
Ella estaba segura del diamante que había cobijado durante los últimos 18 años. No se trataba simplemente de su hijo, sino del futbolista que la hacía emocionar cada vez que se presentaba en Tembetary. Por esa razón, no lo dudó. Tomó sus llaves, agarró la cartera y encaró hacia el Monumental con la intención de tener un encuentro con el que por ese entonces se desempeñaba como presidente de River Plate.
Sin haber pedido una reunión previa, se presentó en las oficinas de Alfredo Davicce; y con determinación se dirigió hacia la secretaria del directivo.
—Soy Nidia Concepción Amarilla de Cuevas, casada, con tres hijos y vengo a hablar con el presidente de River— dijo con autoridad.
—Señora, ¿usted está loca? Tiene que pedir una audiencia, no puede entrar acá. Es una zona privada—le respondió la empleada del club de Núñez, sin salir de su sorpresa.
—No me estás entendiendo. Yo necesito hablar con el presidente; y si no me atiende hoy, no tengo ningún problema en quedarme a dormir aquí— insistió la invasora desconocida.
A pesar de las constantes evasivas, la imponente personalidad de la forastera obligó a la secretaria a llamar al titular de la institución porteña.
—Doctor, disculpe que lo moleste; pero aquí hay una señora paraguaya que quiere hablar con usted. Le expliqué que necesita pedir una audiencia, pero no quiere entrar en razón— le comentó la secretaria a Davicce.
Tras recibir la negativa del máximo responsable del Millonario, la madre de Pipino aguardó con perseverancia y paciencia sentada en la sala de espera. Pasaron más de cinco horas hasta que el directivo se volvió a comunicar con su secretaria.
—¿Sigue ahí la paraguaya?— consultó con una clara muestra de fastidio.
—Sí; dice que si no lo atiende, no piensa retirarse— le respondió la empleada.
—Bueno; estoy yendo para allá. Cuando llegue, decile que pase a mi oficina. No sé qué buscará— resolvió Davicce antes de terminar la breve llamada.
Cuando el dirigente arribó a su oficina para sacarse las dudas de las intenciones de la persona que lo requería; sin mediar palabra, la visitante ingresó al salón entonando una canción a capela. "Una noche tibia nos conocimos, junto al lago azul de Yapacarai"...
Si algo de surrealismo le faltaba a la escena, era la musicalización en vivo del hit que popularizó Julio Iglesias, interpretada con la tonada guaraní.
Para esas alturas, Alfredo Davicce ya se mostraba resignado por la jornada atípica que había atravesado y atinó a responder con un aplauso.
—Señora, canta usted muy bien. Pero, ¿qué es lo que usted necesita?— le consultó el directivo con la intención de terminar aquel encuentro lo más rápido posible.
—¡Vengo a pedirle que compre a mi hijo! ¡Y tiene que ser ahora!— respondió la mujer, sin ocultar su potente carácter.
—¿Y quién es su hijo?— le retrucó el dirigente, todavía atónito por lo que estaba sucediendo.
—Nelson Cuevas, uno de los jugadores más talentosos que usted va a conocer. Actualmente está aquí, en Argentina, en el Sudamericano con la Sub 20 de mi país— le devolvió la madre de Pipino, convencida y orgullosa de su heredero.
Fue entonces cuando Davicce interrumpió el diálogo para llamar a Ramón Díaz, quien dirigía a River en esos años. Fue otra conversación breve, que le permitió evadir cualquier presunta estafa que podría surgir de aquel encuentro con la desconocida paraguaya.
—Ramón, ¿cómo estás? ¿Sabés algo de un chico de Paraguay llamado Cuevas?— le consultó el presidente al DT.
—Sí, tiene condiciones. Se está destacando en el Sudamericano de Mar del Plata y Tandil. La organización lo eligió el mejor lateral del torneo— le devolvió el riojano.
Tras una afectuosa despedida, Alfredo Davicce terminó la llamada y se dirigió hacia la persona que tenía frente a sus ojos. “Señora, vamos a hacer negocios. Su hijo es muy interesante”, le soltó...

La principal razón por la que Pipino Cuevas llegó a River fue por la insistencia de su madre. Sin embargo, sus inicios en el Millonario no fueron los deseados. “No tengo el mejor recuerdo de la primera vez que llegué al Monumental, porque Ramón Díaz me pidió que diera unas palabras de bienvenida y sentí mucho temor. Con mi tonada paraguaya, me sentí un poco incómodo, porque varios compañeros se empezaron a reír de mí“, reveló el extremo oriundo de Asunción en diálogo con Infobae.
“Después hubo otro intento y siguieron las cargadas. Entonces, en la pretemporada, encontré a una persona que tenía una guitarra en el hotel y se me prendió la lamparita. Sentí que ese era el momento de romper el hielo. Con esa iniciativa, le pedí permiso a Leonardo Astrada, porque era el capitán, y después de un almuerzo me dirigí hacia todo el plantel", continuó el atacante, sin perder ningún detalle de lo sucedido.
“Señores, me quiero presentar ante todos ustedes. Soy un humilde servidor de todos mis hermanos argentinos y les quiero dedicar esta hermosa samba", dijo Pipino en medio de la concentración de un equipo cargado de figuras. Y de inmediato comenzó a entonar La López Pereyra para sorpresa de los presentes.
Yo quisiera olvidarte, me es imposible mi bien, mi bien. Tu imagen me persigue, tuya es mi vida mi amor también...
La samba fue clave para la adaptación del delantero. “¡Miralo al Paragua! ¡Tenemos un cantante en el grupo!“, fue una de las frases que gritó uno de los referentes del plantel. Y desde ese instante, todos sus compañeros tuvieron otro concepto de él.
“Al comienzo nadie me hablaba y se reían de mi tonada paraguaya. Uno era un poco timorato y me costaba expresarme, porque eran mis primeras experiencias en el exterior. Después fui aprendiendo y logré comunicarme con más elocuencia y más claridad; pero con la guitarra me metí en el bolsillo a todos mis compañeros”, recordó.
Según su relato, Hernán Díaz fue clave para su adaptación. “Fue como un padre para mí“, subrayó. En un grupo que contaba con estrellas de la talla de Marcelo Gallardo, Ariel Ortega, Juampi Sorín, el Toto Berizzo, Leo Astrada, el Mono Burgos, La Bruja Berti, Hernán Crespo y Enzo Francescoli, el joven delantero parecía estar intimidado durante su etapa inicial. Eran los Tricampeones que se habían adjudicado la Copa Libertadores, la Supercopa y los campeonatos locales; que además formaron parte de la base de la Selección de Daniel Passarella para el Mundial de Francia. “Cuando caí en ese grupo, yo era un charanguito que no lo conocía nadie. Era un pendejo al que no le iban a dar tanta importancia. Hasta que el muchachito agarró la guitarra y cantó La López Pereyra”, describió.

Nelson Cuevas vistió la camiseta de La Banda durante seis años. En el transcurso de su estancia, logró cinco títulos domésticos; pero uno de los episodios que quedaron registrados en la memoria de los hinchas, fue su histórico gol a Racing que sirvió para conquistar el Clausura del 2002.
La extensa corrida hasta desparramar a Gustavo Campagnuolo y festejar la victoria es una escena que a menudo recuerdan los fanáticos de River en las redes sociales. El emotivo relato de Lito Costa Febre bajo la lluvia, la expulsión de Comizzo y la actuación improvisada de Martín Demichelis en uno de los arcos del Monumental fueron condimentos de una de las obras más cautivantes del fútbol argentino. Lo que muchos desconocen, es que Nidia Concepción Amarilla de Cuevas tuvo una gran responsabilidad para que se escribiera la magnífica historia.
—¿Por que no jugás el domingo?— era la pregunta frecuente que le hacía su madre a Pipino.
—Porque Ramón no me pone— repetía hasta el cansancio su hijo.
—No entiendo por qué no te pone. Un día de estos voy a ir a verlo al Monumental— siempre le decía la mamá, cansada de ver al delantero fuera de la convocatoria del entrenador.
Por esas casualidades del destino, Nidia viajó a Núñez en la semana previa al clásico con la Academia para exigirle al DT que le diera una oportunidad a su hijo.
En aquella época, algunos entrenamientos se desarrollaban en el club. Y cuando el personal de seguridad observó llegar a la señora (ya la conocían por su temperamento), la dejaron pasar porque creían que se trataba de una visita hacia el futbolista.
“Vengo a hablar con Ramón Díaz, necesito verlo”, dijo mientras se acercaba al predio. Como El Pelado jamás la atendió y evitó cruzarla para eludir una incomodidad, ella comenzó a preguntarle a los periodistas presentes cuál era la camioneta del riojano, para esperarlo ahí.
Entre risas y humoradas, los cronistas televisivos que estaban en vivo cubriendo los trabajos del Millonario comenzaron a entrevistarla. Y Nidia se dirigió a las cámaras para enviarle su mensaje al entrenador: “¡Ramón! ¡Ponga a mi hijo! Hágame caso, que no lo va a defraudar“...
“Mis compañeros pensaban que mi madre era una vieja loca; pero ese fin de semana Ramón me convocó para que esté en el banco de suplentes”, recordó Pipino.
El clásico fue duro. Racing mantenía la base del campeón del 2001 y quería amargarle el título a River. Además, Gimnasia era el otro candidato y la amistad entre el Lobo y la Academia aportaba una dosis de morbo en el encuentro.
Corrían los 40 minutos del segundo tiempo y Daniel Giménez había expulsado a Ángel David Comizzo. Ramón Díaz ya había agotado las variantes y Martín Demichelis tuvo que ponerse los guantes para intentar evitar la amenaza que imponía el tiro libre. En Avellaneda todavía se preguntan por qué no fue Gerardo Bedoya el que impactara la pelota. Pero el que se hizo cargo del balón detenido fue Claudio Úbeda, tras un toque del Chanchi Estévez.
“Yo soy un bendecido. Debe ser porque soy muy creyente. Cuando me paré en la barrera, le pedí a Dios que la pelota rebotara contra uno de nosotros; y cuando vi que me escuchó, empecé a correr porque sabía de lo que era capaz”, recordó el autor de la conquista.
Su heroica actuación lo llevó a la tapa de los diarios. Consciente de la gesta que había protagonizado, esa tarde fue el último en salir del vestuario, porque sabía que tendría a toda la prensa rendida a sus pies. Se tomó su tiempo para asearse, peinarse y perfumarse; pero cuando se dirigió por el anillo del Monumental, observó que todos los periodistas estaban con su madre. Y ella, orgullosa, no hacía más que repetir ante las cámaras una frase que le quedó en la memoria: “¡Te lo dije Ramón! Te dije que mi hijo no te iba a defraudar“...
“Ese gol fue inédito. Pasa muy pocas veces en el fútbol. Las oportunidades hay que esperarlas y a mí ese gol me cambió la carrera. A partir de ese gol, pude ganar mucho dinero en mi carrera, porque después me transfirieron a China, tuve la chance de ir al Mundial y me gané la camioneta que Ramón había sorteado en el plantel. Fue un episodio que me catapultó para el éxito”, analizó el paraguayo para este medio.

Recientemente, Pipino Cuevas volvió al Monumental para afrontar el partido de Leyendas contra el Barcelona y, para su sorpresa, en las tribunas había chicos de 8 o 10 años que le gritaban “¡Por Dios hacelo Cuevas! ¡Hacelo y me muero!“, en referencia al recordado relato de Costa Febre. “Hay gente que me reconoce sin haberme visto jugar. Eso me hace sentir vivo”, sostuvo.
Su trayectoria continuó con participación en los mundiales del 2002 y 2006, el fútbol chino, Europa y varios equipos de México y Sudamérica; pero Nelson Cuevas jamás disfrutó tanto como en Núñez. “Jugué en 16 equipos. Estuve en Asia, España, el Santos de Brasil, Pachuca, Puebla y América; pero el que conoce los pasillos del Monumental, me entiende cuando digo que jamás me tendría que haber ido de River. Es el club más grande de todos”, concluyó.

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