El día que Estudiantes empezó a cambiar su historia al remontar un partido increíble frente a Platense

En 1967 el Pincha ganó el primer título de su historia. En semifinales se cruzó con el Calamar, dando vuelta un resultado que parecía sentenciado

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Carlos Bilardo nunca fue de
Carlos Bilardo nunca fue de festejar demasiado. Esa noche sí, como presintiendo que era la antesala de los inolvidables tiempos por venir para Estudiantes

¿Qué hubiera pasado si? Esa pregunta. La que siempre vuelve. En nuestro día a día y también en el deporte. Por eso la vida y el fútbol tienen tanto que ver, con esos lazos que parecen indestructibles. Muchos casos han ocurrido en el devenir de la número cinco que pusieron el interrogante sobre la mesa. Pocos como el que ocurrió en la fría noche del miércoles 3 de agosto de 1967 en la cancha de Boca, donde comenzó un ciclo brillante que cambió la historia de Estudiantes de la Plata.

El equipo de Osvaldo Zubeldía. Detestado por muchos, por haber trabajado a destajo, complicar a todos y estudiar al milímetro cada renglón del reglamento para obtener desde allí alguna ventaja, en tiempos de una gran bohemia, donde casi nadie le prestaba demasiada atención al rival de turno. El “antifútbol”. Así era catalogado. Pero también, un conjunto que sabía a la perfección sus virtudes y sus limitaciones. Consciente de eso, Osvaldo fue edificando una obra a su medida, como un orfebre, que logró convencer a sus muchachos en cada práctica y en cada charla.

Bulla festeja el 3-1 apenas
Bulla festeja el 3-1 apenas comenzado el segundo tiempo, cuando parecía todo definido

Como aquella mañana que citó al plantel, bien temprano en la estación de trenes de Constitución. Les pidió que guardaran silencio y observaran detenidamente a los trabajadores como subían y bajaban de los trenes. De pronto, los reunió y les dijo: “Muchachos, si no quieren estar laburando como esta gente, no sean giles y denme bola, que conmigo van a ganar mucha guita”.

Llegó al club a comienzos del ‘65, cuando en Estudiantes el hábito más común era mirar la tabla hacia abajo y estar pendiente de sacar puntos para evitar el descenso. Enseguida detectó que tenía buen material en sus manos, donde hizo congeniar a un grupo de chicos de las inferiores que ya se venían destacando y que eran conocidos como “La tercera que mata” junto con otros más grandes que habían llegado de otros clubes, como el doctor Carlos Salvador Bilardo.

El torneo del ‘65 fue bueno, donde se pusieron los cimientos de una gran obra. El 6° puesto fue visto con satisfacción, por la regularidad y por haber ahuyentado la palabra descenso. La onda positiva se mantuvo una temporada más tarde, porque flotaba la sensación de que el equipo estaba listo para dar el gran salto. En 1967 llegó la reestructuración al fútbol argentino. Por primera vez habría dos torneos. Primero el tradicional Metropolitano, ahora dividido en dos zonas y el Nacional, con cuadros del interior.

Carlos Bilardo de zurda, convierte
Carlos Bilardo de zurda, convierte el gol del empate 3-3

El Pincha se entreveró desde el arranque del Metro entre los primeros de su zona. Clasificaban los dos primeros de cada una de las dos que tenía el torneo. El pasaporte a la semifinal lo selló venciendo en el clásico de la última fecha a Gimnasia por 3-0 como local. Un inmenso primer paso ya estaba dado, postergando a Vélez y Boca y avanzando en el segundo puesto, detrás de Racing

En el otro grupo también se destacó un equipo como revelación. Fue Platense, que dirigido por Ángel Labruna, hizo un culto del buen juego en cada cancha. También se clasificó en la jornada final, superando como local a Banfield 3-1, para liderar su zona, quedando Independiente como escolta.

No había demasiado tiempo para la recuperación. Por las lluvias, esa última fecha se disputó el lunes 1 de agosto y la AFA organizó las dos semifinales para el miércoles 3. Platense versus Estudiantes en cancha de Boca y Racing contra Independiente en el Cilindro de Avellaneda. Ésta finalmente terminó jugándose el viernes y ambas no tuvieron televisación en directo, pese a las gestiones que hizo canal 7 hasta último momento.

La jugada más polémica de
La jugada más polémica de la noche. El arquero Hurt acaba de darle un puntapié a Bilardo. El árbitro Coerezza sanciona el penal que Madero convertirá en el 4-3

El partido de la Bombonera corrió riesgo de suspenderse por la lluvia caída en las horas previas, pero finalmente se jugó y quedó en la historia. Tuvo todos los ingredientes para ser memorable desde el arranque y hasta la pitada final del excelente árbitro Ángel Coerezza. Dos estilos enfrentados. Platense, con la impronta de Ángel Labruna. Más atildado, de mejor trato de pelota y una enorme voracidad frente al arco rival, al punto que había sido el equipo más goleador de la fase de grupos con 40 tantos. Del otro lado, el Estudiantes con el sello de Zubeldía. Un cuadro rocoso, de dientes apretados, que no regalaba ni un centímetro. Todos en función del resultado. La nota disonante, por talento, la aportaba Juan Ramón Verón en el ataque.

Apenas se habían jugado 5 minutos, cuando un centro enviado desde la derecha por Raúl Madero fue conectado de cabeza por Marcos Conigliaro, ingresando por el otro costado, para vencer al arquero Hurt. Platense sintió el golpe y le costó un rato acomodarse. Sabía que tenía como preocupar a Estudiantes y era por medio de sus delanteros. Y fue uno de ellos, Fernando Lavezzi, que superó en la carrera a Carlos Pachamé y definió con categoría ante la salida de Poletti para estampar el empate.

La lluvia nuevamente daba el presente en la cancha de Boca, para darle un barniz aún más dramático a la noche. El Flaco Poletti, camino a ser leyenda en el arco de Estudiantes, se caracterizaba por su personalidad y seguridad. Pero a los 33 minutos falló al querer descolgar un centro y Bulla se quedó con la pelota. Había tres jugadores del Pincha cubriendo la valla. Poco le importó y definió con gran calidad para el 2-1.

Un minuto más tarde, el lateral izquierdo Enry Barale se desgarró, dejando a Estudiantes con uno menos, porque en aquellos tiempos solo se permitía el cambio de arquero. Así concluyó el primer tiempo. La tendencia favorecía claramente a los Calamares. Cuenta una de las tantas leyendas futboleras, que camino al túnel, Labruna juntó a sus muchachos y les dijo: “Ahora me juegan livianito. Mañana hacemos baños turcos, nos relajamos y el domingo somos los campeones”.

Con Malbernat a la cabeza,
Con Malbernat a la cabeza, los jugadores de Estudiantes celebran la hazaña de frente a sus hinchas

Lo que sentía Angelito era lo que flotaba en el aire. Y que se potenció apenas comenzado el complemento, cuando Bulla no perdonó al conectar un centro desde la derecha, estampando el 3-1. Deliraba la gente de Platense en la popular, ya se sentían en su primera final. En su autobiografía “Doctor y campeón”, Carlos Salvador Bilardo recuerda un instante decisivo, donde comenzó a cambiar a la historia: “Con diez futbolistas y el marcador en contra, se produjo una jugada clave que nos devolvió el alma: Pachamé salvó sobre la raya lo que era el cuarto gol de ellos. En ese momento, sentí que no habíamos muerto y que podíamos recuperarnos”.

Otra vez la pregunta. La recurrente. ¿Qué hubiera pasado si el disparo de Bulla, que ya había superado a Poletti, no encontraba el cierre extremo y arriesgado de Pachamé, que incluso se golpeó fuertemente con el poste? Nadie tiene la respuesta concreta, pero es fácil deducir que la cuesta de un 1-4, ya sería demasiado empinada, incluso para esos muchachos de Estudiantes que no se rendían jamás.

La sensación que atravesó al doctor se hizo patrimonio de todos sus compañeros. Fueron para adelante con una fe desbordante. A los 8, Juan Ramón Verón se arrojó en palomita y descontó en el arco que da espaldas al Riachuelo. Y seis minutos después, llegó una maniobra inesperada, que sorprendió a todos. Bilardo era un mediocampista de mucha entrega, con marca y enorme sentido de la ubicación. En contadas ocasiones estaba cerca del arco rival. Allí fue en una excursión, con mucho de corazonada. Verón la jugó a Conigliario, quien se la dio a Carlos ingresando al área grande. Hizo un amago como para darle de derecha, la acomodó para la zurda y sacó un tremendo remate que se clavó junto al travesaño.

El 3-3 ya era una hazaña. Pocos entendían lo que estaba sucediendo sobre el embarrado césped de la Bombonera, pero aún había más. Platense estaba confundido. A sus músicos, se les había extraviado la partitura que habían ejecutado en forma afinada hasta un rato antes. Estudiantes era una imparable avalancha de amor propio. Y tres minutos más tarde llegó la jugada más discutida de la noche, otra vez con el doctor como protagonista. Juan Carlos Hurt descolgó un centro y Bilardo se le acercó. Según todos los testigos, algo le dijo, que provocó la reacción del arquero, dándole un puntapié en el tobillo. En sus memorias, Carlos dio su versión: “Fui a buscar el cabezazo y me encontré con la patada del arquero calamar. No sé qué le pasó, pero ‘bum’, me calzó un puntapié. Yo no le había dicho nada, pero se notaba que estaba muy nervioso porque le habíamos empatado un partido que ellos pensaban que tenían ganado”.

Los antecedentes no favorecían al doctor… Lo concreto es que el árbitro Coerezza, a escasos metros de la infracción, no dudó en cobrar el penal. Raúl Madero era el encargado de un instante clave, porque a Estudiantes no le servía el empate, ya que Platense había marcado más goles y avanzaba en caso de igualdad. El otro doctor de los Pinchas, lo ejecutó con calidad y puso un 4-3 que diez minutos antes solo entraba en la cabeza de los amantes de la ciencia ficción.

Platense sintió el golpe. Flaqueó en el momento justo, cuando debía mostrar entereza e intentar sobreponerse a la adversidad. Estudiantes, parafraseó a un catalán que recién daba sus primeros pasos como cantante en su país y que pronto se haría uno más de nosotros. Años más tarde Serrat escribió: “Jugar al juego que mejor juega y que más le gusta”. Eso hizo el Pincha. Replegarse, ver cómo se desesperaba su adversario y dejar correr los minutos.

El final fue la locura imaginada. Con los hombres de Estudiantes en un festejo interminable, de cara a su gente. Una épica que era tan solo la antesala de los tiempos por venir. Bilardo contó en su autobiografía: “Después del partido nos enteramos que muchos de nuestros hinchas se habían ido del estadio cuando perdíamos 3-1. y al enterarse por radio que habíamos empatado, volvieron a la tribuna para disfrutar de esa victoria espectacular”

Veinticuatro horas más tarde, Racing venció 2-0 a Independiente en tiempo suplementario y dos días más tarde, afrontó la final en cancha de San Lorenzo ante Estudiantes, que tenía un día más de descanso. Pero ese no fue el elemento decisivo. Los Pinchas ganaron con la tremenda autoridad que marcó el 3-0 final con los goles de Madero, Verón y Ribaudo. Fue un hito en la historia del fútbol profesional de nuestro país: por primera vez desde que comenzó a disputar sus torneos, en 1931, se consagraba campeón un equipo por fuera de los cinco grandes.

En el cierre, vuelve la pregunta. Pero más amplia que nunca. ¿Qué hubiera pasado si Estudiantes perdía esa noche? ¿Hubiese existido esa mística que lo acompaña hasta nuestros días? Yendo un poco más allá en la conjetura y más acá en el tiempo ¿México ‘86 hubiera sido así, con su épica y gloria infinita de la mano del doctor? Muchos interrogantes para un apasionante juego futbolero. Lo concreto es que aquella noche, Estudiantes dio un paso enorme hacia su refundación. Ya nada fue igual y a partir de allí se hizo amigo íntimo del éxito y amante de las vueltas olímpicas.