
Hace 75 años, la Selección Argentina de Básquet se consagraba campeona del primer Mundial FIBA de la historia. El logro, alcanzado en 1950 en Buenos Aires, significó el ingreso del básquet nacional a la élite internacional y marcó el inicio de una identidad deportiva basada en la preparación, la disciplina y el trabajo en equipo.
Ricardo Primitivo González, capitán de aquel equipo y último sobreviviente de aquella generación dorada, quien a sus 100 años conserva intacta la memoria de una hazaña que conmovió a todo el país, recordó aquella gesta.
“Yo creo que fue una cosa maravillosa, sobre todo, la gente, cómo lo vivió. Salimos campeones porque lo merecimos, jugamos muy bien. Y no solamente jugamos muy bien, sino que hicimos las cosas muy bien, que después nunca se repitieron. Por eso tuvimos altibajos. Pero en ese momento, todo se hizo como debía hacerse”, sostuvo González, en una entrevista con la Confederación Argentina de Básquet.
El título mundial fue el resultado de una preparación inédita para la época. El equipo entrenó durante dos meses, con una concentración total en el estadio de River Plate, doble turno y exigencia física y técnica que sorprendió incluso a sus rivales.
“Nosotros concentramos en River, en la cancha que está ahora. Nos dejaron el lugar para que viviéramos ahí. Vivimos cuarenta días antes de jugar el campeonato. Nos entrenábamos a la mañana físicamente, salíamos a correr alrededor de la cancha, después tirábamos cien tiros al aro de distintos lugares”, rememoró González sobre cómo se prepararon para el certamen mundial.
Y continuó: “Almorzábamos, dormíamos una siestita y a la tarde, otra vez al gimnasio. A la noche, otra vez. Los casados se podían ir el miércoles a la noche, después del último entrenamiento, pero el jueves a la mañana tenían que estar de vuelta. Los domingos al mediodía podíamos irnos todos, pero el lunes a las ocho había que estar ahí. Era una exigencia tremenda, pero necesaria”.
En una época sin relojes de posesión ni especialización profesional, el rigor técnico fue clave. La planificación del cuerpo técnico incluyó control de estadísticas de lanzamientos y una obsesión por la efectividad.
Al respecto, el capitán de aquel equipo histórico, explicó: “Tirábamos cien tiros al aro, pero de foul, con un compañero. Llevábamos estadística, todo. La primera semana el promedio era treinta de cincuenta. La última semana, antes del torneo, ya era cuarenta y siete. Yo casi todos los días embocaba cincuenta de cincuenta. En los partidos también tuvimos muy buena efectividad: ochenta y dos por ciento de foul y setenta y ocho de cancha. Una maravilla”.

La gesta que quedó en la historia
Argentina debutó con una amplia victoria sobre Francia, el subcampeón europeo, y construyó una campaña sólida basada en una defensa intensa, velocidad y precisión ofensiva.
En la ronda final, superó a Brasil, Chile, nuevamente a Francia y a Egipto, antes de enfrentar a Estados Unidos en la gran final. Respecto al partido decisivo, González recordó: “Fue un partido cambiante. Ellos eran muy altos, pero nosotros estábamos muy bien preparados. Sacamos diez puntos en el primer tiempo y los mantuvimos. Furlong estuvo bárbaro, era un jugadorazo. Merecimos ganar ese Mundial, y así fue”.
El Luna Park explotaba. Más de 20 mil personas colmaron las tribunas en un clima de fiesta que, según González, fue tan importante como la propia actuación del equipo.
“La gente nos acompañó muchísimo. Montón de gente vino. El equipo mereció ganar el Mundial. Si hacés las cosas bien, como se hicieron, hasta las estadísticas te lo dicen. Con esos números, no sé quién te gana. No éramos solo compañeros: éramos amigos”, afirmó.
La herencia del 50
El título de 1950 fue el primer gran logro del básquet argentino. El equipo no solo marcó una era deportiva: fundó una cultura. Su impacto se proyectó en los años siguientes: subcampeones panamericanos en 1951, campeones en México 1955, y dejó un legado que, a 75 años, sigue inspirando a cada generación que viste la celeste y blanca.
Tras aquel recordado título tuvieron que pasar muchos años para que el combinado nacional acceda a otra final mundial. Recién ocurrió en 2002, cuando cayó frente a Yugoslavia en Indianápolis. Más tarde, en China 2019, Argentina accedió nuevamente al partido decisivo, pero otra vez fue derrota, esta vez contra España.
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