este caso, si se acentúa la descoordinación, además del impacto cambiario pueden llegar consecuencias en el plano de la ya golpeada economía real, según Moll: “Aún considerando que el Gobierno lleva poco tiempo en funciones, un escenario de política monetaria laxa y dureza fiscal puede impactar en el crecimiento. Además, deberá asumir los costos de no relajarse en lo fiscal, ya que debe demostrarle a los acreedores que la deuda es pagable”.
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